“Soy actriz, guionista, alta… y también transexual”
Abril Zamora, una de las escasas mujeres que crean series en España, estrena en Telecinco ‘Señoras del (h)AMPA’
Abril Zamora tiene que coger un avión porque va a rodar en Italia con una legendaria estrella. “Cómo te quedas, cari”. Es la primera vez que la actriz catalana, de 37 años, interpretará a una madre. “Tengo muchísima ilusión; me paso la mitad de las escenas con el niño en la cadera”, dice. Y luego se embala: “Es un dramón con toques de realismo mágico… La verdad, el guion está en italiano y no he entendido nada, buf, y tengo bastante texto, ¿eh? Les he engañado pero bien [ríe]. Qué va; me preparé mucho y en las pruebas lo hice genial y eso que se me dan fatal los idiomas, pero como sonrío mucho y soy muy maja…”.
El torbellino de su conversación es equiparable al de su carrera. Salió en Vis a vis, ha escrito y dirigido webseries de autor (Temporada baja, en Flooxer) y es guionista de la segunda temporada de Élite (aún sin estrenar). Con algún pinito en publicidad (ideó la campaña de El Corte Inglés en la que una pareja gay forraba libros de texto), lo suyo es, sobre todo, el teatro. Tiene una quincena de obras firmadas: El Congelador, La indiferencia de los armadillos, Pulveriza, Yernos que aman… De guinda, hoy estrena como creadora, junto a Carlos del Hoyo, su primera serie para el primetime de un canal generalista: Señoras del (h) AMPA, en Telecinco, premiada por los compradores en el festival sectorial de Cannes. Y, mientras todo ello ocurría, ha completado su reasignación sexual. Porque hasta 2017, por fuera, Abril era Abel Zamora: “Yo es que soy muchas cosas, actriz, guionista, nerviosa, alta… y también transexual”.
Señoras del (h)AMPA surgió del capó de la actriz protagonista, Toni Acosta. “Un día, vino a la productora y su maletero, lleno de vestidos de alta costura y de táperes con macarrones, juguetes y deberes, nos pareció una premisa superguay”, cuenta Zamora. Sobre esa semilla costumbrista —“el retrato de esas mujeres currantas, las llamadas malasmadres, que hacen lo que pueden y lloran a escondidas de cansancio”— plantaron una comedia negra: “¿Qué pasa cuando llevas a los niños al cole, trabajas, haces la compra, corres de un lado a otro y a todo eso le sumas deshacerte de un cadáver?”. La clave, a decir del tráiler, la tiene el robot de cocina Turbo Thunder 3000.
“Hago una ficción muy de barrio, muy de andar por casa y de hablar normal”, explica Zamora en un discurso lleno de expresivos caris y guays. A los 15 años, empezó a trabajar en una fábrica de pan —“no tengo el Graduado Escolar; no me arrepiento”—. Sí estudió interpretación “en un garaje en Barcelona superclandestino”. A los veintipocos se puso a escribir piezas teatrales y, mientras llegaba trabajo de lo suyo, hizo de todo: dependiente en Zara y en Dunkin’ Donuts, mozo de almacén, recepcionista de puticlub (“una experiencia superpositiva”)… ¿Le parece que ser actriz es duro? “¡Qué dices! A veces madrugas y hay largas esperas entre escenas,
“Hago una ficción muy de barrio, muy de andar por casa y de hablar normal”
Trabajó en ‘Vis a vis’ y ha escrito una quincena de obras de teatro
pero, chica, así te quedan monísimos los stories de Instagram”, contesta risueña. “Muchos actores me odiarán por esto, pero actuar es un regalo; nada que ver con la responsabilidad que sientes cuando diriges y estás 24 horas pensando en el curro”.
Como actriz, se tuvo que reinventar tras su transición: “En España es difícil que te den papeles de mujer cisgénero [nacidas mujer], y de trans hay pocos; así que al principio estaba acojonada; pensé que no volvería a trabajar”. Para reducir daños, llamó a todos los directores de casting avisándoles del cambio y de su disposición a “dar dos pasos hacia atrás”. “Llamadme aunque sea para hacer de camarera con dos frases”, les dijo. La llamaron para interpreta a Luna en Vis a vis, un personaje del que no se especifica si es transexual que le valió una nominación como actriz revelación en los premios de la Unión de Actores.
Zamora es una mina de referentes pop y fan de “mangas ñoños y emocionales” como Sailor Moon o Ranma y del cine de terror. “Tengo la adolescencia muy dentro de mí”, dice, admitiendo que su película favorita es Clueless, fuera de onda y que supo que quería ser actriz con Kelly Taylor, la rubia de Sensación de vivir: “Tan frívola, tan guapa, con esa madre alcohólica y una violación por temporada… Me moría por interpretar los psicodramas que vivía esa muchacha”. No extraña entonces que use la pokemónica evolución de Pikachu a Raichu como metáfora de la suya: “Igual que Pikachu no deja de molar cuando cambia, yo me siento orgullosa de quien he sido; por eso, he dejado mis fotos de chico en Instagram y hablo abiertamente de mi transexualidad. No es mi obligación, pero sí mi responsabilidad dar la cara. No quiero ser un referente de nada, pero está bien que haya una trans directora, guionista, alejada del mundo sórdido con el que demasiadas veces se asocia la transexualidad”.
En aras de esa visibilidad, ha contado su transición en el documental The best day of my life (Fernando González Molina, 2018) y la ha usado como hilo conductor de la serie Abel ya no vive aquí, pendiente de estreno, en la que documentó, junto a su exnovio, un proceso “nada trágico”.
Su próximo proyecto, Todo lo otro, del que ya tiene piloto, es una serie de ficción sobre “una chica trans que empieza a ligar, a follar...”. “Eso era lo que me daba más miedo; enfrentarme al mundo de las relaciones como mujer, porque para mí era muy cómodo ser un chico gay, tenía mucho éxito, pero por debajo se me iba acumulando la plancha y al final me aburrí de fingir”.
Defiende que para integrar “hay que superar la frontera argumental de la transexualidad”. Quiere y crea ficciones con personajes trans, pero no “centradas en el tema. Igual con la homosexualidad; me parece más integradora una serie en la que un policía gay resuelve un crimen que otra sobre salir del armario”.