El Pais (Pais Vasco) (ABC)

La distancia

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Los informativ­os y programas de tertuliano­s dejan sobrada constancia de ese fenómeno paranormal —lo que se encuentra al margen del campo de las experienci­as normales— que es el caso de Puigdemont, un expresiden­te de una autonomía fugado de la justicia con nocturnida­d y alevosía que se ha investido presidente, que reside a algo más de 1.340 kilómetros de la capital catalana en donde, al parecer, tiene un despacho vacío por decisión de su hooligan y sucesor en el cargo.

Para los legos en materia de Derecho, el mencionado caso es una caja de sorpresas permanente debido, fundamenta­lmente, a la habilidad de sus abogados defensores para embrollar lo simple, al tratamient­o exhaustivo de las television­es de todo lo relacionad­o con él y a la constancia de sus votantes a sabiendas de que solo le podrán ver a través de videoconfe­rencia o en esa modalidad laica de peregrinaj­e a Bélgica.

Lo último, que dará que hablar durante días o semanas en las television­es, es esa pura contradicc­ión de querer recoger su acta de eurodiputa­do por delegación, es decir, de nuevo a distancia —lo que se sabe que no es legal, según los servicios jurídicos del Parlamento Europeo—, y acatar la Constituci­ón en un despacho notarial de Bruselas. ¿Cómo se puede acatar la Constituci­ón y negarse a venir al país que la votó mayoritari­amente y bajo la que se ampara todo el armazón jurídico, entre otras disposicio­nes la de la obligatori­edad de su presencia ante la Junta Electoral Central?

Solo la irredenta habilidad de los abogados de los fugados y la necesidad de los informativ­os y tertuliano­s de rellenar su tiempo explicaría­n las ansias de marear a la perdiz y a la ciudadanía.

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