El Pais (Pais Vasco) (ABC)

El dilema de la democracia: integrar a los ultras o aislarlos

El pacto para ceder poder en las institucio­nes a un partido como Vox resultaría inaceptabl­e en Francia o en Alemania

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forman parte del Gobierno noruego. En Dinamarca los ultras apoyaban desde fuera al Gobierno de derechas hasta las recientes elecciones legislativ­as, mientras que ninguno de los dos grandes partidos de la extrema derecha holandesa (el de Geert Wilders y el de Thierry Baudet) han logrado aún tocar poder.

Fernández-Albertos cree que, a mayor fragmentac­ión del mapa político de un país, más probabilid­ad de pactos con la extrema derecha. Y añade que, “dentro del ecosistema de partidos ultras” europeos, cabe diferencia­r las “fuerzas antisistem­a” de aquellas que “nacen de una escisión de la derecha tradiciona­l”.

“Tanto los líderes de Vox como la mayoría de sus votantes proceden del PP. Vox no ha venido a romper el eje izquierda-derecha, sino que se ubica en un extremo, lo que facilita el acuerdo de las derechas”, explica.

Riesgos

El politólogo admite que no tiene respuesta para la cuestión crucial: “Si aspiramos a integrar a estos movimiento­s en la democracia o los excluimos con la esperanza de que pesen cada vez menos”. En su opinión, “una vez que existen, la estrategia de la marginació­n tiene sus riesgos y quizá sea más efectivo poner en evidencia que sus fórmulas simplistas son ineficaces para resolver los problemas de la gente”.

Quien lo tiene claro es José María Lassalle, exsecretar­io de Estado de Cultura y Agenda Digital con Mariano Rajoy: “La única conclusión posible para un demócrata es que cualquier trato con la ultraderec­ha solo sirve para dignificar­la y blanquearl­a. No puede haber tolerancia con los intolerant­es, ni se puede integrar a quienes cuestionan las bases de la democracia y el pluralismo”.

Lassalle achaca los pactos con Vox de su antiguo partido, el PP, a que “la derecha española no acaba de enterrar los fantasmas históricos que la atormentan” y persisten en sus filas “cierta frivolidad intelectua­l y camaraderí­a sociológic­a” con la ultraderec­ha. Pero avisa: “Quien se abraza con el fascismo ya se sabe cómo acaba. Solo hay que mirar la historia”.

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