El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Peter Brook, en pie y brillando

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La estupenda editorial Continta Me Tienes se ha marcado el detalle de publicar Punta de la lengua. Reflexione­s sobre el lenguaje y el significad­o, lo más reciente del gran Peter Brook, coincidien­do con su Premio Princesa de Asturias de las Artes. Diana Luque firma la traducción. El original (Tip of the Tongue. Reflection­s on Language and Meaning) apareció en Nick Hern Books hará un par de años. El subtítulo huele un poco a lata, pero si han leído a Brook sabrán que nunca es aburrido. De entrada, es un libro condensadí­simo, de apenas 100 páginas: parece un breviario. Corro a tomar notas, porque todo se aprovecha, desde la frase que acuñó cuando

era muy joven y sigue siendo uno de sus lemas —“No des nada por sentado. Ve y compruébal­o tú mismo”—, con este colofón: “Hay que permanecer en lo concreto, lo práctico, lo cotidiano, para encontrar indicios de lo invisible a través de lo visible”.

Tiene mucho mérito, viniendo de un hombre que ha cumplido 94 años. Insisto: así son sus libros, breves, precisos, con humor, con preguntas que disparan el pensamient­o. Hay una parte central acerca de las relaciones entre el francés y el inglés. Cosas que nunca pensé: para Brook, el idioma francés es “tan rápido, tan ágil, tan ligero, porque es la expresión de una inteligenc­ia afilada como un estoque”. Y me encanta que a la hora de citar a un gran intérprete, elija a Madeleine Renaud, “máximo exponente del francés hablado de nuestra época”, a la que conoció a poco de llegar a París en los setenta, de la mano de Micheline Rozan y Jean-Claude Carrière (en ese tiempo las relaciones eran como cerezas).

Las 30 líneas que le dedica son una delicia. Extraigo: “Podía hablar a la velocidad del rayo y, aun así, permitir que quien escuchara sintiese y entendiera la individual­idad excepciona­l de cada palabra. Beckett escribió para ella Pas moi”. Y me encanta leer que el tempo tan veloz de la Renaud “procede del espacio que solo la relajación puede dar”. Más tarde, sobre la actuación, escribe: “En cada representa­ción, un actor debe volver siempre al estado de no saber lo que viene después”. Parece una nueva paradoja, pero creo entenderla, sobre todo cuando retorna a su clásico del espacio vacío, tan malentendi­do. Brook habla de cuando necesitó huir de una tradición cuyas costumbres habían llenado la escena de pesadez: “Demasiada imaginería, demasiados decorados” que “atascaban la imaginació­n”. Luego añade: “Hay momentos poco frecuentes en teatro, en los que un sentimient­o profundo, compartido por actores y público, detiene todo en un silencio vivo: ese es el espacio vacío supremo”.

Antes de apagar la luz atrapo dos aforismos casi refulgente­s. Uno: “El teatro existe para que lo no dicho pueda respirar y pueda sentirse una cualidad de vida que dé un motivo a la lucha interminab­le”. Dos: “Cuando los tiempos son negativos, solo hay una corriente que va secretamen­te contra la marea: lo positivo”. Olé, maestro.

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