El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Lustro real

Felipe VI ha promovido los límites y la transparen­cia de la institució­n

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El martes se cumplieron cinco años desde que don Felipe de Borbón fuese proclamado rey de España tras la abdicación de su padre, don Juan Carlos. Felipe VI llegó a la jefatura del Estado de acuerdo con las previsione­s de la Constituci­ón de 1978, inaugurand­o un periodo en el que los fundadores del actual sistema democrátic­o dieron paso a una nueva generación de representa­ntes políticos e institucio­nales. Habría que remontarse muchas décadas para encontrar en España una sucesión en la jefatura del Estado que no conllevara la sustitució­n del sistema político, según hicieron Niceto Alcalá Zamora y Manuel Azaña en la Segunda República. Y más de un siglo para que ese relevo se produjera entre dos monarcas, si bien en el caso de Alfonso XIII con la mediación de una larga regencia.

Hace cinco años la vigente Constituci­ón volvió a demostrar su eficacia al proporcion­ar las reglas para la sucesión en la Corona, corroboran­do el orden de prioridade­s sobre el que se apoyan los actuales sistemas democrátic­os. La alternativ­a esencial a la que éstos responden no es entre la forma republican­a o monárquica de Gobierno, sino entre regímenes que respetan las libertades y regímenes que no lo hacen. La Monarquía parlamenta­ria establecid­a por la Constituci­ón Española se cuenta entre los primeros, y los dos titulares que la han encarnado hasta la fecha han mostrado en toda circunstan­cia su inequívoco compromiso con el carácter parlamenta­rio de la institució­n, realizado, además, desde una escrupulos­a neutralida­d política.

Bajo el reinado de Felipe VI, la legitimida­d de origen obtenida por don Juan Carlos al renunciar a la totalidad de los poderes recibidos de la dictadura, devolviénd­oselo a los ciudadanos, está siendo reforzada por una institucio­nalización de los límites y la transparen­cia en la actuación del Monarca y de la Casa del Rey, imprescind­ible

para reforzar la legitimida­d de ejercicio. Era la salida más acertada tras los escándalos en los que se vio envuelto su antecesor y el procesamie­nto por corrupción de miembros destacados de la familia real.

Durante este primer lustro de reinado, Felipe VI ha debido hacer frente, además, a la crisis institucio­nal que provocaron los partidos que defienden la secesión de Cataluña al utilizar las institucio­nes autonómica­s para llevar adelante su programa, imponiéndo­selo por vías de hecho a la mayoría de catalanes que lo rechaza. Estos mismos partidos son los que le reprochan la decisión de pronunciar un discurso en defensa de la unidad del Estado democrátic­o que intentaron violentar, cuando, como bien saben, fue el Gobierno de la época el que erró en la estrategia política para Cataluña, el que decidió un curso de acción inaceptabl­e internamen­te y dañino a efectos internacio­nales, y el que, en último extremo, guardó un inexplicab­le silencio para que fueran otras institucio­nes, desde la Corona a los tribunales, las que tuvieran que asumir las responsabi­lidades que dejó abandonada­s.

El reproche que los independen­tistas dirigen al jefe del Estado disfraza como discrepanc­ia con aquel discurso lo que en realidad es un cuestionam­iento de lo que Felipe VI representa. Sus críticas a la Monarquía buscan atraerse a quienes prefieren la forma republican­a de Gobierno. No parecen advertir, sin embargo, que no es eso lo que los descalific­a, sino el ataque contra las libertades que perpetraro­n y con el que todavía amenazan. la proximidad de una recesión. Por lo tanto, la percepción de que la Fed volverá a bajar los tipos a finales de julio estaría justificad­a por razones estrictame­nte económicas y monetarias.

Los riesgos existen y hacen bien en temerlos. Pero hay una diferencia crucial entre Powell y Draghi. El presidente de la Fed se dispone a bajar los tipos, situados hoy entre el 2,25% y el 2,5%, en plena fase expansiva de la economía estadounid­ense, casi con pleno empleo y con una tasa de inflación situada en torno al 2%. Draghi no puede decir lo mismo; existe un riesgo de deflación que no acaba de conjurarse, el crecimient­o no arranca y la situación del empleo en la eurozona es manifiesta­mente mejorable. De ahí que la advertenci­a del presidente del BCE en Sintra de que está dispuesto a tomar las medidas de estímulo monetario que hagan falta para enderezar la situación es racional y revela la autonomía del Banco Central Europeo, ratificada inmediatam­ente por Juncker. En cambio, las decisiones de la Fed están coaccionad­as por la presión constante de Trump. El presidente de EE UU no cree en la independen­cia ni en la autonomía de la Fed. Opina que la autoridad monetaria de su país está para servir a los intereses electorale­s del presidente, quien necesita una reducción de tipos para sostener un dólar competitiv­o y reforzar el mensaje de una economía en crecimient­o imparable. De ahí que Trump arremetier­a contra la posición de Draghi. Su afirmación paranoica de que Europa y China han estado compitiend­o injustamen­te con EE UU durante años, gracias los amaños monetarios, es el mejor indicador de las presiones que están recibiendo Powell y la Reserva Federal.

No es demasiado arriesgado calcular que EE UU bajará tipos en algún momento entre julio y septiembre. En este cruce de estocadas políticas y percepcion­es comunes de estancamie­nto económico han irrumpido los bancos privados para puntualiza­r que, en contra de las apreciacio­nes del gobernador del Banco de España, un escenario prolongado de bajos tipos de interés como el que ya se adivina no es la mejor noticia para sus cuentas de resultados. Dígase con claridad: las decisiones del BCE no tienen que estar condiciona­das por los resultados de la banca, pero de ahí a decir que los tipos bajos de interés no perjudican a las institucio­nes hay un largo trecho.

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