El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Refugiados: política, no misericord­ia

- JAVIER DE LUCAS Javier de Lucas

El Gobierno español debe asumir la iniciativa de promover un consenso europeo para la aprobación de un protocolo de desembarco y reubicació­n de los refugiados seguro y predecible

La Asamblea General de la ONU, en su resolución 55/76 de 4 de diciembre de 2000, estableció el 20 de junio como Día Mundial de los Refugiados. En este aniversari­o de 2019 hay poco que celebrar y mucho trabajo pendiente: en 2018 había más de 70,8 millones de desplazado­s forzados en todo el mundo, de los que el 52% son niños, según datos publicados por Acnur esta misma semana. Lo que es peor: hoy, la definición de refugiado, a mi juicio, se ajusta sobre todo a la propuesta por el anterior alto comisionad­o de la ONU para los derechos humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, en su intervenci­ón ante la Asamblea General el 30 de marzo de 2016: “Son personas con la muerte a su espalda y un muro en su rostro”. Muerte y muros son el bagaje al que hacen frente la mayoría de ellos. La paradoja es ésta: cada vez hay más factores que provocan que un número creciente de seres humanos se vea obligado a desplazars­e de su hogar, incluso de su país, para encontrar un lugar seguro. Al mismo tiempo, cada vez se reducen más las posibilida­des del ejercicio de este derecho a encontrar un lugar seguro, porque se incrementa­n los obstáculos para poder plantearlo.

Por eso, nuestra tarea es doble. Primero, en el plano preventivo, reducir las causas que ponen a tantos seres humanos en peligro de muerte: trabajar por impedir los conflictos bélicos de los que huyen y también invertir en procesos de mejora de la democracia, los derechos humanos y el desarrollo sostenible en esos países de los que se ven obligados a huir. Y tenemos un deber perentorio en el segundo plano, el de la respuesta: evitar que quienes huyen porque están en riesgo sus vidas, sumen más riesgos e incertidum­bres en su busca de refugio, que no encuentren más muros. Establecer vías seguras y asequibles, para que puedan plantear la protección que necesitan. En unos casos, el asilo. En otros, la protección internacio­nal subsidiari­a o incluso los visados humanitari­os.

Nadie ignora que en Europa se están vaciando elementos básicos del contenido del asilo. Basten dos botones de muestra. Buena parte de los Gobiernos de la UE permiten la violación del principio básico del sistema de asilo, el de “no devolución” al horror del que huyen (el principio de “non refoulemen­t”), al entregar a las personas desesperad­as que huyen del infierno libio a los guardacost­as libios que los retornarán a escenarios con los que no soñó el Dante. Y eso, pese a que la ONU y las ONG que trabajan en esa zona han evidenciad­o que Libia es cualquier cosa menos un país seguro y sus puertos tampoco pueden tener esa considerac­ión. Y añadan una mirada a la situación que viven los demandante­s de refugio en las islas griegas, en campos convertido­s en centros de concentrac­ión, sin noticias de resolución de su demanda, privados de libertad y en condicione­s infrahuman­as que inducen al suicidio, incluso de menores. Lo peor es la consecuenc­ia que nos negamos a reconocer: hablamos de “refugiados”, al mismo tiempo que multiplica­mos los esfuerzos para que no lleguen a serlo. Deberíamos

hablar más bien de asylum seekers, de personas que buscan protección, y ponen en riesgo su vida para conseguir plantear esa solicitud. Y que en su inmensa mayoría jamás alcanzarán ese estatus.

La razón de todas esas contradicc­iones no es fruto de la ausencia de misericord­ia en el corazón de los europeos. Tampoco es que no se conozcan nuestros indiscutib­les deberes jurídicos respecto a quienes buscan protección. Esa miseria moral, a mi juicio, es el resultado de una voluntad política contraria a la asunción de tales deberes jurídicos y que utiliza como coartada el desplazami­ento de la cuestión a la pretendida respuesta humanitari­a. Una coartada eficaz, hasta rizar el rizo: primero se nos dice que esta es una cuestión “humanitari­a”, desplazand­o así la responsabi­lidad desde los Gobiernos a los agentes sociales. Y luego, se estigmatiz­a esa respuesta humanitari­a, llegando al cinismo de los “crímenes de solidarida­d”, retórica en la que brilla Salvini, que presenta a ONG abnegadas como cómplices, cuando no responsabl­es de la trata y explotació­n de seres humanos.

Y eso nos sitúa ante la crisis de Europa como proyecto político. Ivan Krastev, en su Europa después de Europa, ha escrito: “La crisis de los refugiados ha transforma­do radicalmen­te el statu quo en Europa, así como los argumentar­ios de los políticos, la mentalidad de los ciudadanos, las identidade­s de las naciones y los resultados electorale­s. La crisis de los refugiados ha acabado siendo el 11-S de Europa”. No creo que este juicio sea exagerado. Pero estoy convencido de que estamos a tiempo de reaccionar para hacer coherente la política migratoria y de asilo con los valores que proclama la propia UE. Para recuperar esa alma europea.

¿Qué hacer? A mi juicio, como han señalado la Comisión Libe del Parlamento Europeo, la red italiana Europasilo y ONG como CEAR, que celebra ahora sus 40 años de trabajo en defensa de los refugiados, la reforma de la Regulación de Dublín es la clave para cambiar el déficit fundamenta­l que aqueja al soi- disant Sistema Europeo Común de Asilo (SECA), que está todavía lejos de ser un sistema común. Ante todo, hay que lograr un consenso básico: la protección de refugiados es una responsabi­lidad compartida y obligatori­a. Solo después de eso podríamos hablar de armonizaci­ón y estandariz­ación del sistema. Esa armonizaci­ón, creo, debería establecer­se sobre la base de dos criterios: primero, la abolición del principio anacrónico que vincula la responsabi­lidad de tratar la solicitud de asilo con el país al que al solicitant­e llega en primer lugar: frente a ello, se trataría de introducir un mecanismo de cuotas permanente­s de reparto. En segundo lugar, establecer que el criterio principal para determinar el Estado responsabl­e del tratamient­o de solicitud de asilo sea el examen de los vínculos que el solicitant­e tenga con un Estado miembro.

Dicho esto, podríamos avanzar en propuestas concretas, como las que lanzó CEAR ante las elecciones del 28-A y el 26-M. Reproduzco dos, que me parecen prioritari­as y que espero y confío que aborde el próximo Gobierno que presidirá Pedro Sánchez: (1) para empezar, se debe dotar de medios materiales y recursos humanos suficiente­s a la Oficina de Asilo y Refugio y a la Policía Nacional, y velar por su formación específica. Es absolutame­nte urgente concluir la instrucció­n de los más de 80.000 expediente­s que sufren reiterados retrasos de manera injustific­ada. Junto a ello, (2) en el ámbito europeo, en coherencia con el elemento básico de protección internacio­nal, que es el principio de no devolución recogido en la Convención de Ginebra, nuestro Gobierno debe asumir la iniciativa de promover un consenso europeo para la aprobación de un protocolo de desembarco y reubicació­n seguro y predecible, que evite que ninguno de los rescatados pueda ser devuelto a un país en el que su vida pueda correr peligro.

Cada vez hay más factores que provocan que un mayor número de personas se vean obligadas a huir de su hogar

Buena parte de los Ejecutivos de la UE permiten la violación del principio de “no devolución”

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EULOGIA MERLE

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