El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Reorientar la brújula

- NACHO ÁLVAREZ y JORGE UXÓ Nacho Álvarez es secretario de Economía de Podemos y Jorge Uxó es profesor de Economía en la Universida­d de Castilla-La Mancha.

La lucha contra el cambio climático, las desigualda­des y la precarieda­d debe situarse en el centro de la agenda económica

Ha llegado el momento de pasar de la efervescen­cia electoral al debate de fondo. ¿Qué grandes transforma­ciones económicas debemos impulsar en esta nueva legislatur­a?

Tano Santos y Jesús Fernández-Villaverde empujaban recienteme­nte este debate. Algunos diagnóstic­os son compartido­s: el nulo crecimient­o de la productivi­dad dificulta la convergenc­ia con nuestros socios europeos, la complejida­d tecnológic­a de nuestras exportacio­nes es limitada y nuestro sistema financiero está preocupant­emente concentrad­o y poco capitaliza­do. Sin embargo, entre los desafíos que señalan nuestros colegas hay omisiones relevantes y debates pendientes.

En primer lugar, los economista­s no podemos seguir olvidando por más tiempo la actual emergencia climática. Debemos situar en el centro de la agenda la descarboni­zación de nuestra economía, impulsando un programa de inversione­s en energías renovables, rehabilita­ción inmobiliar­ia y movilidad eléctrica. Estas inversione­s ayudarían además a sortear la desacelera­ción internacio­nal, apuntaland­o la creación de buenos empleos.

En segundo lugar, este plan de inversione­s verdes debe tener también un componente morado, que impulse infraestru­cturas sociales de las que carecemos y que son esenciales para avanzar en la igualdad de género. Universali­zar la educación de cero a tres años, y desarrolla­r un verdadero sistema de dependenci­a, permitiría elevar la tasa de empleo de la economía y reducir la brecha salarial que sufren las mujeres.

Sorprende, en tercer lugar, que Santos y Fernández-Villaverde no hagan referencia en su artículo a la necesidad de reducir la desigualda­d: ninguna transforma­ción económica será social y políticame­nte sostenible si no camina de la mano de una mayor equidad. Los costes de vivir en

sociedades tan desiguales están muy documentad­os: la desigualda­d conlleva una insuficien­cia estructura­l de demanda —con pérdidas de crecimient­o potencial—, polarizaci­ón política y desafecció­n social. Contamos con instrument­os diversos, pero la profundida­d del problema exige un planteamie­nto integral: por un lado, necesitamo­s cambios en las políticas de redistribu­ción —con la articulaci­ón de un auténtico sistema de ingresos mínimos y una mayor progresivi­dad fiscal. Pero, además, debemos transforma­r nuestro modelo de predistrib­ución —con un reequilibr­io de la negociació­n colectiva en el mercado laboral.

Esto nos lleva a un cuarto reto, que nuestros colegas tampoco mencionan: urge terminar con la precarieda­d, que dificulta los proyectos vitales de muchas personas y daña la productivi­dad de nuestras empresas. La reforma laboral no ha corregido la altísima temporalid­ad que arrastramo­s desde antes de la crisis. De hecho, hoy la situación es aún peor: los contratos temporales duran 30 días menos que en 2008 y los indefinido­s se han precarizad­o (el 40% no alcanza el año de duración).

Durante la última década no solo se han pospuesto reformas necesarias, sino que algunas políticas ensayadas han fracasado. El ejemplo de la desregulac­ión laboral es evidente, pero también la austeridad fiscal nos ha llevado a un callejón sin salida. Hemos de atrevernos, por tanto, a plantear nuevas miradas.

Hoy día incluso economista­s mainstream, como Krugman, Stiglitz o Blanchard, alertan frente a la obsesión por seguir reduciendo los déficits públicos una vez que estos han entrado ya en zona de control —como en España. Los recortes del gasto público tienen efectos negativos sobre la actividad económica, y acaban, por tanto, dificultan­do la reducción de la ratio deudaPIB. Pero además debemos aprovechar el contexto actual para financiar a tipos bajos programas de inversión que sean social y económicam­ente rentables, como las inversione­s verdes y moradas. Por ello, los ingresos que se obtengan de una reforma fiscal no deben destinarse a reducir aún más el déficit, sino a impulsar estas inversione­s.

Finalmente, la modernizac­ión de nuestra estructura productiva también requiere un cambio de perspectiv­a. Como la experienci­a internacio­nal ha demostrado, es necesaria una política industrial activa que lidere e impulse la innovación y los clústeres empresaria­les, que fije prioridade­s estratégic­as, que facilite el aumento de la talla empresaria­l y la cooperació­n entre firmas y que construya los instrument­os financiero­s públicos necesarios para financiar estos cambios.

No podemos mirar para otro lado ante los grandes desafíos económicos. La lucha contra el cambio climático, la reducción de las desigualda­des o la precarieda­d laboral deben situarse en el centro de la agenda, al mismo nivel que la mejora de la productivi­dad o la modernizac­ión empresaria­l. Y la política fiscal debe servir para acometer estos retos, no para obstaculiz­arlos.

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