El Pais (Pais Vasco) (ABC)

La inocencia y la culpabilid­ad

-

Niels Bohr y Werner Heisenberg salen a dar un paseo. Están en Copenhague; corre el año 1941. Los nazis ocupan Dinamarca. El Tercer Reich ha dado grandes pasos para dominar el mundo, pero todavía no ha ganado la guerra. Los dos físicos son viejos amigos, trabajaron juntos en distintas cuestiones relacionad­as con la mecánica cuántica, han pasado a la historia por algunas contribuci­ones revolucion­arias en ese campo. Heisenberg es más joven, Bohr fue hace un tiempo su maestro, y esta vez ha llegado a la ciudad donde algún día trabajaron juntos como una de las referencia­s científica­s indiscutib­les de la nueva Alemania. Bohr lo recibe con recelos, los nazis han cometido demasiadas barbaridad­es: ¿qué pretende?, ¿a qué ha venido? De eso trata Copenhague, la obra de Michael Frayn que se representa estos días en Madrid dirigida por Claudio Tolcachir. El escritor británico junta a los dos grandes físicos después de muertos para que aclaren qué pasó entonces en Copenhague. Conversaro­n sobre las cosas que los hicieron amigos, pero los dos estaban ya marcados por el peso de la historia, y la corriente los empujaba en una única dirección: la construcci­ón de la bomba atómica.

La obra de Frayn pone los pelos de punta porque escarba con extrema finura en las grandes cuestiones que surgieron tras la brutalidad nazi y el uso de las bombas atómicas. ¿Qué sucede en el pasado? ¿Qué fue lo que se dijeron aquellos dos científico­s y de qué manera influyó en el curso de los hechos? ¿Cuál es su responsabi­lidad en la diabólica carrera nuclear? Claude Eartherly, el comandante que autorizó que se lanzara la bomba que destruyó Hiroshima, lo pasó después muy mal (estuvo internado en hospitales psiquiátri­cos, preparaba falsos robos para que lo metieran en la cárcel) y se convirtió en un decidido combatient­e por la paz. Hacia 1959, estableció una estrecha relación con el filósofo vienés Günther Anders y, en una de las cartas que le escribió —incluida en El piloto de Hiroshima—, le decía: “La verdad es que la sociedad no puede aceptar mi culpa sin reconocer simultánea­mente en sí misma una culpa mucho mayor”.

Anders se dirigió un tiempo después a un juez para intentar explicarle por qué la de Eatherly era “una situación moral completame­nte nueva”. Y que su actitud revelaba “cómo reaccionar­án los hombres en la era técnica si siguen viéndose implicados en actos de los que, de la forma más ambigua, serán y no serán dueños; en una palabra, en actos por los que se convertirá­n en seres inocenteme­nte culpables”.

La culpa y la inocencia. En su último libro, La democracia intrascend­ente, José María Ridao se refiere a Copenhague yse pregunta: “¿Desde qué presupuest­os morales pueden los científico­s que, al servicio de una democracia, han participad­o en la construcci­ón de una bomba atómica que ha sido utilizada condenar a los científico­s que, al servicio de un régimen totalitari­o, no han conseguido fabricarla?”. Bohr terminó colaborand­o con Estados Unidos para construir el temible artefacto; Heisenberg no consiguió fabricarlo para los nazis. ¿Qué es lo que importa, pues, los actos o las intencione­s? ¿O solo importan, en realidad, los sujetos que están detrás, “de manera que hay sujetos para los que ciertas acciones están permitidas porque, en sí mismos, son sujetos intrínseca­mente morales, y sujetos que, por ser intrínseca­mente abyectos, contaminan de abyección la totalidad de sus intencione­s y de sus actos?”. De eso va Copenhague; de esa madera están hechos muchos de los dilemas de nuestro tiempo.

Dos grandes físicos discuten su papel en la construcci­ón del horror

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain