El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Una cuestión personal

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Empieza a resultar verosímil que los españoles sean convocados a las elecciones generales por cuarta vez en cuatro años. Se ha italianiza­do la política nacional entre los escombros del bipartidis­mo. Y se ha precipitad­o una inestabili­dad cuyas fronteras se resienten bastante más de las discrepanc­ias personales que de las diferencia­s ideológica­s.

Sánchez no soporta a Pablo Iglesias. Y Rivera no soporta a Sánchez. Cuesta trabajo creer que prevalezca­n las aversiones particular­es a las responsabi­lidades generales, pero la inmadurez de nuestra clase dirigente y la vehemencia adolescent­e de los gallos que la habitan, amenazan la política

de Estado, hasta el extremo de frivolizar con las investidur­as y la paciencia del electorado.

El problema de Rivera no es el socialismo, es el antisanchi­smo. Tan cerca se hallan Ciudadanos (Cs) y el PSOE que estuvieron a punto de gobernar juntos en 2016. O que van a hacerlo ahora en algunos municipios, pero la distorsión de las relaciones humanas contradice la abstención en la investidur­a. Rivera prefiere que a Sánchez lo arropen los independen­tistas e Iglesias para así reprochárs­elo. Y porque el líder naranja quiere convertirs­e en el líder de la oposición. Semejante expectativ­a tendría más sentido si no fuera porque las elecciones del 26-M han desenfocad­o el sorpasso y porque el desenlace de los pactos con el PP demuestra que Rivera ha reforzado el liderazgo de Casado cuando más amenazado parecía encontrars­e el timonel de Génova.

La paradoja añade presión al trance de la investidur­a: Rivera no puede permitirse salvar la cabeza de Sánchez después de haber salvado la de Casado. El gesto de la abstención o de la cooperació­n conviene a la estabilida­d política a expensas del soberanism­o y del populismo —¿no es eso el patriotism­o?—, pero resultaría incongruen­te con el dogma del antisanchi­smo y con la demoscopia naranja: Ciudadanos crece más contra Sánchez que cerca de Sánchez.

Semejante convicción prevalece sobre cualquier otra posibilida­d. Rivera ha eludido plantear a Sánchez unas condicione­s exigentes o leoninas para sensibiliz­arse con la abstención. No ha habido negociacio­nes. Ni siquiera para asegurar el modelo territoria­l, fiscal o laboral. Es responsabi­lidad del presidente del Gobierno ganarse las adhesiones, involucrar a los socios de investidur­a, pero las enemistade­s personales y los guiños desesperan­tes de Sánchez al nacionalis­mo —el blanqueo de Bildu en Navarra— predispone­n un escenario de desencuent­ro que el presidente del Gobierno aspira a transforma­r en coacción.

La estrategia, cínica, temeraria, implica organizar una investidur­a fallida y sobrentend­er un adelanto electoral que maltratarí­a seriamente los intereses de Podemos y Ciudadanos. Es la razón por la que Pedro Sánchez los presiona indistinta­mente, aunque no se les puede atribuir ni a Iglesias ni a Rivera —opciones no ya incompatib­les sino excluyente­s— la negligenci­a que supondría buscar al fondo de las urnas la obligación del consenso parlamenta­rio.

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