Josep Pons se encierra en Madrid con cinco orquestas
El director interpretará seis horas de música compuesta para los Ballets Rusos
Quizá no haya existido un nombre que haya influido tanto en la música desde fuera de ella como el de Sergei Diaguilev. Lo hizo encargándola para sus Ballets Rusos, un invento de audacia en el equivalente a la contemporánea gestión cultural que sacudió el mundo a principios del siglo XX. Lo hizo desde París y congregó a compositores como Stravinski, Prokofiev, Ravel y Falla con artistas de la talla de Picasso, Juan Gris y Dalí y, por supuesto, a bailarines como Nijinski. En dos décadas dieron luz a un nuevo sentido del espectáculo y alumbraron músicas tan revolucionarias como La consagración de la primavera.
Precisamente el estreno de esta pieza en París un
29 de mayo de 1913 se recuerda como uno de los mayúsculos escándalos de la historia de la música. Diaguilev se vio obligado a hacer saltar los plomos del Teatro de los Campos Elíseos para calmar la jauría de la sala justo cuando, como recuerda la marchante Gertrud Stein, que acudió, empezaron a volar sombreros y resultaba imposible escuchar una nota. Ahora, Josep Pons desea que se perciba nítidamente lo que piensa dirigir este sábado en el Auditorio Nacional: ni más ni menos que un maratón de seis horas con buena parte de las obras de los ballets rusos a cargo de cinco orquestas.
El maestro dirigirá a la Orquesta Nacional, a la Sinfónica de Madrid, a la de Radio Televisión Española, a la de la Comunidad de Madrid y a la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) en un programa que incluye a Chaikovski, Prokofiev, Rimski-Korsakov. Borodin, Stravinski y Shostakovich en una jornada concebida para batir marcas. Un maratón musical de temática intensa, excesos y resistencia: sobre todo, para el director, que ha sido invitado por el madrileño Centro Nacional de Difusión Musical para la prueba atlético-interpretativa que celebra cada año con motivo de la cercanía del Día Internacional de la Música, el 24 de junio.
Pons es de largo aliento. “Vengo entrenado gracias a los últimos wagners que he hecho en el Liceo”, afirma. Se refiere, sobre todo, a Tristán e Isolda y a otros títulos como El ocaso de los dioses, última parte de la tetralogía de El anillo del Nibelungo, con medidas de tiempo similares. “El sábado es lo que menos me ha preocupado mientras hemos estado inmersos en esto. Lo que más, prepararlo”. Para ello lleva toda una semana de ensayos con las cinco formaciones y algunas previas meses antes.
Su inquietud mayor es que la abstracción gane la partida en una música concebida para el espectáculo. “Nacieron como parte de una experiencia estética especial. Los ballets habían quedado dentro de los géneros musicales como algo despreciado. Diaguilev apuesta por la calidad”. En todos los aspectos que componían su entramado. Por eso, muchas de las músicas que encarga, acaban formando parte del gran repertorio mundial.
Con rasgos propios. Con identidad diferenciada. “Buscan una El director Josep Pons.
estética, un discurso. En este programa, por ejemplo, con varios títulos, se percibe un alma rusa. Los aspectos tribales, telúricos de El pájaro de fuego o La consagración de la primavera, ahí están”. Pasan a la historia, como también otros encargos hechos por Diaguilev a Ravel, a Falla, caso de El sombrero de tres picos. “Una corriente que en los escasos 20 años que dura representa una alternativa continental puramente europea, por medio de expresiones de músicas periféricas, al dominio alemán”, comenta Pons.
El director tiene en cuenta todo este peso cultural en su singular visión. Por eso se muestra cuidadoso con la precisión que las obras escogidas requieren: “Pulsiones rítmicas que sustituyan la fuerza del elemento visual. Es complejo, porque la música comienza donde terminan las palabras. Y en el ballet esto va más allá. Nos introduce a una historia a través de la gestualidad, con mimo. Todo esto debemos hacerlo comprensible”.