‘Los girasoles’, con todos sus amarillos al descubierto
Un estudio sobre el cuadro de Van Gogh, que ya no se prestará más por su fragilidad, indaga en su experimentación cromática
Vincent Van Gogh estaba convencido de que Los girasoles, uno de sus lienzos más famosos, de los que ejecutó cinco versiones entre 1888 y 1889, sería su seña de identidad. “El girasol es mío”, le escribió a su hermano en 1889, cuando llevaba ya tres años experimentado con la flor. Lo que no pudo prever es que sus cuadros cambiarían también la percepción de la pintura floral holandesa. En especial, la del Siglo de Oro, con sus jarrones de cristal rebosantes de variedades que llaman la atención por su colorido, perfección y quietud. Los bodegones del XVII eran de excepcional calidad, pero los humildes girasoles del artista tienen movimiento. Visto el posterior éxito popular, su enemigo es el tiempo: los pigmentos pierden sus matices y la investigación más exhaustiva sobre los métodos de trabajo del pintor, y el estado de la obra, presentada este jueves en su museo de Ámsterdam, contribuirá a conservarla, porque la sala no volverá a prestarla dada su fragilidad.
La versión de Los girasoles guardada en el museo es una de las cinco de su etapa en la Provenza francesa, cuando se había trasladado a la ciudad de Arlés procedente de París. El estudio científico e histórico del cuadro ahora publicado dio comienzo en 2016 y la gran ventaja es que no ha sido invasivo. Con técnicas digitales para observar la tela en profundidad, pruebas de laboratorio sobre el envejecimiento del color y una restauración respetuosa que solo ha retirado una capa de cera que tenía un aspecto lechoso “se ha podido ver que el amarillo sobre amarillo utilizado resulta de mezclas muy complejas y elaboradas de pigmentos, algunos de los cuales han perdido fuerza”. “Los toques lila de las flores y de su firma en el jarrón se han vuelto azules con el paso del tiempo y la exposición a la luz. Todo envejece. Este cuadro también”, advierte Nienke Bakker, conservadora de la muestra Van Gogh y los girasoles, organizada en el centro holandés.
La obra domina el montaje, pero el resto de los 23 cuadros, acuarelas y dibujos que lo acompañan trazan la ruta camino de la explosión final de un solo color.
Colgado en medio de la sala, se ha abierto una especie de ventana para mostrar la parte de atrás del marco. Van Gogh llegó a Arlés agotado de la intensa vida parisina, donde las naturalezas muertas florales eran muy apetecidas y se lanzó a pintarlas con intención de venderlas. “En esa época, los girasoles no se encontraban en grandes campos sembrados, sino en jardines, parterres y hasta macetas en barrios como Montmartre. En Arlés ya tenía experiencia floral y experimentó con el amarillo dorado, cobre, verdoso o rojizo. Era un alarde de pericia, valentía y dominio del oficio, que le valió la admiración de sus colegas y de su colega francés Paul Gauguin, con el que intercambió cuadros”, añade la experta. Y ese reto, que el propio Van Gogh intuye que puede hacerle famoso tal y como le indica a su hermano Theo, le lleva a no reparar en el tamaño del lienzo. “Cuando se da cuenta de que los girasoles no le caben, corta un listón de madera, lo pega en la parte superior, y pinta encima. El lienzo no le llega y la pincelada amarilla está encima de la propia madera, por eso enseñamos la obra por detrás”. Es Van Gogh en estado febril puro y un gesto que ha dado muchos quebraderos de cabeza a los restauradores, que han puesto, quitado y vuelto a colocar la pieza. Hoy, la conclusión de todos los expertos reunidos alrededor de Los girasoles es rotunda: “No puede salir más del museo. Es demasiado frágil y conservarla tiene ese precio”.