Lunes negro para Argentina tras la rotunda victoria del peronismo
Los mercados financieros reaccionaron ayer con pánico tras la amplia victoria del peronista Alberto Fernández en las primarias. Y la economía argentina bordeó el colapso. El peso
Si al principio de la jornada comprar un dólar costaba 45 pesos, según avanzó la sesión el billete verde llegó a costar 60 pesos, con una caída de más del 30% que forzó la intervención del banco central. La autoridad monetaria subió los tipos de interés hasta el 74% —el nivel más alto del mundo— y la depreciación de la divisa bajó al 22%. Algunos valores bursátiles cayeron hasta un 60%. Una dinámica difícil de mantener en el tiempo.
Desde las oficinas de Alberto Fernández, al que se considera ya como próximo presidente, se intentó lanzar un mensaje tranquilizador. Matías Kulfas, el economista que asesora a Fernández, aseguró que el nuevo Gobierno tendrá una “absoluta voluntad” de cumplir con los pagos de la deuda externa y no recurriría de nuevo a mecanismos de control cambiario como el “cepo” establecido en 2011 por Cristina Fernández de Kirchner. Kulfas añadió que habían mantenido encuentros con funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) para expresarles su deseo de devolver el gigantesco crédito de 57.000 millones de dólares concedido en septiembre de 2018, pero renegociando las condiciones.
El economista atribuyó la responsabilidad de la nueva hecatombe en los mercados a la política económica de Macri. Algo parecido señaló el propio Alberto Fernández se depreció un 30% frente al dólar y forzó la intervención del banco central. Fue un lunes negro. Lo peor es la perspectiva para los próximos meses. El presidente Mauricio Macri perdió su autoridad tras la apabullante
tras conocerse la amplitud de su victoria, cuando dijo que los inversores reaccionarían mal porque se sentirían “estafados”. El pasado viernes, un sondeo difundido por el Gobierno hizo creer en medios financieros que Macri empataría las primarias y ganaría con cierta holgura en octubre. La reacción fue de euforia, con subidas de todos los indicadores. La realidad resultó muy distinta. Fernández se llevó el 47% de los votos y Macri, el 32%. Las esperanzas de reelección de Macri se desvanecieron.
El presidente quedó evidentemente tocado. No supo reaccionar. Admitió la derrota antes de derrota, pero Fernández solo ganó una elección virtual que deberá revalidar el 27 de octubre. Si sucede, el traspaso de poderes se realizará el 10 de diciembre. Mucho tiempo para un país sin un Gobierno creíble.
que se conocieran los resultados, pero ni hizo autocrítica, ni anunció cambios, ni felicitó a los vencedores. Con los ojos vidriosos, se limitó a decir que se sentía mal, que había hecho las cosas lo mejor que había podido y que Fernández debía asumir su parte de responsabilidad a la hora de tranquilizar a los mercados. Ayer, cuando el peso sufrió su caída más vertiginosa, Macri se mantuvo en silencio. Reunió a su equipo económico y aplazó hasta más tarde una reunión del Gabinete. A través de su candidato a vicepresidente, el peronista tránsfuga (y ahora casi apestado) Miguel Ángel Pichetto, hizo saber que no bajaría los brazos y que emprendería la misión casi imposible de remontar y vencer en octubre.
El ejemplo de Brasil
Ni siquiera sus partidarios más acérrimos deseaban una continuación de la batalla electoral. Mantener la campaña supone acentuar el enfrentamiento político, algo que se considera estéril y en realidad contraproducente. Un importante inversor dijo a este periódico que lo más conveniente sería iniciar ya una transición ordenada. “Macri debe reunirse con Fernández y compartir responsabilidades. Idealmente”, añadió el inversor, “las elecciones de octubre deberían adelantarse, para no permanecer tanto tiempo en un vacío de poder”. Muchos analistas evocaron el ejemplo de Brasil en 2002, cuando el presidente Fernando Henrique Cardoso consultó una devaluación del real —una depreciación de la divisa pero decidida por las autoridades— con el gran favorito para sucederle, Lula da Silva.
El silencio de Macri durante la turbulenta mañana de ayer inquietó incluso al kirchnerismo. Axel Kicillof, antiguo ministro de Economía de Cristina Kirchner y prácticamente seguro nuevo gobernador de Buenos Aires, pidió al aún presidente que transmitiera algún mensaje de sosiego y que actuara “con mucha responsabilidad de acá a diciembre”. La inflación sigue cercana al 50% anual y un nuevo desplome del peso solo puede agravarla. El macrismo podría tener la tentación de dejar “tierra quemada” a sus sucesores, con una inflación disparada y una recesión aún más profunda.
Detrás del silencio presidencial se escuchaban quejas, críticas y reproches. María Eugenia Vidal, la popular gobernadora de Buenos Aires, virtualmente desalojada del cargo tras su pésimo resultado en las primarias (32%, frente al casi 50% de Kicillof), lamentó que no se hubiera producido “una reflexión” en las filas gubernamentales. Vidal podía haber fijado en otra fecha las elecciones provinciales, pero aceptó unirlas a las generales para ayudar a Macri a sacar más votos en Buenos Aires; la consecuencia fue la derrota de ambos. El domingo por la noche estaba furiosa.
Casi todas las acusaciones se dirigían a Marcos Peña, jefe de ministros de Macri, y al ecuatoriano Jaime Durán Barba, su gurú electoral. Ambos establecieron un severo sectarismo desde su llegada al poder y en el actual proceso electoral se negaron a escuchar las advertencias que les llegaban de dirigentes más cercanos a la calle que ellos, habituados a medir el humor popular a través de las redes sociales.