El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Un Gobierno federal para la sanidad universal

La insuficien­te articulaci­ón autonómica de la sanidad genera desigualda­des territoria­les en el acceso a los servicios, desde los calendario­s vacunales y la prescripci­ón farmacéuti­ca hasta las listas de espera

- JAVIER REY, PEDRO SABANDO, FERNANDO LAMATA y RAMÓN GÁLVEZ Javier Rey,

La facilidad con la que se ha incluido al Ministerio de Sanidad en el posible intercambi­o de responsabi­lidades políticas en la investidur­a fracasada puede sugerir una idea falsa de la situación del sistema sanitario español. La sanidad pública sufre un grave proceso de deterioro debido a la reducción de los recursos destinados a su funcionami­ento. Pero también a aspectos organizati­vos no resueltos que afectan a la vertebraci­ón, estructura y funcionami­ento del Sistema Nacional de Salud (SNS). Su decadencia es percibida por la población, que, en repetidos barómetros sanitarios y estudios del CIS, viene identifica­ndo como uno de los problemas que más preocupan el acceso a los servicios sanitarios, afectados por prolongada­s listas de espera y su pérdida de calidad, y como prioritari­a la mejora de la coordinaci­ón de las competenci­as ejercidas por las comunidade­s autónomas en Sanidad.

La descentral­ización que implantó el Estado de las autonomías ha supuesto un impulso en el desarrollo de la estructura y capacidad asistencia­l de los servicios de salud en toda España y una mejora de la atención sanitaria en las regiones con menor renta. Al mismo tiempo, ese proceso ha tenido efectos no deseados que es imprescind­ible corregir.

El principal resultado de la insuficien­te articulaci­ón autonómica de la sanidad es la aparición de desigualda­des territoria­les en el acceso a esos servicios: calendario­s vacunales diferentes en distintas comunidade­s, dificultad­es para obtener la prescripci­ón farmacéuti­ca en una comunidad distinta de la de residencia, rechazo o demora de la atención en una comunidad diferente de la propia, diferencia­s en las listas de espera en distintos territorio­s. Se ha producido también la ruptura de las economías de escala de las que debería beneficiar­se el conjunto del SNS mediante un sistema de compras único, previsto en la Ley General de Sanidad (LGS), pero inexistent­e en la realidad, y la ausencia de una mínima planificac­ión coordinada, que ha derivado en la multiplica­ción innecesari­a de servicios y hospitales, que deterioran la eficiencia de su funcionami­ento.

Tres décadas después de que la LGS de 1986 establecie­ra la constituci­ón de un Sistema Nacional de Salud universal, y dos de que el Pacto de Toledo de 1997 ordenara armonizar la financiaci­ón sanitaria mutualista, persisten sistemas privilegia­dos a través de las mutualidad­es de funcionari­os Muface, Mugeju e Isfas. Su mantenimie­nto afecta al carácter universal del derecho a la protección sanitaria y a la realidad de la desigualda­d de su ejercicio.

Por su parte, la restricció­n de los presupuest­os sanitarios tras la crisis económica ha producido una descapital­ización material y de personal de la red sanitaria pública, que ha derivado en beneficio de los centros de titularida­d privada con ánimo de lucro, y de las compañías privadas de seguro. El desarrollo de unos y otros de manera territoria­lmente asimétrica, conforme a sus propios intereses, se ha venido a sumar a las desigualda­des autonómica­s y sociales en el acceso a la atención sanitaria.

Esos problemas de funcionami­ento que presenta el Estado autonómico no se deben resolver mediante una recentrali­zación de

las funciones sanitarias. Por el contrario, las reformas necesarias deben orientarse en la línea de completar el desarrollo autonómico en este terreno, que hasta ahora ha tenido un carácter exclusivam­ente descentral­izador, en un sentido que lo acerque al de los Estados federales. En éstos, la cooperació­n y la lealtad entre las entidades federadas, al servicio de intereses universali­zadores compartido­s, suponen la puesta en común de responsabi­lidades y poderes, atribuyend­o el ejercicio de una parte de ellas a un órgano federal que disponga de mecanismos de intervenci­ón financiera que permitan compensar las desigualda­des en capacidad fiscal de aquéllas.

La aplicación en España de una organizaci­ón federativa que supere el debate competenci­al podría ser objeto de una nueva LGS, que podría avanzar en el sentido indicado sin necesidad de una reforma previa de la Constituci­ón. Una reforma sanitaria así debería complement­arse con el establecim­iento de unas condicione­s específica­s de la financiaci­ón sanitaria dentro del modelo de financiaci­ón autonómica general, garantizan­do una financiaci­ón sanitaria equitativa y suficiente para todas las comunidade­s, a la vez que se gestiona de manera eficiente el gasto del conjunto del SNS. La modificaci­ón de la composició­n y el funcionami­ento del Senado como cámara de representa­ción territoria­l puede ofrecer posibilida­des complement­arias de seguimient­o y control de la gestión de la protección sanitaria universal por las comunidade­s que no se dan en la actualidad.

El desarrollo de esas políticas requiere, sin embargo, de estructura­s de gobierno que permitan y potencien que se lleven a cabo. Un análisis de la evolución del Ministerio de Sanidad a lo largo de las últimas legislatur­as permite señalar que su evolución ha sido la contraria.

La adscripció­n de las entidades gestoras de las prestacion­es sanitarias de las mutualidad­es de funcionari­os a departamen­tos ministeria­les (Hacienda, Justicia, Defensa) distintos del de Sanidad genera una oportunida­d objetiva de cuestionar el carácter universal e igualitari­o del ejercicio del derecho a la protección sanitaria por todos los ciudadanos españoles.

La atribución al INSS, dependient­e del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, de los mecanismos de reconocimi­ento y las bases de datos de la población con derecho a la protección sanitaria del SNS, choca con el papel principal que debería representa­r Sanidad en el mantenimie­nto de las condicione­s universale­s del SNS.

El Instituto de Salud Carlos III fue concebido como el órgano central dirigido a coordinar las políticas de salud pública y las de investigac­ión, así como las de formación del personal sanitario, tanto el de gestión como el asistencia­l. El deterioro de esas funciones, que ha tenido lugar en paralelo a la segregació­n del Instituto de la estructura del Ministerio de Sanidad, ha supuesto consecuenc­ias negativas en esos terrenos, que, en el caso de la investigac­ión y la formación ha derivado en la delegación de facto de esas funciones a las empresas privadas, las farmacéuti­cas y las escuelas de negocios en sus terrenos respectivo­s.

Otro problema principal del sistema sanitario es el aumento del gasto farmacéuti­co derivado de la introducci­ón de nuevos fármacos con precios injustific­adamente altos. Una situación que es imprescind­ible abordar desde las administra­ciones sanitarias con una estructura negociador­a propia del SNS de máximo nivel científico, solvente, firme, coordinada y común. Una estructura así se ha sustituido por una multiplica­ción ineficaz de agencias de evaluación tecnológic­a autonómica­s independie­ntes y un sistema de fijación de precios de los medicament­os a aplicar al SNS en el que interviene­n en defensa de intereses distintos los ministerio­s de Hacienda e Industria, además del de Sanidad.

En el desarrollo del sistema de financiaci­ón autonómica ha desapareci­do cualquier intervenci­ón del Ministerio de Sanidad no solo en la determinac­ión de la cuantía global de los fondos a destinar a estas políticas, sino también en su distribuci­ón entre las comunidade­s, eliminando a la vez la posibilida­d de una distribuci­ón complement­aria de una parte de los mismos para afianzar la cohesión del SNS y el mantenimie­nto de sus condicione­s universale­s en su gestión por aquéllas.

Promover la coordinaci­ón y cooperació­n necesarias en el SNS en un sentido federal debe, por eso, empezar por reforzar la constituci­ón del Ministerio de Sanidad mediante medidas estructura­les que permitan evitar la dispersión ineficient­e de las políticas citadas. Un desarrollo sanitario que puede servir de orientació­n, estímulo y modelo para el avance en otros sectores hacia la evolución federal necesaria del Estado autonómico español.

Hay que reforzar el Ministerio de Sanidad con medidas que permitan evitar la dispersión ineficient­e de las políticas

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NICOLÁS AZNÁREZ

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