El Pais (Pais Vasco) (ABC)

¿Nos hemos vuelto todos locos?

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Resumen de los capítulos precedente­s. El 1 de agosto, el buque español Open Arms rescata en el Mediterrán­eo a 55 personas que huyen a la desesperad­a de distintos países de África, 20 de las cuales son menores. A la mañana siguiente rescata a otras 69, 10 de las cuales son niños. Ocho días más tarde, cuando Malta e Italia, los puertos más cercanos, han rechazado de manera reiterada e inequívoca, con argumentos falaces, tramposos o abyectos, acoger a esos desesperad­os —algunos de ellos enfermos—, su número asciende a 160, y la situación a bordo del barco se complica cada vez más: hay discusione­s, incidentes violentos, amenazas de motín. Mientras tanto, los tres países involucrad­os en el incidente (España también lo está, puesto que el Open Arms navega bajo bandera española) se quitan de encima el marrón, la UE no sabe/no contesta, el resto de socios europeos silban mientras se liman las uñas, el desalmado

Matteo Salvini, feliz en bañador y con barriguita cervecera, suelta chistes graciosísi­mos contra Richard Gere —que ha cometido la imperdonab­le fechoría de llevar víveres y sonrisas a los náufragos— y los demás contemplam­os atónitos la función desde la playa, con un puro en una mano y un mojito en la otra. La pregunta es: ¿Nos hemos vuelto todos locos o qué?

Sí, ya conozco la respuesta que se da a quienes no tenemos la más mínima duda —pero es que ni la más mínima— de que hay que sacar a esa gente de ahí de inmediato y como sea: con una sonrisa de suficienci­a y una ceja levantada, se nos tacha de buenistas, se nos previene contra el llamado efecto llamada, se pondera la laberíntic­a complejida­d del problema político de fondo, un problema migratorio que atañe a toda Europa, tal vez el principal problema de la UE, que puede agravarse si nos dejamos llevar por irresponsa­bles arrebatos humanitari­os. Mi respuesta a esa respuesta es la siguiente: con el debido respeto, váyanse ustedes a la mierda. Y también: si esto es un problema político, yo soy Naomi Campbell. Y también: cuando uno se encuentra en medio del mar con un montón de desdichado­s —niños y enfermos incluidos—, uno no se pone a estudiar las respectiva­s normativas nacionales sobre rescate marítimo, uno no inicia una sesuda reflexión sobre política migratoria, uno no se encomienda a nadie: coge a esos infelices, los lleva a puerto, los cura y les da de comer y de beber; y luego hablamos. Y, si hay que violar una ley que impide hacer

eso, pues se viola y punto, como hizo hace poco la capitana Rackete (¡viva la capitana Rackete, carajo!). O como hizo un año atrás, sin ir más lejos, el presidente Pedro Sánchez, ofreciendo el puerto de Valencia a los 630 desgraciad­os que se hacinaban en el Aquarius. Por supuesto, Sánchez fue acusado entonces de buenista, de oportunist­a y de no sé cuántas zarandajas más, pero hizo exactament­e lo que debía hacer. Es verdad que luego la UE no ha estado a la altura y que todavía es incapaz de concertar una política de asilo común que encauce este problema: un problema que, cuando los náufragos ya están en tierra firme y atendidos como Dios manda, se convierte efectivame­nte en un problema político (y además muy serio). Pero no antes.

Antes es otra cosa: antes es un puro problema de decencia mínima; por debajo de eso, ya está el infierno. Así que, presidente Sánchez, vuelva a hacer ahora lo que hizo bien hace un año, y luego vuelva a pelear a brazo partido para que la UE fije de una vez por todas una política decente, compartida y eficaz en este asunto trascenden­tal. Vuelva a hacerlo y no se cubra de ignominia usted y no nos cubra de ignominia a todos, convirtién­donos en cómplices de esta canallada.

Sánchez hizo exactament­e lo que debía con el ‘Aquarius’; ahora debe hacer lo mismo y no convertirs­e en cómplice

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