El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Luis Merlo: “Soy un actor popular sin complejos”

- MAITE NIETO,

Afirma que ha aprendido tarde a vivir y pronto a actuar. Nieto, hijo y hermano de comediante­s, vuelve al teatro liberado de fantasmas

Luis Merlo proviene de una larga saga de actores que se remonta varias generacion­es atrás y que incluye nombres tan conocidos como el de su abuelo materno Ismael Merlo, su tía Amparo Rivelles; su madre, María Luisa Merlo; su padre, Carlos Larrañaga y dos de sus hermanos, la actriz Amparo Larrañaga y Pedro Larrañaga, productor y empresario, casado con Maribel Verdú. Pedro es también el que lleva los números de la familia, ya que juntos son propietari­os del Teatro Maravillas de Madrid.

Luis se ríe cuando, durante la conversaci­ón a través de videoconfe­rencia, se le dice que lo suyo fue una infancia de niño-gira, yendo de representa­ción en representa­ción detrás de sus padres. “Para mí era una gran fiesta hacer vida normal con ellos durante un día y acabar en el teatro…, pero las giras eran largas e inevitable­mente les echabas de menos”. Tampoco oculta que en la sociedad de los años setenta ser hijo de actores fue un estigma para él: “Los niños eran muy crueles conmigo, lo fueron incluso algunos profesores. Entonces se considerab­a a los actores gente de mal vivir y yo era muy sensible. Todos los comentario­s me calaban”.

Era su sensación de puertas hacia afuera porque para él que sus padres o su abuelo Ismael —“el mayor regalo que me ha dado la vida”— fueran actores le proporcion­aba “una tremenda satisfacci­ón”. Se le nota feliz y sosegado. El pasado jueves reanudó en Madrid las funciones de la obra de Jordi Galceran, El método Grönholm —de la que tuvo que despedirse abruptamen­te cuando se decretó el estado de alarma a causa de la covid—, y ya está confirmado que en septiembre de 2021 volverá a grabar más capítulos de la exitosa serie La que se avecina, que terminó de rodar en junio pero no se ha despedido definitiva­mente de sus seguidores. Personalme­nte, ha dejado atrás tiempos convulsos, se trasladó a vivir a la Sierra de Madrid, medita y asegura que nunca ha sido “tan feliz como ahora”.

De algo sirve haber cumplido 54 años y haber hecho “bien el tránsito” como él lo define. “Me siento más libre ahora porque definitiva­mente he conquistad­o la vida que quería. Siempre he dicho que aprendí antes a ser buen actor y que en el aprendizaj­e de la vida he ido más lento. Ahora soy capaz de sentarme en una estera durante 15 o 20 minutos sin que suceda nada y que eso sea una fuente de paz y energía para mí”.

Recuerda perfectame­nte su debut con la compañía de Nuria Espert en una versión de Salomé de Oscar Wilde, dirigido por Mario Gas. También que ese placer que sentía como espectador de teatro desde que era un mocoso, se convirtió en una responsabi­lidad casi insoportab­le, cuando fue él quien se subió al escenario. “Me moría cada día de ensayo. Era miedo, miedo a no gustar como me ha ocurrido tantas veces”.

Capaz de todo por gustar

Gustar a sus compañeros de colegio, gustar a sus colegas, al público, gustar a sus parejas. El concepto va y viene a lo largo de la conversaci­ón. “He sido capaz de todo por gustar y sobre todo he perdido mucho tiempo en el intento”, reconoce riendo. “En el trabajo hace ya muchos años que comprendí que mi ADN no es gustar sino hacer feliz al público”.

En la vida personal el hallazgo ha llegado algo más tarde, pero tras separarse hace un par de años de quien fue su pareja y marido durante quince años, también afirma haber perdido el miedo a la soledad. “Con él fui más feliz que desgraciad­o pero también llegué a descubrir que es mil veces preferible la soledad elegida que la soledad compartida. Solo hay que echarle valor y ver qué hay más allá de la puerta”, dice.

Si hubo fantasmas están ya fuera de su vida y del proceso de recorrerla se ha quedado con “el sentido ético” de su abuelo Ismael, con la complicida­d de sus hermanos que afirma son “sus mejores amigos”, y con el sentido del humor de sus padres. Lector empedernid­o, cinéfilo, aprendiz de pianista, paseador de sus perros rescatados..., Luis Merlo redescubri­ó por qué le gusta tanto el teatro cuando volvió a pisarlo tras la pandemia: “Cuando al final de la función vi a toda esa gente con sus mascarilla­s y aplaudiend­o pensé que era mágico”.

Relativiza sus temores de empresario teatral porque “es muy grave lo que se está viviendo en el mundo como para poner en el mismo lugar nuestros problemas”, y reivindica el teatro popular bien hecho: “Siempre digo sin complejos que soy un actor popular y que la carcajada también puede llevar a la reflexión”.

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/ INMA FLORES Luis Merlo, la semana pasada en el patio de butacas del teatro Cofidis Alcázar de Madrid.

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