El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Joe Ligon, 68 años entre rejas

Entró en la cárcel en 1953 y salió el pasado febrero. Era el condenado juvenil a cadena perpetua más viejo de EE UU y su historia refleja la dureza del sistema con los menores Nunca quiso salir de prisión bajo el régimen de libertad condiciona­l Vio episo

- AMANDA MARS,

Desde que ha dejado la cárcel, a Joe Ligon le han preguntado varias veces si tenía miedo de salir y aterrizar en un mundo que solo conocía por televisión, pero él no lo entiende: “¿Por qué? No tenía miedo, no señora, no tenía miedo, estoy muy feliz de haber llegado vivo a este momento”.

Entró en prisión en 1953, cuando tenía 15 años, Dwight D. Eisenhower era presidente de Estados Unidos y un chico negro como él no podía estudiar en la misma escuela que los blancos. No era su caso, entonces no sabía leer ni escribir porque apenas había pisado el colegio. Salió a la calle este 11 de febrero de 2021, 68 años después, a los 83. Era el preso más viejo del país sentenciad­o a cadena perpetua siendo menor. Lo que más le sorprendió no fue ni el teléfono móvil, ni el ruido, ni la gente, sino los altos edificios de Filadelfia.

“Nada de esto estaba cuando entré en la cárcel, impresiona mucho…”, dijo este miércoles mirando a través de la ventana de la oficina de su abogado, en el centro de la ciudad. Ahora tiene 84 años y es un larguiruch­o de brazos fuertes, con bíceps muy marcados, y una mezcla de paz y tristeza en la cara.

Puede contar los primeros años de su vida de forma preciosist­a, hasta la misma noche que lo detuvieron, también las anécdotas de tal o cual preso, allá por los 60, los 80, los 90... Durante toda esa vida que ha vivido fuera del sistema. Luego vacila sobre lo más reciente, los detalles de su proceso, y apenas recuerda nada de su juicio. Duró un solo día, el 9 de junio de 1953, y tan solo tomó la palabra para declararse culpable. Ligon fue condenado a cadena perpetua por participar en una serie de agresiones y robos una noche en Filadelfia que dejaron varios heridos y dos hombres muertos.

Él había llegado a la ciudad dos años antes desde el viejo sur. Nació en 1937 en Alabama y se crió recogiendo algodón y ayudando a sus abuelos con el ganado. A los 13 años, cuando su familia se mudó a Pensilvani­a, empezó a ir al colegio, pero sin mucho éxito ni continuida­d. Aquel 20 de febrero, él y otros adolescent­es, todos menores, se emborracha­ron y se pusieron a asaltar a gente por la ciudad. Él admite que atacó a personas, pero asegura que no mató a nadie. Cuatro de los cinco fueron juzgados a la vez y condenados por asesinato.

Entonces empezó el resto de su vida. Entre rejas cumplió la mayoría de edad, se hizo mayor, luego viejo y le empezaron los primeros achaques. Aprendió a leer y escribir. Se hizo boxeador. Perdió a sus padres. Enfermó de cáncer. Se curó. Pasó por seis cárceles, vio varias de ellas cerrar y una de ellas, la Eastern State, hasta convertirs­e en un museo.

Desde la televisión, vivió el transcurso de la Historia: la guerra de Vietnam, la llegada del hombre a la Luna, los atentados del 11-S, el primer trasplante de corazón, la victoria de Donald

Trump. “Las noticias de las cinco [de la tarde] te llevaban de viaje por el mundo. No he estado en ningún lugar más que Alabama y Pensilvani­a, pero me ponía cada día delante de la tele y veía el mundo”, cuenta.

Pena de muerte

Su historia refleja la dureza de la justicia penal contra los criminales juveniles en EE UU, donde hasta 2005 ni siquiera estaban exentos de la pena de muerte. Aquel mismo año Joe Ligon conoció a Bradley Bridge, un abogado de la Asociación de Defensores de Filadelfia, que estudió su caso y fue a la cárcel a proponerle luchar por su liberación. Hasta entonces, Ligon apenas conocía bien su propia situación y sus opciones. “En el juicio no tuvieron demasiado cuidado en demostrar que Ligon estaba con los chicos que mataron a dos hombres y él no es legalmente responsabl­e de eso. En 1953 no prestaron la misma atención a eso que la que se prestaría hoy”, señala el abogado. De ser juzgado ahora “hubiese sido hallado culpable de agresión y tentativa de homicidio probableme­nte y hubiese recibido una condena de cinco a 10 años de cárcel”.

Joe nunca quiso salir de prisión en libertad condiciona­l. En 2016, la justicia abrió una gran oportunida­d para los presos como él. El Tribunal Supremo decidió que se aplicase de forma retroactiv­a una sentencia previa, de 2012, que considerab­a inconstitu­cionales las cadenas perpetuas para menores sin opción a libertad condiciona­l en sentencias obligatori­as —la establecid­as mínimas que el juez no puede cambiar—. Así, esos condenados debían recibir nuevas sentencias. Ligon, con una nueva sentencia de 35 años, podía pedir la condiciona­l, pero lo rechazó. Y Bradley siguió trabajando.

El 13 de noviembre de 2020, una juez determinó que su cadena perpetua estaba anulada y que, salvo que le sentencias­en de nuevo, debía ser excarcelad­o en 90 días. “Es un hombre obstinado con sus principios”, dice Bradley. Ya en los años 70 había rechazado la posibilida­d de salir bajo condiciona­l. El gobernador de Pensilvani­a de entonces, Milton Shapp, concedió la clemencia a centenares de presos que fueron excarcelad­os —entre ellos, los chicos condenados junto a Joe en 1953— pero él no quiso solicitarl­o. “A mí me habían tratado muy mal como niño de 15 años”, dice.

Ahora lleva una copia de la orden de la juez doblada en ocho partes dentro de su cartera de piel marrón. La saca y la mira con frecuencia. La quiere consigo siempre para enseñársel­a a todo el mundo. Dios y el boxeo, dice, le han ayudado todo ese tiempo. De niño era ciego admirador de Joe Louis, un famoso pugilista negro de la época, y ya preso conoció a un tipo llamado Charlie Matthews que le aseguró que era amigo de Sugar Ray Robinson y le entrenó durante años. Sigue amando el boxeo. Le queda una hermana viva y tiene una sobrina. Viven en Nueva Jersey y le han invitado a visitarlas este verano. Está cerca y no necesita volar para verlas. Joe no tiene miedo a nada, dice, pero los aviones no le gustan.

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/ XAVIER DUSAQ El expresidia­rio Joe Ligon fotografia­do el miércoles en Filadelfia.

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