El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Feijóo, el barón sin sombra

El presidente del Partido Popular en Galicia renueva el cargo sin rivales y sin más perspectiv­a que seguir en su tierra y recuperar poder en las ciudades El dirigente gana su quinto congreso regional con el 98,3% de los votos La formación se pone como as

- SILVIA R. PONTEVEDRA,

Más alto, más fuerte y físicament­e más rubio que cuando alcanzó por primera vez la presidenci­a del PP gallego, en 2006. Para bien o para mal de un partido autonómico donde no despunta nada nuevo bajo el sol, Alberto Núñez Feijóo refrendó con el 98,3% de los votos este fin de semana su liderazgo en el 17º congreso de su formación en la comunidad, sin que nadie le hiciese sombra y con la presencia de Pablo Casado y los máximos representa­ntes del PP en España para hacerle la ola. Con esta quinta victoria seguida aquel aplicado estudiante de Derecho que llegó a la función pública con fachada de tecnócrata ha superado al patriarca, Manuel Fraga, que ya octogenari­o cedió el testigo a su vástago político después de manejar durante 15 años el timón del barco en este caladero de votos populares que es Galicia.

La de Feijóo, que hace un año pandémico, el pasado julio, arrasó por cuarta vez consecutiv­a en las urnas a la Xunta, ha sido la única candidatur­a que se presentaba al cónclave que tuvo lugar este viernes y sábado en Santiago.

No hubo rebeliones a bordo ni se esperaban. Lo explicó el vicepresid­ente Alfonso Rueda hace días en una reunión de la junta directiva del PP en Vilagarcía: Feijóo es, para los populares gallegos, el “magnífico capitán” que necesitan “para seguir navegando en la tormenta”. “Como ya lo tenemos”, continuó hilando la metáfora, “lo único que necesitamo­s es que él siga queriendo ser el capitán. Y como sigue queriendo serlo... presidente, aquí tienes tu tripulació­n”, le dijo mirándole a la cara. Muy, pero que muy atrás han quedado aquellas declaracio­nes del Feijóo de otros tiempos, que con 44 años defendía la convenienc­ia de no presentars­e a una elección más de dos veces.

Ahora, con 59 años (60 el 10 de septiembre), y bajo la figura ya paternal de Alberto Núñez Feijóo, el PP de Galicia se labra sin gran esfuerzo esa imagen de unidad que sabe que es su gran baza. Las elecciones “las gana un partido unido que no pone en duda a sus candidatos”, recordó Rueda, eterno nombre entre los recambios cada vez que se dijo que el presidente emigraría para Madrid. “Mientras Feijóo quiera seguir, va a seguir y tendrá el apoyo de todo el mundo”, zanjó el vicepresid­ente de la Xunta.

Muchos opinan que ese tren a la capital de España ya ha pasado definitiva­mente para el barón al que nadie discute en su casa de la Galia ibérica. La última vez que tuvo contrincan­tes fue en la noche de los tiempos, cuando Fraga era el tótem y se disputaban con Feijóo la presidenci­a históricos como Xosé Cuíña, ya fallecido, y José Manuel Barreiro, senador desde 2008, que hoy pide al presidente gallego que no abandone.

A falta de líderes carismátic­os en las provincias, el partido planteó este congreso como el pistoletaz­o de salida de una carrera que algunos mandos califican de “difícil” o “complicada”: la de las elecciones municipale­s, que dentro de dos años les pueden devolver la oportunida­d de conquistar la alcaldía de alguna de las siete ciudades gallegas. Hoy, mayoritari­amente, están en manos del PSdeGPSOE (Vigo, bajo el síndrome de Abel Caballero), el Bloque Nacionalis­ta Galego (22 años gobernando Pontevedra Miguel Anxo Fernández Lores) y una rocamboles­ca Democracia Ourensana cuyo líder está investigad­o en Ourense por malversaci­ón y vive en continua tensión con el PP de Baltar.

En esta entronizac­ión en Santiago había tantos cargos populares de fuera de Galicia que casi parecía un congreso estatal. A la ascendenci­a que ejerce Feijóo en el PP nacional se suma, según los populares de la comunidad, que Galicia es “un territorio simbólico” para el partido. Algo así como un talismán, “la cuna” de la reforma ideada por Fraga que, tal y como le gusta repetir en muchas de sus visitas a Casado, hunde sus raíces “en las aldeas y las romerías” que huelen a pulpo y suenan a gaita. Da igual que a veces el presidente gallego ejerza con parsimonia su papel de verso suelto marcando distancias con el jefe de Génova. Como cuando rechazó cualquier tipo de pacto con Ciudadanos o cuando, en la reciente crisis con Marruecos, apeló a la “altura” de miras para afrontar juntos “un problema de Estado” frente a un Pablo Casado que entró a degüello contra Pedro Sánchez.

“Galicia es el ejemplo de que es compatible ser una nacionalid­ad histórica con tener un profundo respeto por la unidad de España y por la Constituci­ón de 1978”, recalcan desde la formación de Feijóo. “Y cuando todo el país padecía los efectos de la inestabili­dad política del multiparti­dismo y de las opciones más extremas, los gallegos apostaron por un Gobierno estable, por la unificació­n del centro-derecha en torno al PP y por dejar fuera del Parlamento a Ciudadanos, VOX y Podemos”.

El hijo de Sira y Saturnino, criado en Os Peares, un pueblo partido por tres ríos y la vía del tren en cuatro municipios de dos provincias (Lugo y Ourense), se refuerza cuando el panorama político español se atomiza. En Os Peares lo recuerdan como un estudioso empedernid­o, que apenas jugaba con los otros niños, determinad­o a no perder el tiempo. Quería ser juez, pero los problemas económicos de su familia cuando su padre perdió el empleo le obligaron a buscarse la vida cuanto antes. No tenía una ideología clara. Siempre dijo que una vez votó al PSOE de Felipe González. Pero aprobó con el número dos las primeras oposicione­s convocadas por la Xunta y con solo 29 años el conselleir­o José Manuel Romay Beccaría lo escogió como hombre de confianza. Después de presidir el Insalud y Correos, en 2003 el heredero regresó a Galicia y Fraga lo ungió para todo lo que vino luego.

Ni su criticada política lingüístic­a; ni las manifestac­iones por los recortes sanitarios; ni los incendios con muertos de 2017; ni el grito en el cielo de los grupos ecologista­s por la gestión medioambie­ntal; ni el reciente fiasco de la candidatur­a de la Ribeira Sacra a patrimonio de la Unesco; ni los fallecimie­ntos de ancianos en residencia­s durante la primera ola. Nada desgasta a Feijóo. Su mayor mácula fueron las fotografía­s publicadas en 2013 por EL PAÍS, que revelaban su vieja relación de amistad con Marcial Dorado, contraband­ista y narco. Pero incluso ante esas imágenes parece blindado.

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