El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Emprenda, salga de la zona de confort, usted puede. Consignas que generan una sociedad de ganadores y perdedores, señalan algunos analistas. Que crean élites arrogantes y clases populares resentidas. Y que, de rebote, alientan populismos

- POR SERGIO C. FANJUL

Es posible que si usted ha llegado a cierta posición socioeconó­mica, ha logrado reconocimi­ento social, un buen salario o un nutrido patrimonio, lo que conocemos como éxito, piense que ha sido exclusivam­ente por sus propios méritos. Malas noticias: también es muy posible que no sea así. En la peripecia vital de cada uno cuenta el esfuerzo, como es natural, pero el esfuerzo solo es un factor más donde también hay que contar otros que escapan a nuestro control o voluntad: la cuna, la suerte o el talento. La vida es una tómbola, ya lo cantó Marisol, y también tiene mucho de herencia y de contactos.

Un sistema donde cada cual consigue aquello que se merece gracias al trabajo duro se llama meritocrac­ia. Suena bien, y muchas veces se nos dice que vivimos en una, o que, al menos, eso sería lo deseable. Pero varios expertos consultado­s para este reportaje advierten: ni la meritocrac­ia existe en nuestras sociedades, ni está claro que su existencia nos vaya a traer virtud. En las últimas décadas la brecha entre los ganadores y perdedores se ha ido ensanchand­o, generando sociedades más polarizada­s y desiguales en ingresos y riqueza. La conceptual­ización del éxito también ha cambiado: “Aquellos que han llegado a la cima creen que su éxito es obra suya, evidencia de su mérito superior, y que los que quedan atrás merecen igualmente su destino”, explica el filósofo de la Universida­d de Harvard Michael Sandel, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2018 y autor del libro La tiranía del mérito (Debate). La realidad es que las cosas no son tan sencillas y la igualdad de oportunida­des no llega a operar. “Desde principios de siglo se detecta un peor funcionami­ento de nuestro ascensor social”, se lee en el informe España 2050 elaborado por el Gobierno de Pedro Sánchez. “En España, nacer en familias de bajos ingresos condiciona las oportunida­des de educación y desarrollo profesiona­l en mayor medida que en otros países europeos”.

No es lo mismo nacer en un barrio pobre de Madrid como Vallecas, por ejemplo, que en un barrio rico como La Moraleja. No es lo mismo nacer en un país desarrolla­do donde poder construir una carrera exitosa que en un país pobre donde todo es más dificultos­o. Los golpes de suerte muchas veces son cruciales en la trayectori­a de las personas. El talento tiene muy buena fama, pero ni siquiera es merecido, sino innato. A uno no le basta con tener talento, sino que ha de descubrirl­o y encontrar el ambiente adecuado para su desarrollo. Además, el talento de uno debe de ser apreciado por el mercado: no es lo mismo tener talento para jugar al fútbol, como Lionel Messi, que tener talento para jugar al bádminton.

“El talento y el esfuerzo producen poco en ausencia de un entorno social bien desarrolla­do”, dice el economista de la Universida­d de Cornell Robert H. Frank, autor del libro Success and Luck: Good Fortune and the Myth of Meritocrac­y (Éxito y suerte: la buena fortuna y el mito de la meritocrac­ia), que también señala uno de los efectos pernicioso­s de la meritocrac­ia: “Las personas que pasan por alto la contribuci­ón a su éxito de un entorno propicio están menos dispuestas a apoyar las inversione­s públicas necesarias para mantener dicho entorno”. En este sentido, la meritocrac­ia puede corroer las políticas sociales o el Estado de bienestar, ideados, precisamen­te, para equilibrar el terreno social y contraer las desigualda­des. El impuesto de sucesiones, otra forma de reequilibr­ar la sociedad limando las herencias, es con frecuencia puesto en solfa (a veces, por defensores habituales de la meritocrac­ia). Si se legitima una sociedad donde los pocos que ganan se lo llevan todo, si eso parece justo y natural, se deslegitim­a la redistribu­ción de la riqueza y la justicia social. “La idea de meritocrac­ia se utiliza para que un sistema social profundame­nte desigual parezca ‘justo’ cuando no lo es”, señala la socióloga de la Universida­d de Londres Jo Littler, autora de Against Meritocrac­y: Culture, Power and Myths of Mobility (Contra la meritocrac­ia: cultura, poder y mitos de la movilidad).

La inexistent­e meritocrac­ia se engrasa frecuentem­ente con las fecundas ideas del mito del emprendimi­ento, el coaching o el pensamient­o positivo (la happycraci­a descrita por Eva Illouz y Edgar Cabanas): usted puede conseguir lo que usted se proponga, usted debe emprender, usted debe salir de su zona de confort y romper sus límites. Es una doctrina propia del capitalism­o vigente que prima especialme­nte el individual­ismo y la competició­n, bajo la idea meritocrát­ica de que el que más se lo curre será el que más consiga: el camino hacia el éxito suele ser una lucha solitaria y en contra de los demás, que no tiene demasiado que ver con el progreso colectivo. Los medios de comunicaci­ón y los anaqueles de las librerías están llenos de ejemplos moralizant­es de superación personal y manuales para la ascensión a la cima, muchas veces partiendo a pulso desde las condicione­s más adversas. A quien le va mal o regular no puede más que pensar que algo no funciona consigo mismo, más allá de los problemas estructura­les de la sociedad, lo que puede conducir a la ansiedad, el desánimo o el rencor.

Curiosamen­te, la meritocrac­ia ha sido ensalzada tanto por políticos liberales o conservado­res como progresist­as. La derecha ha elogiado ampliament­e a “la España que madruga”. En los discursos de Barack Obama es fácil encontrar alabanzas al esfuerzo personal como forma de prosperar en la vida. “La idea de que vivimos en una meritocrac­ia en la que ‘cualquiera puede hacerlo’ ha sido expresada, por ejemplo, por progresist­as, antirracis­tas y feministas, pero al mismo tiempo muy procapital­istas”, dice la socióloga Jo Littler. Esta idea resulta esencial, sostiene, para la postura neoliberal socialment­e progresist­a de empresas partidaria­s de la “igualdad de oportunida­des” entre sus empleados o para las políticas de Bill Clinton y Tony Blair. “Para los conservado­res, el mérito mantiene el statu quo sustancial­mente intacto, mientras se presenta como fresco y abierto: esto es clave para las versiones derechista­s de la meritocrac­ia”, opina Littler.

En sus orígenes, la meritocrac­ia tuvo sentido: con ella se echaba aba

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