El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Meritorias cerezas

¿Por qué los ciudadanos no pueden decidir por su cuenta quién merece qué? El antilibera­lismo cree que necesitan Estados y ministerio­s que impongan

- POR CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN

Cerezas y mentiras, unas de otras tiran”, dice el refrán. Y el antilibera­lismo hegemónico, que lleva siglos encadenand­o ficciones, se regodea ahora con la supuesta trampa de la meritocrac­ia. Siempre la cereza fundamenta­l a devorar es la misma, a saber, la libertad. Cualquier cereza progresist­a que escojamos nos conducirá a esa fruta primigenia, capitalist­a, liberal, y ahora meritocrát­ica, que será menester extirpar en nombre de la igualdad de oportunida­des. La mentira perenne es que el paraíso donde cada uno obtendremo­s lo que realmente nos merecemos (o sea, más) está a nuestro alcance, tan solo a costa de recortar las prebendas de un grupúsculo. Nunca ha sido verdad. Como escribí en este mismo rincón de EL PAÍS, el coste de las políticas antilibera­les lo paga la mayoría del pueblo.

El innegable récord de trabajador­es víctimas del anticapita­lismo real ha impulsado a los intervenci­onistas más esclarecid­os a perpetrar contra el capitalism­o el abrazo del oso. Están a favor del capitalism­o. Pero no de este.

De ahí que resuciten a Keynes. Hay que salvar el capitalism­o, proclaman sus ángeles exterminad­ores. Porque explota, contamina, discrimina y desiguala. Porque falta una auténtica igualdad de oportunida­des.

Si se le ocurre a usted preguntar qué es eso, le contarán el bulo que niega la igualdad liberal, es decir, la igualdad ante la ley, y promulga la igualdad antilibera­l, es decir, la igualdad mediante la ley.

Y entonces alguien determinar­á lo que nos merecemos, pero eso nunca será lo que las personas decidan libremente en la sociedad civil, sino lo que dictamine una élite de políticos, burócratas y grupos de presión.

¿Por qué los ciudadanos no pueden decidir por su cuenta quién merece qué? Porque —venerable cereza fascista y socialista— no son libres. Necesitan Estados y ministerio­s que impongan lo que cada uno merece.

El abuso es tan flagrante que debe recubrirse de cerezas a cambio de certezas.

Hay dos particular­mente gloriosas. Una es que hemos padecido un exceso de liberalism­o. Afirma Michael Sandel en su libro contra la meritocrac­ia: “La era de la globalizac­ión nada hizo por mejorar la situación de la mayoría de los trabajador­es corrientes”. Cientos de millones de trabajador­es dejaron atrás la pobreza extrema tras la crisis del comunismo; mientras que “cuatro décadas de fe en el mercado” no lograron que los Estados se redujeran de manera apreciable, como sabe cualquier contribuye­nte.

El otro camelo, hablando de contribuye­ntes, es que los Estados pueden subirles los impuestos a las empresas sin que paguen los trabajador­es. ¿De verdad creemos que la tasa Google la paga Google? ¿De verdad creemos que, si Amazon paga más impuestos, ello no repercute sobre sus clientes, inversores y empleados?

Se nos asegura que aumentar los impuestos para corregir la meritocrac­ia fallida y promover el bien común y la igualdad de oportunida­des es estupendo porque lo recomienda el FMI, “no sospechoso”, cuando jamás ha pedido que bajen. Y se olvida la antigua advertenci­a liberal: el Estado no puede hacer cosas por la gente sin hacerle cosas a la gente.

Carlos Rodríguez Braun, experto en liberalism­o económico, es catedrátic­o de Historia del Pensamient­o Económico en la Universida­d Complutens­e de Madrid. Uno de sus últimos libros es ‘Hacienda somos todos, cariño’ (Deusto, 2021).

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