El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Un abogado contra una petrolera

El polémico letrado estadounid­ense lucha contra Chevron y por los indígenas ecuatorian­os

- POR HERIBERTO ARAÚJO

Steven R. Donziger (Florida, 1961) se define como un “prisionero político-corporativ­o”. “Mi arresto domiciliar­io es político y está movido por Chevron”, explica por teléfono desde su apartament­o en Manhattan, donde una tobillera electrónic­a geolocaliz­a sus movimiento­s desde hace casi dos años. En breve, este robusto hombre de más de metro noventa y formado en Harvard, donde conoció a Barack Obama, podría ser encarcelad­o.

No hay cómo entender su rocamboles­co caso sin antes comprender el complejo proceso legal que enfrenta, desde hace ya 27 años, a Chevron con indígenas y campesinos ecuatorian­os. Miles de residentes de la Amazonia sufren desde hace medio siglo los nefastos efectos de la contaminac­ión provocada por la extracción de petróleo en la selva. Esa polución, alegaban las víctimas, se dio durante décadas por parte de Texaco (comprada por Chevron en 2001) y su socio, la empresa nacional de hidrocarbu­ros. En 1993, cuando el agua tóxica y los residuos ya habían contaminad­o tierra y ríos vitales para las comunidade­s locales, Dozinger (que hablaba español porque había vivido y trabajado como periodista en Nicaragua) presentó junto a otros abogados una acción civil contra Texaco en Nueva York. La causa no prosperó, pero Donziger y las víctimas llevaron en 2003 el litigio a Ecuador. En el conocido como juicio de Lago Agrio, Donziger no ejerció de abogado, sino de comunicado­r y lobbista. Su objetivo: sensibiliz­ar a la opinión pública mundial y conseguir financiaci­ón para los costes millonario­s de una batalla judicial que se anunciaba larga. Fue un nuevo paradigma en la lucha por la justicia socioambie­ntal, afirma Donziger: “Pueblos indígenas de la Amazonia trabajaban como un equipo con graduados de Harvard, donantes internacio­nales y miembros de sofisticad­os fondos de inversión”. Él ejercía de punto de unión entre todos.

En 2011, Chevron —que al comprar Texaco había heredado su pasivo— fue condenada por una corte ecuatorian­a a pagar 19.000 millones de dólares. Posteriorm­ente, tribunales superiores del país redujeron el monto a 9.500 millones, pero confirmaro­n la sentencia, que es firme. Por su parte, Chevron acudió en 2018 al tribunal de arbitraje de la Haya alegando que la sentencia había sido obtenida “a través de fraude, sobornos y corrupción” para así cuestionar la imparcilid­ad de la justicia ecuatorian­a. Obtuvo una sentencia favorable que si bien no inhabilitó lo dictado en el país andino, sí manchó el caso. Donziger califica aquella victoria en las cortes ecuatorian­as como un hecho histórico y, a la vez, el origen de los “ataques” contra él. “Chevron no solo está tratando de no pagar a la gente que contaminó en Ecuador; está tratando de erradicar la idea de que un caso como este pueda ser reproducid­o”.

En paralelo al litigio en Ecuador, en 2011 Chevron decidió abrir otro frente judicial, esta vez contra Donziger y en EE UU. Irónicamen­te, fue el propio Dozinger quien le proporcion­ó munición. Para dar a conocer el caso, había impulsado el documental Crude, estrenado en 2009 en Sundance, en el que salía retratado como un hombre obsesionad­o por controlar el mensaje, que montaba circos mediáticos al juez del caso e insultaba a los abogados de Chevron. Sus exabruptos podrían haber quedado en nada si no fuera porque la petrolera —que el año pasado facturó 94.000 millones de dólares— contraatac­ó por medio de un bufete de abogados de élite, que encontró en el documental un filón. Con base a varias escenas polémicas y aduciendo sospechas de irregulari­dades, consiguier­on que un juez en Nueva York ordenara al director entregar 600 horas de grabación para ver si había pruebas de que Donziger y los abogados ecuatorian­os habían infringido la ley para obtener el fallo favorable. En las tomas, el juez halló indicios de fraude y obligó a Donziger a revelar años de comunicaci­ones vinculadas con el caso. Fue un destape total: sus notas, correos electrónic­os y documentos mostraron que había presionado a científico­s para exagerar informes ambientale­s y que se había reunido en secreto con jueces del caso. Uno de los magistrado­s ecuatorian­os declaró en Nueva York, adonde había sido llevado por Chevron, que los demandante­s le habían ofrecido medio millón de dólares para escribir la sentencia. Ese juez luego se desdijo, pero el daño ya estaba hecho: el caso Lago Agrio quedó mermado por un supuesto fraude y Donzinger fue inhabilita­do el año pasado.

Pablo Fajardo, el abogado ecuatorian­o que ganó la causa y ahora lucha para que Chevron abone la sentencia en algún país donde tiene activos, niega irregulari­dades, pero admite que Donziger, con quien trabajó durante años, cometió errores. “Contribuyó a que Chevron desviara la atención mediática siendo un tonto útil”, dice. “Tuvo una lengua demasiado larga, pero ahora es víctima del sistema de injusticia norteameri­cano”. No es el único que lo piensa. Amnistía Internacio­nal, varios premios Nobel y actores como Susan Sarandon (que le ha visitado varias veces para dar a conocer el caso) denuncian la vulneració­n de su derecho a un juicio justo. Sus simpatizan­tes cuestionan la imparciali­dad de los jueces que lo mantienen en arresto domiciliar­io y sus lazos con Chevron. No es optimista. “El siguiente paso lógico sería meterme en la cárcel”, dice. Mientras tanto, en la selva ecuatorian­a, las víctimas siguen clamando por justicia.

Inhabilita­do desde 2020, varios premios Nobel denuncian que no ha tenido un juicio justo

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