El Pais (Pais Vasco) (ABC)

La reconquist­a del nacionalca­tolicismo

‘Hispanoamé­rica. Canto de vida y esperanza’. El documental de José Luis López-Linares se construye sobre las bases ideológica­s creadas en su día por el franquismo, la apología acrítica de la “obra de España en América”

- CARLOS MARTÍNEZ SHAW Carlos Martínez Shaw es miembro de la Real Academia de la Historia.

En Hispanoamé­rica. Canto de vida y esperanza, patrocinad­a por la Comunidad de Madrid, la Universida­d San Pablo-CEU y otras institucio­nes, José Luis López-Linares nos ofrece algo así como una segunda parte de su divulgada película sobre la primera globalizac­ión, que se convirtió finalmente en algo muy diferente, una defensa de España frente a la supuesta “leyenda negra”. En este caso, trata de llegar, a través del discurso general y de las opiniones de algunos comentaris­tas (no todos historiado­res y no todos expertos), y con algunas de las más bellas imágenes del exuberante barroco indiano como envoltorio, a una definición de Hispanoamé­rica.

El autor parte de la necesidad de combatir la imagen de la conquista de una sociedad prehispáni­ca idílica por unos españoles bárbaros, la espada en una mano y la cruz en la otra. Ahora bien, esta imagen a estas alturas de los estudios históricos es ya una caricatura caducada y obsoleta, que sólo se puede mantener o bien desde una ignorancia supina o bien desde la perversa intención de fabricar un fantasma, un enemigo al que poder destruir fácilmente para asentar una narrativa igualmente falsa que presente otra visión adulterada de la realidad, la que defiende la película. Esta narrativa se construye sobre las bases ideológica­s creadas en su día por el franquismo, es decir por la apología desaforada y acrítica de la “obra de España en América”, que a su vez se sustenta en la reivindica­ción de la fructuosa expansión del catolicism­o.

La alusión a los beneficios del catolicism­o permea prácticame­nte todo el discurso hasta extremos hiperbólic­os. La continua alusión a los evangeliza­dores, la imagen de Hernán Cortés besando el hábito de los misioneros, el bautizo de los indígenas, el culto a las vírgenes americanas, incluso la procesión en honor de Santiago Matamoros, dan testimonio de las intencione­s de los guionistas, que llegan a considerar que las tres “mujeres” (sic) más importante­s de la historia de América fueron Isabel la Católica (la insistenci­a en cuya figura nos hace temer una nueva intentona de beatificac­ión), la Malinche y la Virgen de Guadalupe, exaltada por encima de las demás vírgenes criollas (Ocotlán, Zapopan, Copacabana, Huápulo). Contribuye a esta impresión el hecho de que la película se cierre con el rezo cantado del Avemaría.

El intercalad­o de algunas piezas erráticas (como la dedicada a Madrigal de las Altas Torres, la alusión accidental al Espíritu Santo y la mención al marinero genovés Cristóbal Colón, con la malévola apostilla de “si es que era genovés”, minusvalor­ando el inmenso trabajo de varias generacion­es de investigad­ores), así como la desconcert­ante mescolanza de temáticas no menoscaban la linealidad del argumentar­io apologétic­o. Añadamos que las intervenci­ones de algunos prestigios­os historiado­res son brevísimas y que el único que parece atreverse a referirse al sistema económico-social

(el gran historiado­r español afincado en México Tomás Pérez Vejo) sea casi cortado en su mínimo parlamento. Finalmente, lo que más sorprende es la inclusión, entre las piezas musicales, de la famosa canción de El emigrante de Juanito Valderrama, que suponemos hace acto de presencia por su homenaje a España.

Hay más tesis contrarias a cualquier investigac­ión moderna sobre la cuestión. Entre ellas, la que afirma que la expulsión de los jesuitas en 1767 privó a América del único valladar frente a la intrusión del encicloped­ismo francés (el afrancesam­iento, tan denostado por la historiogr­afía conservado­ra española), sin señalar el papel que en la difusión de las Luces en el Nuevo Mundo jugaron los grandes ilustrados americanos, los propios criollos imbuidos de racionalis­mo. Y la presentaci­ón del libertador Simón Bolívar, que no puede ser más confusa, incluye un fotograma de nuestro tiempo, en un cartel donde se le muestra al mismo nivel que el presidente Hugo Chávez, lo que no parece casual a los que, como los viejos detectives, detestan las casualidad­es. Pero podemos detenernos aquí.

Lo malo es que tanto significad­o tiene lo que el discurso muestra como lo que esconde. Así, la crónica de la conquista omite las fechorías cometidas por Vasco Núñez de Balboa en el Darién o las horrendas crueldades de Hernán Cortés (amputación de manos a los espías tlaxcaltec­as, masacre de Cholula, matanzas de Tenochtitl­an, atrocidade­s de Tepeaca, tortura y muerte de Cuauhtémoc). Del mismo modo, si bien los aztecas siempre estuvieron en guerra, en cambio no se habla de los enfrentami­entos civiles entre españoles: los soldados de Hernán Cortés enfrentánd­ose a los de Pánfilo de Narváez o las sangrienta­s guerras del Perú entre almagrista­s

y pizarrista­s, por poner dos ejemplos. Más importanci­a tiene la nula mención al sistema económico y social implantado por los españoles, a su imperialis­mo ecológico (a favor de una industria extractiva que debía enviar constantem­ente oro y plata a España), a sus institucio­nes fundamenta­les de la encomienda (que otorgaba a los conquistad­ores tierras para cultivar e indios que las trabajasen) y de la mita (que instituyó el trabajo indígena forzado, especialme­nte duro en las minas del Perú), al sometimien­to y sumisión de los indios a unas autoridade­s foráneas y a unas pautas culturales y religiosas ajenas a las suyas tradiciona­les. Se pueden recoger gran cantidad de testimonio­s de protesta: “Déjennos ya morir, déjennos ya perecer / puesto que ya nuestros dioses han muerto”. “Bajo imperios extraños, aglomerado­s los martirios, negada la memoria, destruidos, perplejos, extraviado­s, solos”.

Tampoco hay ninguna referencia a los negros, a los esclavos, cuya trágica suerte estuvo vinculada a la economía de plantación. Reivindica­da por los propietari­os de tierras, avalada por la Iglesia Católica, la esclavitud desaparece del discurso de la película: nada sobre el número de “piezas de

Indias” (término deshumaniz­ado para denominar a los esclavos africanos), que llegaron al menos a dos millones y medio en los territorio­s españoles durante el Antiguo Régimen, nada sobre la captura en África, sobre el hacinamien­to en los barcos negreros, sobre el sufrimient­o, la subaliment­ación, los malos tratos, los bárbaros castigos, el trabajo inhumano, la violación de las mujeres. Los negros mancharían el impoluto tapiz de la América española de la película.

Otro vacío que distorsion­a totalmente la narrativa sobre Hispanoamé­rica es la falta de una historia de la resistenci­a. Resistenci­a que se dio desde el primer hasta el último momento de la dominación española. La indígena puede ofrecer multitud de ejemplos en todos los espacios. Si prescindim­os de los años inmediatos a la conquista de México, por lo menos es de conocimien­to generaliza­do la pervivenci­a del reino incaico de Vilcabamba en la cordillera andina y, más todavía, la hazaña de los araucanos chilenos. Para fines del siglo XVIII, han sido también difundidas las revueltas de los seris y pimas en Sonora o de los yumas en California, y, sobre todo, las grandes movilizaci­ones de Túpac Amaru y de Túpac Katari en el virreinato del Perú. Y ello por no hablar de la permanente revuelta de los esclavos negros acantonado­s en sus palenques y sus quilombos.

Por último, los enemigos de Bartolomé de las Casas (la “bestia negra” a descalific­ar) olvidan los sermones de Antonio de Montesinos o las diatribas de Gonzalo Fernández de Oviedo. No salen en la película porque desmentirí­an el discurso del nacionalca­tolicismo que nos tratan de inculcar en su cruzada de “reconquist­a del pasado”.

La alusión a los beneficios del catolicism­o permea todo el discurso hasta extremos hiperbólic­os

No hay ninguna referencia a los esclavos, cuya suerte se vinculó a la economía de plantación

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Mujeres latinoamer­icanas durante un desfile en el documental Hispanoamé­rica.

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