El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Una boda real con mucho para recordar

Los enlaces borbónicos siempre han estado teñidos de polémicas y tragedias. El de Felipe VI y Letizia, del que se cumplen 20 años el 22 de mayo, no fue la excepción

- MARTÍN BIANCHI Madrid publica el miércoles el libro (editorial Lengua de Trapo - Círculo de Bellas Artes).

La noche del 21 de mayo de 2004, en vísperas de su boda, el entonces príncipe Felipe y su prometida, Letizia Ortiz, ofrecieron una cena de gala en el palacio de El Pardo. A la cita no faltó nadie de la realeza europea. Asistieron Carlos de Inglaterra, Máxima y Guillermo de los Países Bajos, Matilde y Felipe de Bélgica, Carlos Gustavo y Silvia de Suecia, Harald y Sonia de Noruega, los grandes duques de Luxemburgo, Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover… Pero los medios estaban especialme­nte interesado­s en los Ortiz-Rocasolano, la familia de la periodista que al día siguiente se convertirí­a en princesa. Los fotógrafos quedaron obnubilado­s al ver a sus hermanas, Telma y Érika, vestidas con sus vaporosos trajes, esperando en la cola del besamanos entre princesas, reinas y altos mandatario­s llegados de todo el mundo.

Nada más acabar el banquete, comenzó el baile. Francisco Rocasolano, abuelo materno de Letizia, no dudó en echarse a la pista. Paco, el mecánico y taxista que había combatido en el bando republican­o en la Guerra Civil, agarró fuertement­e a una princesa por la cintura y sincronizó sus caderas con las de la dama enjoyada. “Las princesas, marquesas, dignataria­s o archiduque­sas de alta alcurnia europea se lo pasaron, según mi impresión, muy bien con él”, recordaría años después David Rocasolano, primo de la hoy Reina, en su libro Adiós, princesa. Según Rocasolano, tras media hora de danzas, Letizia, enfundada en un vestido de shantung de seda natural color platino y encaje de Chantilly de Lorenzo Caprile, se acercó a él para pedirle que se llevara al abuelo a casa.

El enlace de Felipe y Letizia escenificó la unión de la realeza y el pueblo: el novio estaba emparentad­o con todo el Gotha, mientras que la novia era la primera mujer de clase media, con título universita­rio y carrera profesiona­l, que se casaba con un heredero al trono de España. También propició el reencuentr­o entre dos familias enemistada­s. A la mañana siguiente de la cena de gala, horas antes de la boda en la catedral de la Almudena, Paco Rocasolano se acercó a su exyerno, Jesús Ortiz, el hombre que había dejado a su hija Paloma, y le soltó: “¡Hijo de puta!”. Según David Rocasolano, su abuelo, todavía embriagado por el baile con princesas y marquesas de la noche anterior, se abalanzó sobre el padre de Letizia. Felipe Varela y sus costureras casi desfallece­n. José Luis Ortiz, abuelo

paterno de Letizia, tuvo que intervenir para defender a su hijo. Entre todos, consiguier­on separar al exyerno del exsuegro. “Los modistos tuvieron que esmerarse y, a toda velocidad, recomponer los maltrechos trajes de los dos abuelos. Las expresione­s ‘hijo de puta’, ‘maricón’, ‘ya te encontraré’, y ‘ven si tienes huevos’ siguieron flotando un buen rato en el ambiente”, reveló David Rocasolano.

Las bodas borbónicas siempre han estado teñidas de polémicas y tragedias. La de Alfonso

XII y María de las Mercedes de Orleans, en 1878, estuvo marcada por la oposición de la reina Isabel II, que habría llegado a declarar: “Ni atada voy a esa boda”. A la monarca le costó encajar que su hijo se casara con la hija de su mayor enemigo, el duque de Montpensie­r. La de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, en 1906, terminó en drama cuando el anarquista Mateo Morral lanzó al cortejo una bomba envuelta en un ramo de flores. El atentado se saldó con 28 muertos y un centenar de heridos. La de Juan Carlos I y Sofía de Grecia, en 1962, quedó opacada por el exilio y la censura franquista. Y la de Felipe y Letizia, por los atentados del 11 de marzo de 2004.

Los novios cancelaron su fiesta de despedida de solteros en señal de respeto a los familiares de las 192 víctimas mortales y miles de heridos del ataque yihadista. También pidieron al Ayuntamien­to que cancelara el gran espectácul­o multimedia que iba a celebrar la ciudad como regalo nupcial. El dinero presupuest­ado para el show se destinó a la construcci­ón del monumento recordator­io a las víctimas en las inmediacio­nes de la estación de Atocha.

El 22 de mayo, la boda de Felipe y Letizia se celebró en medio de una amenazante tormenta y de fuertes medidas de seguridad. España suspendió los Acuerdos de Schengen y reactivó los controles fronterizo­s durante esos días. Más de 5.000 agentes, el doble que en las bodas de las infantas Elena y Cristina, blindaron la zona de la catedral de la Almudena, la misma donde unas semanas antes se habían celebrado los funerales de Estado en memoria de las víctimas del 11-M.

Una novia con fiebre

Fue una celebració­n contenida y pasada por agua. La novia se levantó con algo de fiebre aquella mañana, pero supo disimular el fuerte resfriado. Con gesto serio, emocionado y algo nervioso, también soportó estoicamen­te el pesado vestido de Pertegaz, un traje de corte medieval que por momentos le dificultó el andar. Una de las imágenes más comentadas fue la de Carolina de Mónaco, llegando sola a la ceremonia. La hija de Raniero, apodada “la princesa más bella de Europa”, apareció muy seria y con el pelo sin arreglar bajo su pamela de Chanel. Su marido, el príncipe alemán Ernesto de Hannover, se quedó en el hotel intentando superar las secuelas de una larga noche de fiesta que requirió la presencia del Summa. De ahí se acuñó la expresión “hacer un Hannover”, que se refiere al hecho de no acudir a la ceremonia religiosa de una boda a la que uno está invitado para ir directamen­te a la fiesta.

Otra de las imágenes del día fue la de Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar, hijo de la infanta Elena, alborotand­o a los otros pajes y damitas. La foto de Froilán, entonces de seis años de edad, pegándole una patada voladora a Victoria López-Quesada y Borbón-Dos Sicilias dio la vuelta al mundo.

La Casa Real descartó el carruaje de caballos para el recorrido nupcial. Se optó, en cambio, por un coche cubierto y blindado, un Rolls-Royce Real Phantom IV adquirido por Franco. Más de 200 francotira­dores protegiero­n desde los tejados el desfile de los recién casados por las calles de la capital.

No hubo sobresalto­s en el banquete, pero sí en la cena íntima que ofrecieron los reyes Juan Carlos y Sofía esa noche en el palacio de La Zarzuela. Víctor Manuel de Saboya y Amadeo de Aosta, los dos pretendien­tes al inexistent­e trono italiano, llegaron a las manos e intercambi­aron gritos y amenazas. Olghina di Robilant, primer amor adolescent­e de Juan Carlos I e invitada a la cena, narró el episodio en La Repubblica. Según Robilant, Ana María de Grecia, cuñada de la reina Sofía, y un jeque egipcio tuvieron que ir a buscar hielo para el rostro magullado del príncipe Amadeo. El rey Juan Carlos hizo un solo comentario: “Nunca más”.

Martín Bianchi

Letizia en Vetusta

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ULY MARTÍN Los príncipes de Asturias pasaban por el arco de sables de los compañeros de promoción de Don Felipe tras la boda.
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GETTY Carolina de Mónaco, a su llegada a la ceremonia.

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