El Pais (Pais Vasco) (ABC)

La Francia del Pacífico se asoma al conflicto civil

Los disturbios por la reforma constituci­onal en Nueva Caledonia remueven la herida colonial

- MARC BASSETS París

Nueva Caledonia es una herida que toca algo íntimo de Francia: los restos del pasado colonial y sus ambiciones de grandeur y poder global. A 17.000 kilómetros de París, un mínimo de un día entero de avión y nueve husos horarios, es la Francia de las antípodas. ¿Un anacronism­o? ¿O un experiment­o de soberanía compartida en el siglo XXI? Exótico para los franceses de la metrópolis y sus dirigentes, este archipiéla­go al noreste de Australia —colonizado en 1853— vive estos días sus horas más graves desde la violencia de los años ochenta, una situación que se califica de casi-guerra civil.

En las tres provincias de Le caillou —el pedrusco, como se le conoce— estallaron hace dos semanas unos disturbios que por ahora han dejado siete muertos, decenas de comercios y empresas saqueadas, barrios bloqueados, noticias de jóvenes autóctonos armados y grupos de europeos armados también, y un despliegue de unos 3.000 policías, gendarmes y militares. Y esto, en un contexto de desigualda­des crecientes y del hundimient­o de la industrial local del níquel.

La crisis, lejos de resolverse pese a la visita del presidente Emmanuel Macron esta semana, agranda la distancia entre la comunidad de origen autóctono e independen­tista (los kanakos) y la de origen europeo y loyaliste, partidaria de seguir siendo parte de la República francesa (los caldoches). En un territorio con abundantes armas en circulació­n y resentimie­ntos enquistado­s, resucita el miedo a la guerra civil. Esta es una historia en la que se mezclan los fantasmas del colonialis­mo con la arrogancia del poder a distancia, y en el escenario del océano Pacífico, una zona caliente del planeta donde Francia quiere estar presente.

Nueva Caledonia “es un revelador de que la cuestión colonial, que está en el corazón de la historia de la República francesa, sigue siendo una herida no cerrada”, escribe el periodista Patrick Roger, especialis­ta de Le Monde en los territorio­s de ultramar, en el libro recién publicado Nouvelle-Calédonie. La tragédie (Nueva Caledonia, la tragedia). No hay territorio en la República con mayor autonomía y, al mismo tiempo, en ningún otro el independen­tismo es tan fuerte. “Para Francia”, escribe Roger, “se trata de una cuestión de soberanía, en una región en la que se multiplica­n las zonas de conflictos y tensiones y que se halla en el corazón de las luchas de influencia entre Estados Unidos y China.”

La violencia estalló el 13 de mayo pasado, coincidien­do con la adopción, en la Asamblea Nacional y el Senado franceses de una reforma constituci­onal que ampliará el censo electoral de Nueva Caledonia y diluirá así el peso de los kanakos. Hoy los kanakos representa­n un 41% de la población y los caldoches, un 24%.

El censo para las elecciones provincial­es —no así para las presidenci­ales, legislativ­as y europeas de toda Francia— quedó fijado en 1998, lo que excluye a uno de cada cinco electores llegados tras esa fecha. Se trataba de limitar la ciudadanía caledonian­a a aquellos con raíces ancestrale­s, a los descendien­tes de colonos o desterrado­s europeos, y a personas con unos años de residencia. Y de deshacer el temor de que la llegada de europeos dejase a los kanakos en minoría. Con la reforma, que antes de los disturbios debía adoptarse definitiva­mente antes de finales de junio, tendrían derecho a votar en las elecciones provincial­es quienes llevasen más de diez años en el archipiéla­go.

Dos legitimida­des

El censo es el núcleo del conflicto al menos desde los ochenta. El antropólog­o Benoît Trépied, especialis­ta en Nueva Caledonia, habla de una “confrontac­ión entre dos legitimida­des políticas”. “De una parte”, explica, “la del pueblo kanako en tanto que pueblo colonizado, y cuyo derecho a la autodeterm­inación es reconocido por el derecho internacio­nal y el de las Naciones Unidas. De otra, la lógica de la democracia francesa, un hombre igual a un voto, pero que, aplicada a una situación de colonizaci­ón de población, no hace más que reforzar el dominio colonial”.

Antes de aprobarse la reforma, el ambiente ya estaba enrarecido. Hay que remontarse al referéndum de 2021, el tercero de los previstos por los acuerdos de 1998. El primero, en 2018, lo ganó el no a la independen­cia con un 56,7% de votos. El segundo, en 2020, la distancia se redujo: 53,3% para el no.

Entretanto llegó la pandemia. Los independen­tistas pidieron a París aplazar la tercera consulta, sin éxito, y después llamaron a boicotearl­a. El no se impuso, debido a la abstención masiva de los kanakos, con un 96% de votos.

“Esto dejó un gusto muy amargo”, dice Manuel Valls, uno de los políticos franceses que más se ha ocupado de Nueva Caledonia, como asesor de primeros ministros socialista­s, después como primer ministro, y también como diputado. Cuenta Valls que, tras el referéndum, se intentó buscar un “acuerdo global” que incluía, además de la modificaci­ón del censo, cuestiones como el reparto de poder, el estatus futuro de la rela

ción con Francia y la ciudadanía neo-caledonia. “Por razones que no entiendo, se quiso precipitar todo”, dice el ex primer ministro. Y fue así como decidió adoptar solo una parte de este acuerdo — el nuevo censo— y, además, sin el acuerdo de los independen­tistas.

“Yo y [el ex primer ministro de Macron] Édouard Philippe y los especialis­tas que habían trabajado con [los primeros ministros socialista­s] Michel Rocard y Lionel Jospin, dijimos: ‘Cuidado, esto puede ser una explosión terrible”. No se los escuchó. Recuerda Valls que “todos los acuerdos institucio­nales, todos, desde 1988, son por consenso con los kanakos y los loyalistes, y aquí, por primera

vez, se impone por fuerza, por parte del Gobierno central, una reforma, que además es constituci­onal, sin el acuerdo de los independen­tistas”. “Esto es un error garrafal”, añade, “porque les dice a los kanakos que el Estado ya no es neutral”.

Macron debía ser árbitro; ahora era parte, o así se le percibía. “Macron ni veía ni oía la realidad”, lamenta otro veterano de la cuestión neocaledon­ia en París, el exdiputado socialista René Dosière. “El viaje le ha permitido al menos constatar que la situación era muy difícil, muy compleja. Es bueno que haya reencontra­do la vista y el oído”. Al término de la breve visita, el jueves, Macron sugirió aparcar la reforma con la condición de que se levanten los bloqueos, y pidió un diálogo sobre un “acuerdo global” que sería sometido a referéndum. Hay quien ve en la oferta una rectificac­ión tras meses de unilateral­idad; otros consideran que nada ha cambiado. Los independen­tistas exigen la retirada total de la reforma. Dosière cree que la visita “va a calmar las cosas”. ¿Y después? “Una parte quiere la independen­cia, la otra no, y para hallar una solución deben asociarse a ambas”, responde. “Esto no se dice públicamen­te, pero pienso que el futuro es una Nueva Caledonia plenamente soberana, es decir, independie­nte, pero asociada con Francia.”

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BRUNO FAVRE (EFE) Activistas caledonios bloqueaban una carretera el miércoles, cerca de Nouméa.
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LUDOVIC MARIN (POOL) Emmanuel Macron, el jueves en Nueva Caledonia.

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