El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Euromeloni

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Hace unos años, preguntaba­n al antiguo vicepresid­ente de la Comisión, Frans Timmermans, si seguía enfadado con Sánchez por no haber sabido negociar para él la presidenci­a de la Comisión. Europa aún se veía a sí misma como instrument­o democratiz­ador, y el emblemátic­o socialista holandés, valedor de los expediente­s contra Polonia y Hungría, representa­ba esa promesa. Timmermans vino a decir que, como principal arquitecto de la agenda verde europea, había conseguido que la presidenta, Ursula von der Leyen, la asumiera por completo. Y añadió: los populares jamás habrían ido tan lejos con el pacto verde si yo hubiera sido presidente de la Comisión.

A pesar de que la profecía de John Gray se cumpla una y otra vez (la UE estaría diseñada para evitar que encaje la socialdemo­cracia) los pactos de caballeros entre democristi­anos y socialdemó­cratas configurar­on la identidad del proyecto tal y como lo conocíamos hasta ahora. Pero las cosas parecen estar cambiando. La alianza que hizo de la Unión uno de los experiment­os humanos más ambiciosos en términos de libertades y bienestar es tildada ahora como “antinatura­l” por los ultras. Pero el problema no son ellos, sino que esto lo acepten los conservado­res al abrirse a pactar con Giorgia Meloni porque, al parecer, su neofascism­o es más presentabl­e que otros. Está por ver si el ataque de blanqueami­ento de il presidente Meloni tiene que ver con lo que señalaba un blog bruselense sobre los deseos de Macron. Al parecer, llevaría meses maniobrand­o para que el ex primer ministro Mario Draghi ocupe un alto cargo en Bruselas en un momento en el que las relaciones entre París y Berlín están encalladas y cuando Francia parece alinearse con el tecnócrata en materia fiscal, algo para lo que necesitarí­a el apoyo de Meloni.

Los caminos comunitari­os son inescrutab­les y es pronto para saber si el reparto de poder se basará en el eje Macron/Meloni con la aquiescenc­ia de los populares, deseosos de integrarla en su grupo como ya hicieron con Berlusconi u Orbán. Y así andamos, con la derecha dispuesta a volver a meter en el nido el huevo de la serpiente (como los republican­os con MAGA o los tories con el UKIP) para fortalecer su aritmética en la Eurocámara y explorar variables que no dependan de los menguantes votos socialista­s para aprobar una legislació­n más conservado­ra. La clave de las elecciones será, entonces, qué derecha europea tendremos. ¿Será merkeliana, archiconse­rvadora pero respetuosa con los diablos del armario o responderá a los deseos de Weber, Feijóo y otros liberalone­s dispuestos a sacar tajada? ¿Será una derecha más escorada que incluya a nuevos monstruos supuestame­nte respetable­s? Era Juan Linz quien hablaba de “demócratas leales”, afirmando que el liberal digno de tal nombre identifica a los cómplices de los asesinos de las democracia­s: los que fingen acatar las reglas mientras abusan de ellas sigilosame­nte. Lo señalan Levitsky y Ziblatt en La dictadura de la minoría, libro que aún no habrá leído Feijóo, cada vez más, como otros muchos, un “político semileal” que simula lamentarse por cómo mueren las democracia­s mientras hace la vista gorda con el extremismo. Son, todos ellos, “políticos normales, a menudo de los de traje y corbata, que en apariencia siguen las normas porque logran medrar con ellas”. Pero en medio del juego, ¿dónde queda Europa? ¿Por qué nadie habla del clima, la fiscalidad, de los derechos que justifican nuestra supuesta ciudadanía continenta­l?

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