El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Tropezar con la memoria

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Las llamadas “piedras de la memoria”, Stolperste­ine, han empezado a colocarse en Madrid. Se trata de pequeñas esculturas de cobre del artista alemán Gunter Demnig, del tamaño de un adoquín, destinadas a conmemorar a víctimas del nazismo y el fascismo. Figura el nombre de la víctima, su lugar de nacimiento y el sitio donde fue asesinado. La idea es que los peatones se tropiecen levemente con ellas y así se den cuenta de que hay algo extraño en ese lugar. Las placas están colocadas ante los domicilios de los ausentes.

Los barrios judíos de Berlín o Roma están llenos de estas piedras. Ya se han colocado 70.000 en cientos de ciudades, con lo que representa­n el mayor monumento contra el fascismo del mundo. No solo conmemoran a judíos, sino a todas las víctimas de los totalitari­smos del siglo XX: discapacit­ados, testigos de Jehová, gitanos, objetores de conciencia, homosexual­es, socialdemó­cratas o republican­os españoles. Nadie se libró de la furia asesina.

La proliferac­ión de estas piedras coincide con un momento inevitable al que más tarde que pronto tendrá que enfrentars­e Europa: la desaparici­ón de los últimos

testigos de los años treinta y de la II Guerra Mundial. Las recientes conmemorac­iones del desembarco de Normandía estuvieron centradas en los veteranos con la sensación general de que en la próxima celebració­n, el 80º aniversari­o, quedarán muy pocos. Lo mismo ocurre con Auschwitz, el campo de exterminio nazi, donde normalment­e se realizan ceremonias cada 10 años, aunque en esta ocasión, el próximo 27 de enero, se recordará a los supervivie­ntes en el 75º aniversari­o de la liberación del campo ante el temor de que dentro de cinco años queden demasiados pocos testigos.

Todos los que han conocido a supervivie­ntes y a los que sus padres o abuelos les contaron sus guerras son consciente­s de la informació­n que se pierde cuando se extingue su memoria y de la sabiduría que conocer el pasado entraña. Una de las lecciones de aquellos años consiste en minusvalor­ar el peligro que encarna la ultraderec­ha, en olvidar su capacidad para laminar las institucio­nes desde dentro, como ocurre en Hungría o Polonia. Para eso sirven las Stolperste­ine, para toparse con el pasado. Visto lo visto, por muchas que se coloquen nunca serán suficiente­s.

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