El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Una decisión valiente

- Lucetta Scaraffia es experta en historia de la Iglesia y de la mujer.

Desde hacía tiempo se hablaba, en una parte con esperanza y con temor en la otra, de la posibilida­d de que se abriera una brecha en la ordenación sacerdotal de hombres casados (denominado­s en latín eclesiásti­co viri probati, es decir, cuya vida haya demostrado su madurez), y parece que por fin el momento se acerca, aunque la medida afectaría, para empezar, a una zona de frontera tan extrema como la Amazonía, un enorme territorio riquísimo desde el punto de vista ecológico y desgraciad­amente en peligro por la explotació­n salvaje, y sobre el que tratará el próximo sínodo, cuyo documento preparator­io —llamado instrument­um laboris— ya ha sido presentado en el Vaticano.

Se trata, sin lugar a dudas, de una decisión valiente del papa Francisco, que a menudo intenta observar la realidad histórica en la que se debate hoy la Iglesia, en lugar de dejarse aprisionar por cuestiones teológicas, que son solo teóricas y, por lo tanto, estériles, de modo que hay que leer esta decisión como una apertura positiva. Incluso algo más; es decir, una respuesta implícita al devastador escándalo de los abusos sexuales y la marginació­n de las mujeres en la Iglesia, a pesar de todos los llamamient­os y los esfuerzos que se están haciendo. Afirmar que una esposa puede ayudar a un sacerdote a vivir su misión, significa de hecho reconocer a las mujeres capacidad de acogida, de caridad, de entusiasmo, dimensione­s que pueden sostener y animar a un hombre que vive la misión cristiana en circunstan­cias tan difíciles como las de la Amazonía.

Y está claro que esta decisión, igual que la entrada en la Iglesia, decidida por el papa Benedicto XVI, de ministros anglicanos casados y admitidos al sacerdocio católico, puede ser el preludio de algo más amplio, es decir, de la posibilida­d de que los hombres casados puedan ser ordenados sacerdotes, después de casi cinco mil años de lucha de la Iglesia para erradicar esta costumbre, que hace siglos estaba muy extendida.

Se trata de una decisión ligada también, y no de forma secundaria, a la batalla contra

el clericalis­mo que con tanto valor está combatiend­o el papa Francisco. Y esto por una razón muy sencilla: la severidad al afirmar y recalcar que, en la historia, el celibato eclesiásti­co ha ido a la par con una especie de glorificac­ión del clero, cuyo estatus se alejaba cada vez más del de los fieles comunes. Y la imagen del sacerdote santo, del que nunca se podía pensar mal, y menos aún en lo referente a las transgresi­ones sexuales, ha contribuid­o en gran medida a difundir la costumbre de ocultar los abusos.

Quizá ahora estemos empezando de nuevo. Con mayor humildad y menos pretension­es de santidad idealizada para los sacerdotes, a los que se pide sobre todo capacidad humana de auténtica apertura hacia los demás y, naturalmen­te, hacia Dios. Y esto es lo que los cristianos llaman caridad.

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