Entre la fascinación y la irritación
Mónaco interesa en Francia, donde el Principado es “es una monarquía de sustitución”, más próxima y accesible que la británica, opina el especialista en la realeza Stéphane Bern.
Sin embargo, la fascinación que genera esta institución se mezcla con la irritación. Porque los residentes que no sean franceses no pagan impuesto sobre la renta, aunque desde 2009 Monaco está fuera de la lista de “paraísos fiscales no cooperativos” que elabora la OCDE. O por los escándalos que se le asocian, como el reciente Monacogate, sobre la presunta corrupción que implicaba dirigentes del club de fútbol AS Monaco, y que costó el cargo a un colaborador del príncipe Alberto II, jefe de Estado desde la muerte de su padre, Rainiero III, en 2005 y cabeza de la familia Grimaldi. Bern, en alusión a la boda, el 1 de junio, de Carlota Casiraghi con el productor Dimitri Rassam, hijo de la actriz Carole Bouquet. “Desde hace tiempo, Mónaco ha intentado casarse, no con el Gotha, sino con Anuario de los Espectáculos…”
El espectáculo irrumpió en Mónaco cuando Grace Kelly se casó con Rainiero III en 1956 e inauguró una época, la de las historias de las casas reales y principescas como película de Hollywood con sus happy endings y sus tragedias, como las muertes en accidente de Grace en 1982 y de Stefano Casiraghi, el padre de Carlota, en 1990.
El espectáculo ya había llegado antes, a finales del siglo XIX, cuando Carlos III, que dio al nombre al barrio de Monte-Carlo, llevó allí el tren, el turismo, el juego, la ópera y las estrellas como Sarah Bernhardt. Después, como explica el biógrafo Jean des Cars en La saga de los Grimaldi, llegó “el príncipe sabio, Alberto I, navegador, explorador y defensor inesperado del capitán Dreyfuss [injustamente condenado en Francia en 1895 por ser judío]”. Y más tarde “el príncipe soldado Luis II, marcado por las campañas coloniales de ultramar”, y después Rainiero, “el patrón”, el hombre que chocó con De Gaulle y el que trasladó a la roca el desarrollismo en su versión más opulenta, el Hong Kong-sur-la-Mediterranée.
“Alberto II ha puesto el país en orden de batalla para responder al desafío del cambio climático y a un desafío para Mónaco, que es la explosión de la población. Todo el mundo quiere vivir en Mónaco. Por razones climáticas. O de clima fiscal”, explica Bern. “En todo caso, los no franceses”, precisa.
¿Fin del folletín? “Mónaco sigue haciendo soñar, aunque no a las mismas personas”, responde. “Ya no están los grandes duques de Rusia, sino los oligarcas rusos. Ya no está la jet-set internacional, sino los jugadores de fútbol y los campeones de automovilismo. Ha sabido renovar la clientela. Lo de la monarquía de opereta ha desparecido. Ahora se habla de un país que trabaja, que hace negocios”. Un culebrón tranquilo, finalmente, sin nervio ni emoción, más telefilme de sobremesa que melodrama hollywoodiense.