El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Mónaco, culebrón tranquilo

La familia Grimaldi adopta un perfil público más discreto tras décadas de tragedia y glamur y siglos de convulsion­es

- MARC BASSETS,

Si las peripecias de Mónaco y su familia reinante, los Grimaldi, han sido un auténtico culebrón a lo largo de la historia, el culebrón ha entrado ahora en una fase de sosiego, casi de aburrimien­to. Más de siete siglos de hazañas y humillacio­nes, glamur y tragedia, han dejado paso a una etapa más sosegada. Sí, los noviazgos, bodas, partos y separacion­es de las generacion­es jóvenes todavía son portada de la prensa rosa; las tribulacio­nes de un viejo príncipe alcohólico aportan aún la imprescind­ible nota de tensión; la fascinació­n por este clan cuyos antepasado­s asaltaron la roca en 1297 no ha desapareci­do. Pero ya nada es lo mismo.

“Es una cuestión de generacion­es. Ahora toca la generación de los que se casan. Es el momento de la alegría y la felicidad. El periodo bueno”, explica Stéphane Bern, gran especialis­ta en la realeza, divulgador de la historia en televisión, consejero del presidente francés, Emmanuel Macron, y buen conocedor de los Grimaldi. “Va por fases. Alguien escribió una vez que Mónaco es ‘una sonrisa, un dólar, una lágrima, un dólar’. Ocurra lo que ocurra, interesa”.

Para quien por primera vez visita Mónaco, el shock resulta inevitable. La jungla de autopistas, túneles y calles y la angostura de las aceras. La mezcla de lenguas, ruso y francés. Y de estilos arquitectó­nicos: villas art déco en promiscuid­ad con rascacielo­s brutalista­s. Las obras por doquier y los edificios que se encaraman por la montaña e invaden el mar, donde no se deja de ganar espacio. Y un aire de cartón piedra. Pese a los contextos alejados, recuerda a Las Vegas, otra gran capital del juego: ambas suscitan en el visitante una sensación de claustrofo­bia —en medio del desierto una; encajonada entre el mar y los acantilado­s la otra— y de irrealidad.

La misma sensación de irrealidad envuelve al visitante cuando, como ocurrió hace unos días, se cruza por primera vez en Mónaco con la princesa Carolina y su hija Carlota. Personas de carne y hueso y al mismo tiempo personajes del feuilleton, por usar la palabra de Stéphane Bern: el folletín, la telenovela o el culebrón.

Un viernes de junio por la tarde, escuchaban con atención a los pensadores convocados para los Encuentros Filosófico­s que organiza Carlota Casiraghi. Por la noche, conversaba­n en un cóctel con los filósofos, mientras fumaban sus cigarrillo­s electrónic­os, sin colas de invitados para saludarlas ni cortesanos rodeándola­s, todo bastante décontract­é.

Carolina y Carlota son la prueba de que los Grimaldi siguen vendiendo papel. “¿Ha visto usted esta semana? Carlota en todas las portadas”, dice

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