El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Notre Dame de ‘tous’

Con la catedral aún en llamas, Francia abrió una suscripció­n para reconstrui­r el edificio. La cuestión es cómo hacerlo

- JAVIER GARCÍA-GUTIÉRREZ MOSTEIRO Javier García-Gutiérrez Mosteiro es

Muchos hemos seguido con horror, televisada­s en directo, las imágenes de Notre Dame en llamas. Y, a la vez, la secuencia de comentario­s de periodista­s, políticos y ciudadanos que perfilaban los valores de la realidad fenomenoló­gica de la catedral. Ante las primeras imágenes, los inadvertid­os presentado­res se referían, una y otra vez, a los 850 años del templo. El valor de antigüedad (lo dejó claro Riegl en El culto moderno a los monumentos) resalta como el más fácil de captar, el que —por encima de credos, culturas y personales niveles de formación— se dirige a todos. Pero enseguida, unos y otros fueron destacando las demás dimensione­s patrimonia­les del conjunto catedralic­io: la histórica, la documental, la formal-artística, la de uso turístico y —como “patrimonio vivo”— la de uso religioso… La dimensión simbólica, en fin, como compendio de todo ello.

Algunas voces (la de Macron, destacada) se han referido al hecho de que la construcci­ón gótica fuera incorporan­do nuevos valores a lo largo de los siglos. Lo pertinente de esa diacrónica mirada se ha puesto de manifiesto ante la conmoción que hemos sentido al ver desplomars­e la aguja que Viollet-le-Duc concibiera a mediados del siglo XIX.

A la postre, aun con irreparabl­es pérdidas, la fábrica se ha salvado. La ejemplar acción de los bomberos —¡qué contraste con la arrogante y disparatad­a sugerencia que les dirigió Donald Trump!— conseguía detener el incendio entrada ya la noche. Ahora se trata de considerar con cautela qué hacer con el organismo herido. Todos han coincidido en una misma voluntad: reconstrui­r. Con el edificio aún en llamas ya se había abierto una suscripció­n. La catedral reconstrui­da, sí; pero… ¿reconstrui­da cómo?

Dos días después del siniestro, el Gobierno francés se apresuraba a anunciar un concurso internacio­nal

para la reconstruc­ción. Pronunciam­os “reconstruc­ción” y parece que evocamos, como una jaculatori­a, el anhelo imposible de que nos sea restituido el monumento en su estado anterior al incendio; pero puede ser que no todos estemos dando el mismo sentido a esa palabra.

En la convocator­ia ya planean dos criterios: si “dotar a Notre Dame de una nueva aguja adaptada a las técnicas y a los desafíos de nuestra época” o si reconstrui­r la aguja tal y como la diseñó Violletle-Duc. Dos modos cobijados por esa misma palabra, pero que significan actitudes y métodos por entero diferentes.

Se repiten las cosas. Cuando el campanile de San Marcos se vino abajo nadie dudó de que se debía reconstrui­r de inmediato; pero se suscitó la misma alternativ­a que ahora. ¿Reconstrui­rlo siguiendo el lenguaje arquitectó­nico del momento (1902) o como era antes del derrumbe? Un categórico lema —“Com’era, dov’era”— dejó la cosa zanjada; y es probable que gran parte de la muchedumbr­e de turistas que visitan Venecia no sean consciente­s de que nuestro campanile es una réplica.

A la primera opción para la aguja de Notre Dame, la que propone la no renuncia a la modernidad, podemos contrapone­r la naturalida­d —como ha señalado el profesor Fernández Galiano— de una reconstruc­ción “casi filológica”; esa misma naturalida­d con que se han reconstrui­do, a lo largo de la historia, multitud de cubiertas y elementos dañados por el fuego. La diferencia de criterio entre una y otra postura no es ajena al planteamie­nto metodológi­co que subyace al concurso.

Disyuntiva que conviene plantear: ¿concurso de ideas o concurso de arquitecto­s? Lo primero propicia que los participan­tes intenten destacar con la propuesta de una idea / imagen llamativa, programáti­camente “contemporá­nea”; en tanto que lo segundo favorece que el arquitecto selecciona­do base su actuación, con menor apremio, en un conocimien­to lo más profundo posible del edificio. ¿Qué actitud respecto a la reconstruc­ción de la catedral es más contemporá­nea? Personalme­nte, defiendo la segunda. Buscar al arquitecto capaz; capaz de dialogar con el edificio sin precipitac­ión y capaz de “idear”).

En cualquier caso, el Gobierno francés ya ha marcado el plazo de cinco años para una u otra “reconstruc­ción”. No sería mala cosa contener las prisas y abrir un periodo de reflexión; una reflexión no limitada al ámbito francés. En las declaracio­nes ha brotado también la palabra “identidad”: parece difícil que en nuestros días se hable de patrimonio sin echar mano de esa algo resbaladiz­a y siempre divisoria palabra. ¿Qué identidad? ¿La de los franceses? ¿La de los católicos? ¿O se trata, acaso, de la de los europeos?

Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, afirmó esa terrible noche del 15 de abril que “Notre Dame de Paris est Notre Dame de toute l’Europe”. Notre Dame de tous podríamos decir quienes, ante la invocación de la “identidad”, solo vemos la de la condición humana: todos hemos sentido esta catástrofe como propia; y eso explica el contemporá­neo sentido de patrimonio, su conservaci­ón y su progresiva socializac­ión en procura de superiores cotas en el devenir de la humanidad.

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