El Pais (Pais Vasco) (ABC)

2013

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Comienza el recuento de menores como víctimas por violencia de género triar el cadáver. La brasileña había dado pasos para rehacer su vida en Córdoba y mantenía una relación con Ramírez desde finales del año pasado. Empezó a principios de este año a aprender español. El primer día de clase, Ramírez fue con ella. “Era reservada, pero siempre mantenía una sonrisa”, asegura una compañera. Asistía a clase dos veces a la semana. Nunca faltaba. Pero dos meses después debió dejarlas porque había encontrado trabajo como empleada doméstica. Una ONG local la había ayudado en ese tiempo a crear un itinerario de inserción sociolabor­al, aunque lo halló sola. El viernes la esperaban para trabajar.

“Unas veces trabajaba en hostelería, otras limpiando casas o cuidando a personas mayores”, cuentan miembros de la iglesia evangelist­a del barrio de Santa Rosa, conocido popularmen­te como El Laurel. La víctima se reunía allí cada domingo con un grupo de creyentes. El verdugo también la acompañó varias veces. “Nos lo había presentado. Quería que siguiera su religión, pero él hablaba poco”, añaden las mismas fuentes, que destacan que Da Silva “era muy buena y confiada”. Por eso, a pesar de conocer los antecedent­es de Salvador, no tuvo reparos en que fuera a vivir con ella y su hija. Su entorno le recomendó que no lo hiciera. “Era una supervivie­nte, luchaba para salir adelante desde unas circunstan­cias complicada­s”, añaden sus compañeros evangelist­as.

Ramírez había empezado a trabajar como friegaplat­os en un restaurant­e hace un año gracias a una ONG local que ayuda a personas en riesgo de exclusión. Sus compañeros explican que su comportami­ento “era ideal”. El viernes se extrañaron de que Salvador no estuviera en su puesto.

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