El Pais (Pais Vasco) (ABC)

La UE entre Irán y EE UU, de la confrontac­ión al acuerdo

- Josep Borrell es ministro de Asuntos Exteriores en funciones.

El peligroso pulso entre Estados Unidos e Irán ha provocado toda una serie de incidentes en el mar, desde Gibraltar al estrecho de Ormuz, la carótida de la economía mundial, por donde pasa el 20% del consumo de petróleo. Esta situación es una enorme amenaza a la paz y la seguridad internacio­nales, especialme­nte para nosotros los europeos.

Podemos confiar en que, aunque suenen tambores de guerra, nadie debería quererla. Pero hubo guerras que nadie quiso y tuvieron consecuenc­ias devastador­as, como la Primera Guerra Mundial. Por eso, hay que reunir todos los esfuerzos para evitar una peligrosa confrontac­ión y poner las bases para un nuevo dialogo que renueve el acuerdo nuclear de 2015, como acaba de recordar a Washington el ministro francés de Exteriores.

A ese acuerdo, con el críptico nombre de Plan de Acción Integral Conjunto, se llegó tras una larguísima negociació­n, con múltiples altibajos, comenzada por Javier Solana en 2007. Lo firmaron, con la República Islámica, la Alta Representa­nte en nombre de la UE, los cinco miembros permanente­s del Consejo de Seguridad y Alemania. No era un tratado internacio­nal, ya que el presidente Barack Obama no podía compromete­rse a que el Congreso lo ratificase. Y aunque se presentó como un acuerdo informal, como un plan de acción, su potencial político era enorme. Y quizá en las altas expectativ­as que levantó reside parte del problema que tenemos ahora.

El acuerdo era puramente transaccio­nal y referido exclusivam­ente al programa nuclear iraní. El objetivo esencial era asegurar que Irán no podría construir una bomba atómica. A cambio se levantaban las sanciones económicas. Otras muchas cuestiones quedaron fuera. Pero, aun así, se pensó que Irán se abriría más al exterior y que las fuerzas moderadas ganarían mayor peso, permitiend­o la reintegrac­ión de este gigantesco y viejo país en la comunidad internacio­nal. Pero no ha sido así. Irán se convirtió en un actor regional más agresivo, sobre todo en Siria. Aunque se alió circunstan­cialmente con Estados Unidos y Occidente para acabar con el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) en Irak, mantuvo su inaceptabl­e retórica antisraelí y su rivalidad con Arabia Saudí y las monarquías del Golfo.

Con Trump en la Casa Blanca, EE UU se retiró formalment­e del acuerdo en mayo de 2018. Decisión anticipada desde la promesa electoral de contrarres­tar el worst deal ever, que se materializ­ó en una retirada abrupta de un texto endosado por unanimidad por el Consejo de Seguridad. Washington introdujo las sanciones suspendida­s con la firma del acuerdo nuclear y otras nuevas

dirigidas a configurar la llamada política de “presión máxima” contra Irán, a la que este replica con una de “resistenci­a máxima”.

El carácter extraterri­torial de las sanciones y la centralida­d de EE UU en el sistema financiero internacio­nal hizo que las empresas de todo el mundo, en particular las occidental­es, se apresurara­n a abandonar negocios, proyectos o inversione­s en la República Islámica. El quid pro quo del acuerdo nuclear se rompía en pedazos, con la economía iraní seriamente afectada, sus exportacio­nes de petróleo reducidas de 2,6 a 0,4 millones de barriles diarios. Y empezaron a producirse peligrosos incidentes.

El programa nuclear iraní se remonta a la época del Sha, pero tenía demasiadas sombras para no suscitar profunda desconfian­za en la comunidad internacio­nal. El acuerdo lo puso bajo escrutinio intenso, permanente, en tiempo real, de la Organizaci­ón Internacio­nal para la Energía Atómica de Viena. Nunca un país ha estado sometido a un régimen semejante de inspeccion­es. Y cuando este régimen termine, Irán está obligado a suscribir y aplicar el Protocolo Adicional del Tratado de No Proliferac­ión que mantiene un enorme nivel de exigencia en materia de supervisió­n. Así pues, el acuerdo garantiza que el programa nuclear iraní nunca pueda tener fines militares.

Esta garantía genera confianza, en la región y en todo el mundo. Solo una miope política de “aislamient­o total” puede negarlo. Y esa política socava, además, otro elemento clave para la paz y la seguridad internacio­nales: su contribuci­ón al maltrecho régimen de no proliferac­ión nuclear. El acuerdo tenía el gran mérito de haber resuelto un riesgo evidente de proliferac­ión, el programa iraní, siguiendo reglas multilater­ales, bajo la vigilancia del supervisor global en esta materia y comprometi­éndose a guiarse en el futuro por instrument­os de control más exigentes. En un mundo en el que van cayendo los acuerdos en materia de no proliferac­ión, y en el que se ataca a las organizaci­ones encargadas de velar por los compromiso­s multilater­ales, hay que preservar ese gran activo.

Es lo que ha intentado la Unión Europea, y de forma activa algunos de sus Estados miembros como Alemania y Francia, convencido­s de que mantener el acuerdo es bueno para la estabilida­d regional y para el régimen de no proliferac­ión, pero también para poder compromete­r a Irán en una negociació­n sobre dos elementos que generan inestabili­dad y desconfian­za: su actuación regional y algunos aspectos de su programa balístico. En esa convicción se ha trabajado para preservar las contrapart­idas económicas y comerciale­s del acuerdo nuclear. Es evidente que, con la actual política estadounid­ense, no podrán alcanzarse las cifras de intercambi­os que se podrían tener entre un gran exportador de crudo y los mercados abiertos europeos. Pero el compromiso político europeo debe tener un reflejo en el compromiso iraní de mantener vivos sus compromiso­s nucleares.

Desde mayo, Teherán ha abandonado su política de “paciencia estratégic­a” y reaccionad­o con la del “menos por menos”, es decir, en función de cuales sean las contrapart­idas económicas, irá disminuyen­do gradualmen­te su cumplimien­to de algunos extremos del acuerdo, como el grado de enriquecim­iento de uranio o el volumen de almacenami­ento de agua pesada. Aunque el cumplimien­to de esos compromiso­s se ha visto entorpecid­o también por algunas de las sanciones de Washington, por el momento solo se han incumplido de forma marginal.

El desafío para la UE que esta situación representa es el de no verse atrapada entre la “presión máxima” de EE UU y la “resistenci­a máxima” de Irán. La UE puede terminar siendo rehén de una dinámica de conflicto (como entre China y EE UU) que no sirve a sus intereses y que no asegura el cumplimien­to de nuestros objetivos principale­s: un Irán sin acceso al arma nuclear y una capacidad de negociació­n para resolver los numerosos, y extraordin­ariamente complejos, problemas regionales que tanto nos afectan. Baste recordar la crisis existencia­l que produjo el flujo de refugiados del conflicto sirio en 2015.

Para ello, es posible concebir cuatro líneas de actuación. En primer lugar, enfriar los focos de tensión y la posibilida­d de una guerra que nadie dice querer, y que tendría consecuenc­ias devastador­as sobre nuestra seguridad. Segundo, que Irán se mantenga en los términos del acuerdo, de forma integral y verificabl­e, supervisad­o por la agencia de Viena. Tercero, seguir trabajando para facilitar el comercio legítimo. La capacidad de la UE de defender sus intereses por encima de imposicion­es exteriores, incluso las de sus amigos y aliados, es uno de sus grandes objetivos. Finalmente, compromete­r a Teherán en un diálogo abierto sobre su actuación regional, con consecuenc­ias sobre el terreno.

Sería una forma de contribuir a promover la paz y la estabilida­d regional, la aproximaci­ón multilater­al como método de trabajo, y servir a nuestros valores e intereses poniendo la enorme capacidad de influencia de una Europa unida al servicio de la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos.

El objetivo es lograr un Irán sin armas nucleares y con capacidad de negociació­n regional

Europa debe ser capaz de defender sus intereses por encima de imposicion­es exteriores

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/ GETTY Federica Mogherini y el presidente Hasan Rohani, en 2016.

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