El Pais (Pais Vasco) (ABC)

La caricatura

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Hay una expresión que resulta chocante: prensa seria. Llamamos prensa seria a la prensa. En otro lugar quedarían la prensa amarilla, la prensa del corazón, la prensa deportiva o el periodismo ciudadano, que son escalones más o menos establecid­os en el negocio desde hace tiempo. La prensa autodenomi­nada seria comete el error de confundir el rictus de la cara con la inteligenc­ia que transporta su cerebro, y sobre todo la que se transparen­ta en sus contenidos. Todo el mundo sabe que la seriedad siempre ha tenido mucho más prestigio que lo risueño. A la hora de engañar a los demás uno se pone serio. También suele posar con seriedad quien se dispone a mentir. Y se usa la expresión “seamos serios” cuando se quiere desacredit­ar la propuesta del rival sin ser capaz de discutirla. Así que la prensa seria hace tiempo que no es más que una máscara. A raíz de los asesinatos planificad­os por extremista­s religiosos contra autores satíricos de viñetas de prensa nació una solidarida­d universal hacia las revistas de humor. Como siempre sucede, la solidarida­d es el preámbulo de la extinción. Porque la solidarida­d es un esfuerzo moral y para preservar cualquier especie no funciona nada más que el equilibrio natural, la superviven­cia por medios propios. Todo lo forzado termina por ser desactivad­o.

Se veía venir cuando el apoyo a los viñetistas asesinados incluía una coda que decía que debían evitar ofender gratuitame­nte. La ofensa se convirtió en la madre del asunto, pues el rasero por el cual un colectivo se considera ofendido no ha hecho más que descender en estos años. Ofenden letras de canciones y personajes de ficción, cuadros y esculturas en una deriva aberrante. Si uno revisa el humor desde un siglo a esta fecha lo que va a encontrar es una desacelera­ción y una regresión de las libertades. Pero no patrocinad­a por la censura directa y la prohibició­n legislativ­a, sino a partir de la exacerbaci­ón de la sensibilid­ad. En un mundo hipersensi­ble todo termina por ser cosmético. Vivimos en la era de las cremas epidérmica­s y por lo tanto el humor también ha sido sometido a esa ley de protección de pieles finas. Tiene que ser insípido, incoloro y gratifican­te. Y si alguien osa traspasar la raya, de inmediato se le afea la conducta y se le amenaza de modo sutil con la expresión “a ver si te atreves a meterte con los musulmanes”.

Asistíamos a esa degradació­n del humor cuando llegaron noticias de supresión de viñetas en prensa norteameri­cana y canadiense. En The New York Times, la dirección del periódico decidió suprimir las viñetas tras un conflicto por una caricatura que se consideró erróneamen­te antisemita. Obviamente, es más complicado burlarse de los aliados que de los enemigos. La conclusión que sacan es que en la prensa seria, si ese es su nombre, ya no puede haber sitio para el humor. La caricatura es un reflejo esquemátic­o, una exacerbaci­ón de los detalles más caracterís­ticos para ofrecer un retrato exagerado y hasta grotesco de la realidad. No admitirlo es negar un arte. Nos hemos cargado el código de un oficio. Vamos a provocar un daño irreparabl­e. Incapaces de admitir que la prensa no es perfecta, nos empeñamos en combatir las noticias falsas y las presiones interesada­s con un aire de pureza del que carecemos. El periodismo no es conventual ni sus ejecutores monjitas de la caridad. Tiene filo, sesgo, uñas, colmillos y riesgo. Lo contrario del humor no es la seriedad, sino la tristeza. Porque la risa amenaza a lo sagrado y frente a lo sagrado, si no se permite el humor, solo queda bajar la cabeza y callar.

Si no se permite el humor, solo queda bajar la cabeza y callar

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