ORHAN PAMUK
El premio Nobel nos recibe en su casa de Estambul para hablar de su nuevo libro, La mujer del pelo rojo
Orhan Pamuk es pródigo en risotadas y bromas, que mutan en un ánimo sombrío en cuanto aflora la situación política interna. La consigna de la agente había sido evitar los asuntos políticos, pero el primer Nobel de Literatura que dio Turquía los abraza espontáneamente con tanta naturalidad como tristeza. Su última novela, La mujer del pelo rojo (Mondadori/Més llibres), explora temas como la culpa, el deseo y la paternidad al amparo de mitos y leyendas, al tiempo que radiografía la pérdida de algunas señas de identidad de Estambul y la caída de su país en el autoritarismo. En abril, Pamuk visitará Barcelona en el marco del festival Kosmópolis.
Su novela arranca con la construcción de un pozo. El detalle con el que describe el proceso invita a pensar que es un experto en la materia.
Un verano de hace casi 30 años, en la parcela colindante a aquella en la que yo escribía una de mis novelas, unos hombres empezaron a cavar un pozo. Había un capataz, de mediana edad, y un aprendiz joven. Como escritor, les presté mucha atención –uno nunca sabe de dónde puede brotar una historia–, y llegamos a estrechar lazos. Cuando acabaron la obra, tres semanas después, me acerqué a ellos –yo todavía no era un autor conocido– y reuní el coraje para que me contaran su oficio y cómo habían llegado hasta él… Siempre me ha encantado conversar con la gente, he hecho docenas de entrevistas a lo largo de mi vida. De modo que estuve 27 años dándole vueltas a esta novela, que me llevó año y medio completar.
Una vez más sus personajes (y lectores) tienen un pie en el mundo de la fantasía (leyendas, mitos, epopeyas…) y otro en la realidad.
Quiero que, por mucho que contengan un trasfondo alegórico o mítico, mis novelas operen de un modo realista. Es un tema esencial en mi literatura, junto al de tradición y modernidad, Occidente versus Oriente… Sobre esto último, piense que incluso el diseño del
alumbrado público en Turquía genera debate: ¿las farolas deben seguir un modelo parisino o infestarse de arabescos? De todo se hace una cuestión política. ¿Tan vivas siguen estas tensiones en su país? Sin duda, pero ahora es peor ya que nos encontramos en un marco autoritario. Las ideas proccidentales ya no cuentan con respaldo público, se sofocan. El principal problema, sin embargo, no es que sigamos o no las tradiciones, sino que ya no existe la libertad de expresión. Los que disienten con el régimen acaban en prisión. Te agradecería que te hicieras eco de mi repulsa al hecho de que el escritor Ahmet Alta haya sido sentenciado a cadena perpetua meramente por
sus críticas al gobierno. La relación entre padres e hijos es troncal en la novela. ¿Qué modelo paternal tuvo en casa? Mi padre fue una figura ausente, no fue un padre freudiano como aquel capataz para el aprendiz, es decir, alguien dominador y exigente pero, al mismo tiempo, atento y cariñoso. Era elegante, culto y refinado. Sus héroes eran Camus y Sartre, y me transmitió su amor por la literatura. Escoger a una pelirroja como principal personaje femenino del libro dispara en el lector occidental connotaciones de sensualidad, misterio, peligro, osadía… Me pregunto si en Turquía ocurre lo mismo. Por supuesto, pero con la justificación añadida de que son una excepción genético-racial. La mayoría de pelirrojas turcas son teñidas, lo que a mis ojos les confiere un extra de interés, ya que deciden voluntariamente transmitir esas ideas de valentía y de rebelión. Brindo por esa artificialidad que acarrea toda una declaración de principios. ¿Diría que es su novela más feminista? Sin duda. Llevo 15 años esforzándome por ser más feminista. Crecí muy apegado a dos tías que solían ridiculizar a unos maridos que dejaban mucho que desear. Siempre las he considerado un gran ejemplo. ¿A sus padres les aterrorizaba tanto la idea de que se convirtiera en escritor como a la madre del protagonista? ¡Mucho más! Si hasta mi padre, que llevaba a un poeta dentro, me animaba a acabar los estudios de arquitectura, «y luego haz lo que quieras». Ella me decía sin tapujos, «ni se te ocurra». Al final del libro asistimos al dilema entre escoger ser un hijo obediente o un individuo occidentalizado.
¿Cuál fue su postura de joven? Mi regla consistía en ser obediente en casa y desobediente con el Estado, cuando lo normal era lo contrario. Hoy, por desgracia, lo más extendido es que la obediencia familiar te lleve de forma natural hacia la mansedumbre respecto a todas las instituciones. Tengo entendido que practica mucho la autocrítica. Con razón. Es que soy un escritor muy lento, por ejemplo. Y además tiendo a embutir muchas ideas en mis libros, a veces incluso soy demasiado ambicioso, en el mal sentido, claro. Estudió arquitectura, pero nunca ejerció. Un arquitecto ha de ser muy sociable, tratar con mucha gente, lo que no va nada con mi personalidad. Soy una persona solitaria y gruñona. En un momento de la novela se lee que la mayor felicidad proviene de casarse con alguien con el que has compartido lecturas en busca de unos mismos ideales. ¿Suscribe esta idea? Bastará con que te diga que mi hija, con 26 años, está a las puertas de casarse con el hombre que cuadraba con este perfil… ¡siguiendo un consejo paterno! Su novela abarca la expansión de Estambul. ¿Qué es lo que más echa de menos de la ciudad de unas décadas atrás? Se está perdiendo la vida tradicional de los barrios, el pequeño comercio y la posibilidad de conversar con la gente. Ahora todo son franquicias y bancos, rascacielos y grandes aglomeraciones. De joven adoraba ir en pantalón corto y sin afeitar a por la leche y el periódico. Ahora me es imposible. Hace un par de años comentó que estaba lleno de proyectos y con más ganas de escribir que nunca. ¿Mantiene semejante euforia creativa? En contraste con el calamitoso estado de mi país, me encuentro en un momento muy feliz, lleno de ideas y ganas de escribir, un estado que, dada la tristísima situación política en Turquía, me hace sentir culpable. Además, para mi sorpresa, mis ganas de pintar y de hacer fotografías resucitó con mucha fuerza, labores a las que hoy dedico entre una y dos horas diarias