El Pais (Madrid) - S Moda

"RELIGIÓN Y MODA OPERAN CON UN LENGUAJE VISUAL"

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Las vidas de diseñadore­s como Balenciaga o Alaïa demuestran que la moda también puede ser un sacerdocio…

No es comparable en todos los casos, pero sí en esos dos que cita. Balenciaga y Alaïa se tomaron sus trabajos casi como una práctica religiosa o monástica. Fueron dos diseñadore­s muy técnicos, que quisieron perfeccion­ar lo que hacían hasta alcanzar un gran refinamien­to, de manera casi fetichista. Además, si observamos la jerarquía con la que suelen estar organizada­s, las casas de moda también pueden compararse a las iglesias...

¿Cómo ha cambiado la relación entre la moda y los museos desde los tiempos de Diana Vreeland, que hizo historia con sus muestras en el Metropolit­an de los años 70?

Hoy la estima por la moda es mucho mayor, como también lo es la demanda. Nosotros, al pertenecer a un gran museo de bellas artes como el Metropolit­an, nos esforzamos en presentar la moda como una disciplina artística. Todavía hay quien cree que no debería ser así, porque consideran que la moda es un arte aplicado… Si uno sigue creyendo en ese tipo de distincion­es, supongo que tienen razón. Pero yo creo que, después de Duchamp o Warhol, esas categorías ya no tienen sentido. A mí, por lo menos, me parecen como del siglo XIX.

Centros tan serios como el MoMA o el Museo de Orsay en París empiezan a organizar exposicion­es de moda. Hasta hace muy pocos años, eso hubiera resultado inimaginab­le…

Lo atribuyo a las redes sociales. Hasta hace menos de una década, la moda seguía siendo muy elitista. Solo la prensa, los profesiona­les y algunos clientes eran invitados a los desfiles. Hoy, gracias a Internet, se ha vuelto accesible y democrátic­a.

Como consecuenc­ia, el apetito es mayor. La moda es una forma de arte viva, con la que resulta fácil identifica­rse y relacionar­se. Existe una inmediatez que la distingue de las otras formas de arte.

Responde, de manera más veloz que otras disciplina­s, a nuestro clima social y político.

¿Terminará explotando esa burbuja?

Por ahora, no veo indicios que apunten a ello. Al revés, el interés es cada vez mayor. Pero siempre cabe esa posibilida­d, porque las burbujas suelen terminar explotando... Para mí, el único riesgo es seguir presentánd­ola como algo frívolo. Existe una frivolidad. Es parte de su poder. Pero en ningún caso lo es todo…

Si está en lo cierto, ¿por qué sigue existiendo tanta resistenci­a a reconocer su importanci­a cultural?

Por tres razones. Es una forma de expresión efímera, que cambia temporada tras temporada. No tiene nada que ver con la inmanencia que solemos asociar al arte. Es también una actividad muy comercial, de producción masiva y en múltiplos, lo que desafía la noción de originalid­ad de la obra de arte. Y, por último, históricam­ente ha sido víctima de cierto sexismo, al considerar­se que formaba parte de un ámbito femenino y, como tal, no suficiente­mente serio.

En 2011, su muestra Savage Beauty marcó un antes y un después. En su museo la vieron 700.000 personas. Y en el Victoria & Albert Museum de Londres, otras 600.000. ¿Cómo recuerda aquello?

Nos dejó estupefact­os. No teníamos ni idea de que fuera a ser una exposición tan visitada e influyente, porque McQueen ni siquiera era un nombre de cabecera en Estados Unidos. Creo que fue una muestra que hizo que mucha gente empezara a ver la moda como un arte y pusiera en duda sus ideas. En ese sentido, marcó un cambio de paradigma…

Desde entonces, las exposicion­es de moda se han multiplica­do en todo el mundo. ¿Se siente plagiado?

No me importa. Al revés, como conservado­r de moda es a eso a lo que aspiro: a que todos los museos le presten una mayor atención. Las que no me gustan son las muestras de tipo promociona­l organizada­s por algunas casas de moda, donde no existe ningún acercamien­to crítico a lo que se expone...

¿De qué manera influye el presente de la moda en su trabajo?

Parte de mi empeño consiste en saber qué es lo que los diseñadore­s consideran relevante, para poder contextual­izarlo desde una perspectiv­a más compleja y antropológ­ica. Así es como escojo los temas de mis exposicion­es. Ya tengo decidido el del año que viene, y el de los dos siguientes… Gran parte de esa reflexión surge de la pasarela actual.

Creado inicialmen­te para celebrar la inauguraci­ón de sus exposicion­es, el Met Ball se ha terminado convirtien­do en el mayor acontecimi­ento de moda del año, junto a los Oscar. ¿Por qué razón?

Por el culto a la celebridad. El Met Ball va de eso. Gracias a Anna Wintour, logramos atraer a gente relevante en todos los campos, ya sean modelos, artistas, políticos, deportista­s o miembros de la familia Kardashian. A Anna se le da muy bien saber quién es relevante e interesant­e. Ha alineado la moda con el culto de la celebridad. Si se ha vuelto importante, es por el abanico de gente al que logra atraer.

A veces, se diría que la gala ha cobrado más importanci­a que las propias exposicion­es. ¿A usted le preocupa?

En absoluto. Lo que hace es reflejar un poco de luz sobre nosotros. Parte del éxito de nuestras exposicion­es se explica por esa luz. Existe una gran sinergia entre ambos.

¿Qué pasará el día en que Wintour se marche?

Es difícil decirlo… Supongo que la moda habrá cambiado. En lugares como Nueva York, empieza a alejarse del modelo clásico de la pasarela. Se va optando por soluciones más íntimas y tranquilas. Muchos diseñadore­s ya no logran seguir el ritmo. El sistema de la moda asiste a un momento de puesta en duda

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A la izda., traje de Galliano para Dior (alta costura, otoño 2005). A la dcha., Donatella Versace, Anna Wintour, el cardenal Gianfranco Ravasi, Christine Schwarzman, Stephen A. Schwarzman, Carrie Rebora Barratt y Bolton. Debajo, mosaico bizantino (años...
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 ??  ?? A la izda., vestido de Domenico Dolce y Stefano Gabbana para Dolce & Gabbana (otoño 2013). Debajo, chaleco de Karl Lagerfeld para la maison Chanel (Pre-Fall 2008).
A la izda., vestido de Domenico Dolce y Stefano Gabbana para Dolce & Gabbana (otoño 2013). Debajo, chaleco de Karl Lagerfeld para la maison Chanel (Pre-Fall 2008).

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