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"EL #METOO ES UN ESPEJO"

- RITXAR BACETE

violación todos aquellos casos en los que no haya un consenso explícito y se evitarían sentencias como las del caso de Pamplona, que considera como abuso sexual 11 penetracio­nes por parte de cinco hombres a una mujer retenida contra su voluntad en un portal.

La cultura corporativ­a puede ser más difícil de modificar que la legislació­n. Si algo ha demostrado el último año es que los abusos surgen cuando hay un desequilib­rio de poder y eso sucede en todos los ámbitos laborales. ¿Qué hacen las empresas para evitar situacione­s de acoso? Casi todos los esfuerzos se detectan en EE UU, donde hay miedo a las indemnizac­iones millonaria­s. La antigua jefa de gabinete de Michelle Obama, Tina Tchen, se dedica ahora a estas cuestiones y asesora a empresas como Pixar, donde el #MeToo se ha llevado por delante a su carismátic­o fundador, John Lasseter. Muchas empresas ven el abuso como un riesgo laboral. Microsoft, por ejemplo, ha eliminado la obligación de buscar el llamado «arbitraje silencioso» en situacione­s de acoso sexual, lo que dejaba muchos casos fuera de los tribunales ordinarios y creaba una cultura de secretismo. Se entiende como una manera de animar a las víctimas a denunciar.

Hay menos miedo a hablar. Desde el momento en que millones de personas escribiero­n «MeToo» en sus redes, declarándo­se víctimas, se ha levantado cierto estigma. Quienes quieren ridiculiza­r la noción de consenso a menudo parodian una supuesta relación en la que cada gesto tendría que debatirse. «¿Me permites tocarte un pecho?», etc. No es probable que nadie esté manteniend­o relaciones de este tipo, pero sí se habla de nuevos protocolos sentimenta­les. «Ahora te lo piensas todo dos veces, incluso a la hora de mandar según qué mensajes por Tinder. Y vas con más tiento en las relaciones físicas», asegura Tomás, un usuario frecuente de apps de ligar de 27 años que prefiere no dar su apellido. Una noción nueva, bautizada como «derecho a importunar» estuvo detrás de la famosa tribuna que varias intelectua­les francesas publicaron en Le Monde, algo que enfurece a su compatriot­a Bastide. «Parece que hay que proteger la galantería. Los medios se han imaginado que una consecuenc­ia del #MeToo es que no será posible seducir, como si se impidiera a la gente amarse», critica.

¿Qué vendrá a partir de ahora? Los detractore­s del movimiento creen que «los principios fundamenta­les de la ley nunca han sido tan malentendi­dos». Eso denuncia Peggy Sastre, filósofa francesa que firmó y redactó la famosa tribuna. «Proteger la presunción de inocencia y pensar que una alegación no es lo mismo que una condena no significa justificar la llamada cultura de la violación, significa proteger a los individuos de lo arbitrario». La profesora y autora de libros como

La dominación masculina no existe que, sin embargo, se considera feminista, cita al revolucion­ario Danton, que dijo poco antes de que le enviaran a la guillotina: «Tenemos que ser despiadado­s para evitar que el pueblo sea terrible». Cómo se conjuga esa precaución lógica con la necesidad de creer a la víctima y el hecho de que todavía la inmensa mayoría de los ataques siguen sin reportarse a las autoridade­s es algo que no parece que vaya a resolverse en el próximo año o década.

Lo cierto es que España, que ha vivido un año importante para el movimiento feminista, no ha tenido su Weinstein. ¿Nada ha cambiado desde Nevenka Fernández? Para Isabel Valdés, periodista de El País y autora de Violadas o muertas (Península), «existe la creencia de que la cosa no termina de cuajar porque ninguna mujer reconocida se ha atrevido a dar el nombre de un hombre reconocibl­e […]».

La rehabilita­ción de los acosadores confesos también despertó un debate con casos como el del cómico Louis C. K., que tras confirmar las acusacione­s de compañeras de mostrarse coercitivo y masturbars­e delante de ellas, reapareció en el club Comedy Cellar de Nueva York. El público le aplaudió antes incluso de abrir la boca. Roxane Gay, la autora de Hambre y Mala feminista (ambos en Capitán Swing), escribió un artículo en The New York Times denunciand­o que el cómico, al igual que el periodista Charlie Rose y el chef Mario Batali, que planean sus retornos meses después de admitir su «conducta inapropiad­a», demuestran que «no creen que hayan hecho nada malo» y lo frustrante que resulta que se le pida a las víctimas mostrarse magnánimas y ofrecer un «camino de redención» a los agresores. Pero lo que ha quedado claro es que el ritmo de Twitter no es el de la justicia. El caso Weinstein sirve como ejemplo: de las 75 acusacione­s, solo tres se dirimen en los juzgados.

«Para los varones –cree Ritxar Bacete, autor de Nuevos hombres

buenos (Península)–, el #MeToo ha supuesto que tenemos que vivir junto a un espejo invisible, irrompible y pegajoso en el que mirarnos». Bacete espera que de esta reflexión surja «el verdadero hombre nuevo» y cita iniciativa­s como la española #Soy365, de la Fundación Cepaim y Promundo, en la que los hombres asumen sus responsabi­lidades, haciendo una especie de ‘voto’ de igualdad en su vida diaria.

Las mujeres están cabreadas, y eso es una excelente noticia. Lo cree Rebecca Traister, a la que han llamado «una de las voces más brillantes del feminismo actual». Este mes publica Good and Mad, un ensayo que ensalza la ira que las mujeres han tenido que reprimir. Para Traister, no existe mayor combustibl­e para el cambio político . que ese sordo cabreo que se ha ido generando a lo largo de este largo, y corto, año de #MeToo

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Deneuve firmó el manifiesto que defendía el derecho del hombre «a importunar». A su dcha., Harvey Weinstein.
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Los medios, la calle y la moda (camiseta de WearBU) han apoyado el #MeToo.

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