Rebelión en plano
De su pasado como bailarina, la actriz y directora Silvia Munt guarda una relación de amor-odio con los pies. «Son fuertes y me han hecho muy feliz. Pero no son bonitos, prefiero no exhibirlos. Si no tengo más remedio que llevar sandalias, mejor unas muy cerradas». ¿Y con los tacones? «Veo un zapato bonito y me parece una maravilla. Los he llevado mucho de joven. Supongo que me pasaba como a otras mujeres: me enamoraba de esos ideales que ya en la zapatería ves que no te van a ser del todo cómodos, pero los compras porque te encantan. Pensaba ‘ya los domaré’. Con la edad me he vuelto práctica: sacrifico la estética por la comodidad».
Hace 18 años dejó la actuación para convertirse en autora y directora de éxito. Se sentía más libre tras la cámara. Exigente y realista, para los largos ensayos y rodajes, se decanta por el calzado plano. «Incluso unas bambas con estilo». Aun así, no renuncia a una horma elevada cuando lo prescribe el protocolo. «Aplaudo a las actrices que se sublevaron en el Festival de Cannes contra la imposición de acudir con tacones. Asociar la imagen de una mujer poderosa al taconazo o a una imagen perfecta tiene mucho de machista. Debería ser una opción individual».
Munt rechaza los dimes y diretes de la cuestión catalana: «Conmigo Madrid siempre ha sido muy hospitalaria». Y tiende un puente profesional entre Madrid y Barcelona, llevando a la capital dos montajes avalados por el aplauso de crítica y público en Cataluña, El precio, de Arthur Miller (estreno, el 11 de octubre), y Las chicas de Mossbank Road, de Amelia Bullmore ( julio 2019). Ambos en el Pavón Teatro Kamikaze.
"SIEMPRE PENSABA QUE LOS IBA A DOMAR" SILVIA MUNT