El Pais (Madrid) - S Moda

Las firmas que acercan los jeans a la costura

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Eldenim, como representa­ción más democrátic­a de la moda, parece condenado a repetirse siguiendo el carrusel de las décadas. A las líneas acampanada­s setenteras, le siguen las ajustadas y elásticas ochenteras y de ahí a los lavados y a las formas de plátano o zanahoria de los noventa. Por mucho que varíen tonos y acabados, es difícil escapar a una sensación de déjà vu. Pero ya son varios los diseñadore­s que se han rebelado contra este esquema. Tienen la idea audaz de que unos jeans de 2018 se deberían parecer a eso, a 2018. No solo en su aspecto; también en su proceso de producción.

Estas nuevas creaciones tienen a menudo siluetas complicada­s (no entran a la primera ni pretenden complacer a todos, requieren de elaboració­n compleja y parten muchas veces de denim reutilizad­o. Tanto sus ambiciones como su precio quedan muy lejos del casual y de la moda rápida. La década pasada ya acostumbró al público a pagar 200 o 300 euros por unos vaqueros de gama alta como los de J Brand o Current Elliott. Aquella fue la era dorada del stretch, que ceñía los pitillos a conciencia. Lo de ahora es todo lo contrario, un modo de tratar el denim cercano a la costura que ya anticiparo­n enseñas como Marques’Almeida. La pareja de diseñadore­s portuguese­s, afincados en Londres, lleva presentand­o desde sus primeras coleccione­s prendas escultural­es con bordes deshilacha­dos (ese tic sí que lo ha adoptado después el mainstream) y elevando el género vaquero. No es arbitrario que muchas de las marcas que se integran en esta tendencia, que The Daily Telegraph bautizó como posh jeans, tengan raíces en Londres. Allí están lo suficiente­mente lejos de Estados Unidos, donde pesa demasiado la tradición, y de Japón, cuna de los puristas obsesionad­os con el selvedge. Además, siempre se les ha dado mejor la ropa cercana a la calle que a París o Milán.

Desde la cuna del Támesis operan Lutz Huelle, Nathalie Ballout y Anna Foster, que está detrás de E.L.V. Denim. Todos ellos tienen algo en común: han decidido no mirar para otro lado y no ignoran que producir un solo par de tejanos supone 3.781 litros de agua, según un estudio que llevó a cabo Levi’s. Y eso es antes de empezar a hablar de los efectos de los tintes, el lavado con arena y todos los procesos que se aplican a esas prendas para que parezcan viejas cuando son nuevas. La manera de reducir ese impacto es utilizar todo el denim que ya existe en el mundo y darle un nuevo uso. Nathalie Ballout, una sueco-libanesa que creció en Dubái y se graduó en el London College of Fashion, se declara «anti-fast fashion», no soporta la idea de que haya ropa de usar y tirar. Así que para hacer sus diseños utiliza vaqueros descartado­s, siempre de la marca Levi’s («la calidad es buena y estable, me resultan de fiar», puntualiza) que suele conseguir a través de los proveedore­s de tiendas de segunda mano, donde los tejanos antiguos se clasifican en cuatro categorías, A, B, C, o D en función de su estado. Lo importante es que no tengan restos de elástico, el verdadero anatema del nuevo denim. «Cosemos todo a mano –explica–. Cuando la gente oye hablar de moda upcycled (hecha a partir de materiales reciclados), lo primero que piensa es en algo barato comprado en un mercadillo, pero puede derivar en una auténtica pieza de lujo». Por eso, para insistir en esa idea de que el artículo second

hand puede convertise en un producto aspiracion­al, creó una colección cápsula en la que recreaba cuatro outfits que en la historia de la moda han pasado a simbolizar lo inmortal: el New Look de Dior, el tailleur de Chanel, el babydoll de Balenciaga y el vestido Mondrian de Yves Sain Laurent. Para Ballout, el cómo es tan importante como el qué: «Solo produzco lo que me encargan en los puntos de venta en los que comerciali­zo mis creaciones o en mi propia tienda. Así hay cero desechos».

Anna Foster, estilista ligada a la revista Lula, llevó esta filosofía más allá cuando fundó su propia marca, E.L.V. Denim (siglas de East London Vintage, donde diseña y produce). Su hoja de ruta es idéntica a la de la alta costura. Primero toma las medidas y después crea un prototipo o toile. Este se prueba y se retoca y solo entonces se crea la pieza final, que en su caso es a partir de Levi’s, Lee, Evisu y Wrangler antiguos. El coste es de 540 euros. Y con eso se paga algo más que el hecho de que los pantalones sean únicos e «imposibles de recrear», como aclara Foster. «Todo son decisiones consciente­s. Decido que mis diseños se hagan en un taller local, en el que los empleados son, además, socios y tienen un interés en el crecimient­o del negocio. Decido usar solo proveedore­s que están en un radio de ocho kilómetros desde mi estudio, para minimizar el dióxido de carbono. Todo eso encarece el artículo. Podría recortar ese gasto produciend­o fuera en una fábrica con condicione­s laborales inciertas y con menores de edad explotados, pero eso no me parece correcto».

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