HISTORIA REAL Y BRILLANTE
La vicepresidenta de joyería en Europa de Sotheby’s explica el fervor por las piezas de la realeza
Como historiadora de joyería, he invertido mucho tiempo en el estudio de las piezas que han pertenecido a la realeza. Su atractivo es incuestionable. Porque son diseños extraordinarios en sí mismos –aristocracia y nobleza tenían acceso a las gemas más preciosas y a los mejores artesanos–. Pero también porque ofrecen a los coleccionistas la posibilidad de adquirir un fragmento de la historia.
El extraordinario grupo de joyas de la familia real de Borbón y Parma [que Sotheby’s subastará en noviembre] incluye una perla que fue testigo de momentos clave de la corte de Francia y sobrevivió la Revolución francesa –ya que la reina María Antonieta la envió a Austria para mantenerla a salvo–. Pero hay otros tesoros. Diamantes que en su día adornaron la espada del duque de Berry y que luego dieron vida a un maravilloso set digno de una princesa, su hija Luisa de Francia. O una serie de diamantes de la prestigiosa Orden del Espíritu Santo, regalados al rey Carlos X de Francia, que se engarzaron en una tiara para la archiduquesa María Ana de Habsburgo-Lorena.
Entre otras, hemos tenido el privilegio de vender las joyas de la duquesa de Windsor en 1987, una subasta que hizo volar la imaginación del mundo y abrió este sector a un público más amplio. Otro hito, más reciente, es el diamante Beau Sancy, una gema histórica que pasó por manos de varias familias reales europeas.
El impulso que lleva a decidir comprar una joya y no otra es muy personal. Hay gustos para todos. Sin duda, trabajamos con coleccionistas que, por encima de cualquier valoración monetaria, están interesados en el alma de esa pieza: su historia. Sotheby’s subastará en noviembre joyas que pertenecieron a varias generaciones de la familia de Borbón y Parma.