CARTA DE LA DIRECTORA
Curioseando por las calles de Shanghái hace unas semanas, me llamó la atención un escaparate singular por su diseño, una especie de expendeduría moderna, que en perfecta simetría mostraba una serie de envases alineados, de idéntica factura y etiqueta, que a una distancia prudencial parecían frascos de Chanel número 5... ¡Ups!, pero no. Al observarlos de cerca se podía ver que estaban rellenos de un líquido blanco que resultó ser ¡leche! Una extensa cata de leches coreanas de toda clase para consumir en take away, envasadas en frascos de vidrio con el aspecto de un perfume de lujo. No estaba en la ciudad china por casualidad, sino precisamente por esta misma causalidad. Alessandro Michele, diseñador de Gucci, había planeado el lugar indicado en el planeta tierra, China, concretamente en el Yuz Museum de la ciudad, para estrenar una muestra comisariada por Maurizio Cattelan, en la que 30 artistas reflexionaran sobre apropiación, copia y falsificación. Una realidad paradójicamente tan auténtica como indivisible al legado artístico y cultural contemporáneo. Un debate por cierto nada novedoso, pero que gracias a la era global y digital lleva la velocidad de un torpedo.
En el manifiesto de la muestra, argumentos convincentes como que el aprendizaje de todo ser humano empieza copiando; que las imágenes que almacenamos son alteradas por nuestras propias experiencias que las rehacen continuamente; que en la era del online la copia puede ser potencialmente infinita, o que la repetición genera un demostrado sentimiento de seguridad y confianza en el ser humano... Algo que asumo enteramente interiorizado, ya que horas antes de haber leído estas líneas caí como una mosca. Las copias más o menos burdas de artículos de moda no son algo que me tentara por esas calles (otra reflexión sería si el desorbitado precio de estas réplicas no son otro ejercicio de impostación tan genial como ridículo), pero sí acabé comprando un falso tetrabrick de cristal cuyo atractivo se vio, conscientemente o no, elevado por reproducir la forma de un objeto que forma parte del imaginario cualitativo aunque fuera trasplantado a un contexto exponencialmente distinto. Confieso ser coculpable de una reapropiación cultural de la leche.
En esta revista, que es la última del año, quizá nos hayamos apropiado de algo; difícil no hacerlo en el mundo de las imágenes de moda cuya inspiración suele nacer de una instantánea previa, aunque sea para modificarla por completo en busca de una interpretación distinta (pág. 120). Pero sí repetimos la idea de invitar en nuestras páginas a personas que con un proyecto tuvieran un impacto positivo en la vida de otras, a través de la acción o de la consciencia. Ya sean las rimas de un chico de 24 años (pág. 34) que hace rap hablando de bullying, derechos sociales o feminismo, o la voz de otras 19 mujeres que nos han apasionado exponiendo sus respectivos trabajos enfocados a la acción social (pág. 44). Dos palabras que creo han sido el núcleo duro de este año que acaba.
Vamos camino de terminar un 2018 que, pese al totum revolutum habitual, se me antoja bastante decisivo. A base de ver el vaso siempre medio lleno más que lo contrario, pienso que no se habla de la inminente (pen)última revolución digital sin que puje la necesidad de utilizar la tecnología como herramienta humanitaria. Que no es de extrañar que surjan alternativas al pensamiento lógico y predeterminado si hasta la física cuántica, que será la del futuro, nos dice que la misma materia (la realidad) es impredecible. Que los procesos de producción y de consumo no dejan de virar gracias a una catarsis que sigue transformando y cuestionando. Que se oyen voces, otrora marginadas o silenciadas, con un poder y calado inimaginable quien dice ayer. Que por muchas energías densas y antiguas que intentan taponar discursos distintos valiéndose de la política o la economía aparentemente con éxito, otras saldrán mucho más reforzadas.
Como en una eterna reinterpretación, repetición, copia y quizá falsificación vamos avanzando pronto al siguiente dígito y entraremos en otras verdades, tan provisionales como las anteriores. Lo bueno es que cuando creamos que tenemos todas las respuestas, nos sigan cambiando las preguntas. Es la única manera de evolucionar. Mientras, nos reiremos de nosotros mismos, aunque sea bebiendo un bonito tarro de leche por el mero placer de hacerlo.