Meghan Markle, duquesa de Sussex, ¿algo más que la percha perfecta?
Meghan Markle es toda una mujeranuncio. En sus discursos habla del sufragismo y del #MeToo
Dieciséis días. Setenta y seis actos oficiales. Quién sabe cuántos cambios de ropa. El reciente viaje a las antípodas de Enrique y Meghan, los duques de Sussex, se materializó como un atracón para los interesados en estos asuntos, una intoxicante
grand bouffe de relaciones públicas llena de éxitos pequeños y grandes. El pastel de plátano que Meghan «cocinó en un plis plas» para llevar a una familia australiana, el vestido de Oscar de la Renta y el azul con capa, todas las veces que la duquesa se llevó la mano a la barriga creciente. Imágenes. ¿Y palabras? Pocas, pero algunas.
En Nueva Zelanda, en presencia de la primera ministra Jacinda Ardern, Markle pronunció un discurso celebrando los 125 años del voto femenino. «El feminismo es justicia», dijo. Sus
MARKLE SE ATREVIÓ A DECIR "ME TOO"
palabras iban en consonancia con el branding del nuevo miembro de la realeza y probablemente con sus propias ideas. Ya en un acto en Londres antes de su boda, Markle se atrevió a decir «Me Too» y «Time’s Up», algo que no hubiera hecho su cuñada, también presente.
El plan perfecto
No es para tanto, todo va según lo previsto, cree Graham Keeley, corresponsal del diario The Times en España. «Si fuera la mujer del heredero tendría menos espacio para crearse este perfil. Todas las familias reales tienen que justificar su propia existencia y la británica es bastante buena haciéndolo. Creo que esto forma parte de ella. Si quiere llamarse feminista, nadie va a rasgarse las vestiduras», concluye el periodista británico.
En medio de la cobertura, decididamente retro sobre la boda, sí hubo quien señaló que Meghan Markle, como la sirenita de Andersen, perdía al casarse su derecho a hablar y a expresar opiniones políticas como había hecho antes en varias entrevistas en las que se posicionó, por ejemplo, en contra de Donald Trump. «No creo que vaya a echar mucho de menos su plataforma anterior –opina Keeley–. No era ninguna artista de vanguardia, ni siquiera una actriz de mucho éxito, salía en una serie de televisión bastante mediocre».
La luna de miel poliamorosa entre el público, la propia familia real y la interesada no parece cerca de acabarse, pero sí ha habido ya alguna fricción. Durante su primera visita oficial a Irlanda (que será recordada por un Givenchy verde), una ministra del gobierno tuiteó que Markle se había declarado feliz con el resultado del referéndum sobre el aborto. Aquel tuit –que rompía el protocolo– desapareció rápidamente a sugerencia de palacio. ¿Demasiado lejos?
Nadie duda de que la principal función de un (una) miembro de la realeza moderna es ponerse cosas. Lo resumió Hilary Mantel en el mejor texto que se ha escrito sobre Kate Middleton, Royal
Bodies, en la London Review of Books: «Veía a Kate como una muñeca articulada sobre la que se cuelgan ciertas prendas. En aquellos días era una maniquí de escaparate, sin personalidad propia, definida por lo que llevaba». Según la autora de En la
corte del lobo, la duquesa de Cambridge «parecía haber sido seleccionada para su papel de princesa porque era irreprochable: tan dolorosamente delgada como se podría desear, sin taras, sin rarezas, sin riesgo de que emerja ningún carácter. Parece hecha con precisión, a máquina».
Markle habría venido a perfeccionar el modelo Middleton. Es más fotogénica, menos rígida, la ropa le queda todavía mejor. Ya antes de que se confirmara su noviazgo con Enrique, las dos blogueras que habían fundado con mucho éxito la web What Would Kate Do? dedicada al fandom en torno a Middleton, siguieron su intuición y lanzaron Meghan’s Mirror, en la que se documenta cada pieza de ropa que lleva la duquesa de Sussex y se ofrecen modelos de la misma prenda y réplicas. No divulgan sus datos de tráfico y facturación, pero aseguran que les va bien, muy bien. Durante el reciente tour real, por ejemplo, el equipo, que está dividido entre Inglaterra y Estados Unidos, se repartió las tareas y trabajó a destajo. «Nos esforzamos por tener un outfit de Meghan identificado a los 20 minutos de que empiece un acto. No siempre es posible, pero es nuestro objetivo», explica la directora editorial Christine Ross. El efecto Markle es, en estos momentos, mayor que el efecto Middleton por un motivo: lleva más prendas
casual, que, lógicamente, se venden mejor. Funciona sobre todo con piezas por debajo de los 300 euros, explica Ross, como las zapatillas Veja o los vaqueros australianos Outland, marcas sostenibles que se han beneficiado de esa exposición.
Así que esa parte está cubierta. Markle lleva y vende muy bien la ropa, pero podría querer algo más. Ser, en efecto, una princesa feminista, lo que presenta de entrada ciertas dificultades ontológicas. Si la ideología se opone a la desigualdad por nacer mujer, ¿qué hay de la desigualdad fundamental de nacer en una familia real? «El concepto de princesa feminista es como cuando Mattel sacó la Barbie ingeniera –escribió Gaby Hinsliff en The Guardian– como modelo para niñas, una muñeca con una llave inglesa igual es mejor que una muñeca con un bolso. Pero sigue siendo una . muñeca». Si se acepta a Markle como voz del feminismo, quizá es que el problema lo tiene el feminismo