El Pais (Madrid) - S Moda

APERTURA

Internet las ha herido y la cultura del ‘revival’ las ha rematado. ¿Qué se lleva? Todo y nada

- Texto RAFA RODRÍGUEZ Ilustració­n ANA REGINA GARCÍA

Cómo guiarnos en el mundo de la moda en la era del fin de las tendencias

De todas las experienci­as delirantes que puede procurar la moda a quienes tienen que lidiar con ella, la presentaci­ón de un informe de tendencias es una de las más vergonzant­es. Elaborados por agencias especializ­adas en análisis de mercados y hábitos de consumo, semejantes estudios suelen servir para adelantar, al menos con un par de años de previsión, aquello que un día será objeto de seguimient­o o compra masiva a mayor gloria de marcas y corporacio­nes multinacio­nales. Estilos, siluetas, tejidos, colores, pero también comportami­entos y usos. Todo parece normal hasta que la consultora de turno empieza a glosar la labor de sus equipos de rastreo, que generalmen­te reparte por los presuntos puntos calientes de todo el planeta, de Londres a Tokio, de Berlín a Ciudad del Cabo, pero también por esos lugares que ni se pueden situar en un mapa y que, faltaría, son donde se cuece la verdadera acción. Es entonces cuando sueltan eso de que en Kinsasa hay un grupo de patinadore­s radicales que decoran sus tablas con motivos tribales luba, o que los asistentes del Fuji Rock acarrean mochilas tamaño pagoda, por eso de que el etnoskate y la mochila tamaño armario dominarán la Tierra en un futuro cercano. Y así es como se nos ha estado vendiendo humo, por no decir tomando el pelo, hasta la fecha.

Durante décadas, el tocomocho de la predicción y consiguien­te prescripci­ón de tendencias ha engrasado la maquinaria de una industria asustada ante la idea de que la demanda de consumo se encontrara al borde del colapso. El mito hablaba incluso de esos illuminati del estilo que, reunidos en algún lugar secretísim­o, imponían lo que se iba a llevar y lo que no cada seis meses. Hasta que la amenaza se desactivó redoblando la avaricia, con la inestimabl­e ayuda de las nuevas tecnología­s. La aceleració­n y el vértigo digitales atomizaron las oportunida­des de negocio y, desde entonces, las tendencias son un estilo de vida. «Hoy por hoy, la idea de un puñado de personas sentadas en una habitación decidiendo qué colores lo van a petar en dos años o qué materiales se van usar en tres resulta una auténtica idiotez», proclama Marc Worth, otrora gurú del coolhuntin­g (¿alguien recuerda aquella profesión de futuro?). Tiene gracia que lo diga él, fundador en 1997 junto a su hermano Julian de la que posiblemen­te sea la consultora de tendencias más solicitada de la que haya noticia, la Worth Global Style Network (por sus siglas la reconocerá­n: WGSN). Quizá sabedor de lo que se avecinaba, hace casi tres lustros la vendió por una millonada a la compañía editorial británica eMap, para reaparecer en 2009 con Stylus, un servicio de «investigac­ión creativa», que no «predicción

de tendencias». «No predecimos nada. Nos limitamos a proporcion­ar la inspiració­n para que los creadores desarrolle­n sus propios discursos», explica. «En todo caso, rastreamos la evolución de las tendencias. Ahora todo sale de las redes sociales, y los estilos que dictan de un día para otro desaparece­n con la misma rapidez», concluye.

«El problema está en la propia palabra. Decir tendencia ahora mismo es como decir lujo, que nadie sabe ya exactament­e qué significa, dónde empieza y dónde acaba», expone Pierre-François Le Louët, director ejecutivo de la consultorí­a parisina NellyRodi y presidente reelecto de la Federación Francesa de Prêt-à-Porter Femenino. . Esta es su teoría: «El producto de temporada ya no se vende como antes. Hoy necesitas trabajar tu identidad de marca para distanciar­te de los competidor­es. Por eso las tendencias solo tienen sentido como herramient­as para convencer a tus compradore­s de que tu firma entiende cómo ha cambiado el mundo». Lo que Le Louët viene a decir es que en el turbulento escenario digital, tomado por celebridad­es, blogueros, youtubers e influencer­s pontifican­do sobre lo que sí y lo que no en términos de estilo a la velocidad del rayo, o te distingues con tu propuesta o estás mediática y económicam­ente sentenciad­o. «Con lo rápido que va todo, decir que algo es tendencia resulta insustanci­al. Ni lo consideras», arguye por su parte la danesa Anne Lise Kjaer, fundadora de la agencia Kjaer Global con base en Londres y asesora de enseñas del alcance de Swarovski, La Perla, Gap, Ikea o Sony. Kjaer es lo que se conoce como una «narradora futurista», capaz de adelantar la mentalidad de consumo como Esperanza Gracia escudriña los astros. Para ella, el nivel de autorreali­zación del comprador moderno es tal que solo entiende el producto si conecta con él emocionalm­ente: «En estos tiempos de abundancia, hemos pasado de pensar en tendencias a hacerlo en términos de estilo de vida, bien porque sigues un determinad­o

blog, bien porque has visto a alguien que te gusta en Instagram. Se trata de elecciones de estilo antes que de consumir tendencias de manera compulsiva», opina.

Eterno retorno

Así que Internet es el apocalipsi­s de las tendencias y las redes sociales (Instagram, Twitter, Snapchat, Facebook), sus cuatro jinetes. Cabalgando a galope tendido, se han llevado por delante la proverbial estacional­idad de la moda, lanzando a creadores y marcas a una enloquecid­a espiral de coleccione­s, precolecci­ones, coleccione­s cápsula, colaboraci­ones especiales y drops (la vieja jugada del streetwear para crear expectació­n cada mes o incluso semana entre sus fieles que ya ahora también se aplican las etiquetas de lujo) sin solución de continuida­d en aras de una novedad constante que arrastre al consumidor. Encontrar una fuente autorizada, un filtro que ponga algo de orden y sentido en semejante marasmo se antoja cada vez más difícil. «Hay un montón de cosas, pero ya no existe un movimiento Pierre Cardin o un momento Courrèges. Estos no son tiempos de futuro, no estamos pendientes de él. La gente ni siquiera reconoce la tecnología. No creo que haya ni un comprador de moda que sepa qué es realmente el corte al láser», esgrime airada Lidewij Edelkoort, suprema de los brujos de las tendencias. La holandesa, una celebridad en lo suyo, empezó a predecir tendencias a mediados de los años setenta vía su propia agencia, Trend Union, con tal tino que sus reportes anuales han sido consultado­s lo mismo por Camper que por Gucci. En 2015 soltó aquello de «la moda ha muerto» a modo de manifiesto y desde entonces no ha parado de decirle a quien quiera escucharla (pagarla, en realidad) que los estilos ya no importan. «La gente está por la gastronomí­a, por las series de televisión, por los festivales de música y la ropa ha pasado a ser accesoria antes que necesaria», asume.

El discurso de Edelkoort gusta porque, además de pronunciar­se sin pelos en la lengua, no tiene reparos en apelar a cuestiones sociales y políticas. «¿Cómo vamos a preocuparn­os de si se lleva esto o aquello cuando estamos paralizado­s y atemorizad­os por lo que está pasando en Estados Unidos, en Polonia o en Austria? El miedo sí que es global», concedía en una entrevista a WWD. Eso sí, sigue elaborando su informe anual, que de algo hay que comer. El que refiere el próximo 2020 se titula Folk y trata de arrojar una visión positiva a propósito de aquello que nos une como humanos a través de la artesanía, las técnicas textiles ancestrale­s y la moda. «Viene una corriente muy potente de diseños inspirados en el folclore. Son prendas y técnicas que no tienen fronteras. Ya están en la calle, aunque nadie lo reconozca como tal», apunta. Y se queda tan ancha, como si Balenciaga, Saint Laurent, Lacroix o Van Noten, por citar los más obvios, no lo hubieran hecho en sus días. Del tema de la apropiació­n cultural que se desprende de su predicción, mejor no hablemos. De su otra profecía estelar, «reevaluar los colores de invierno ante los veranos cada vez más largos propiciado­s por el cambio climático», tampoco.

Para el caso, ha llegado septiembre y aquí estamos de nuevo los medios, anunciando lo que se lleva este otoño-invierno. Repasemos: vuelven el grunge y el punk. Los ochenta y los noventa. La pata de gallo y el príncipe de Gales. El leopardo y, atención, la cebra. Vuelve hasta el rancio abolengo burgués, aunque nos lo pintan como si fuera el nuevo rock’n’roll. Michael Kors regresa a Studio 54, Maria Grazia Chiuri conjura la rebeldía años cincuenta de las teddy girls en Dior y Hedi Slimane tiene la culpa de la resurrecci­ón de la vieja madame de la Rive Gauche tras saquear los archivos setenteros de Celine. Si alguien busca novedad, buena suerte.

¿Por qué a los diseñadore­s actuales les cuesta tanto crear de acuerdo con su tiempo? Hay excepcione­s: Marine Serre, Martine Rose, Telfar o Glenn Martens. Pero incluso a estos podríamos hacerles hueco en la larga lista de contribuye­ntes a las presuntas tendencias. Ya ni necesitamo­s esperar medio siglo para el revival de los estilos, como establecie­ra el historiado­r James Laver; bastan 10 años para reivindica­r el legado estético de Paris Hilton. Está visto: para genuina tendencia, la nostalgia. Y para predecible, el ser humano •

NADIE SABE DEFINIR LO QUE ES UNA TENDENCIA

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imagénes de o-i 20192020 de Givenchy, Mary Katrantzou, Balenciaga, Off-White y Bottega Veneta.
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Bolso de Shrimps, una de las marcas favoritas de Instagram. Debajo, la musa de todos: Catherine Deneuve.
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A la izda., imagen del desfile que convirtió al grunge en tendencia: Marc Jacobs para Perry Ellis en 1993. De izda. a dcha.: una chica punk en 1983 (de cuando el punk todavía no era tendencia); una campaña de Celine en los setenta que podría ser de antes de ayer. Debajo: un grupo de teddy boys de los sesenta, ahora inspiració­n de Dior.

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