En el corazón de la industria relojera suiza
Visitamos la manufactura de Cartier en La Chaux-de-Fonds, una pequeña localidad suiza desde donde se crean, con mucho mimo y precisión, los emblemáticos relojes de la firma.
La pequeña ciudad suiza La Chaux-de-Fonds se encuentra entre montañas y valles, en una encrucijada perfecta entre el campo y el paisaje industrial. A este pequeño municipio, hoy con casi 39.000 habitantes, llegaron a principios del siglo XIX miles de inmigrantes para dar respuesta a la gran demanda de la industria relojera. Con el tiempo, este lugar se convirtió un ejemplo multicultural, que presume de cultivar con orgullo la reputación de ciudad obrera que no ha renunciado a vivir en el campo. En este idílico epicentro de la relojería mundial, Cartier posee su manufactura, desde donde fabrica con mimo y con su particular savoir faire algunas de las piezas más especiales de la industria. Es una mañana fría de abril y la manufactura trabaja a pleno rendimiento. Al recorrer los amplios espacios del edificio de techos altísimos e imponente luz —cada día trabajan en él 1.400 empleados— se observa cómo las últimas tecnologías se mezclan con naturalidad con los procesos artesanales. Con 177 años de historia, la tradición es una de las piedras angulares de Cartier, que al mismo tiempo nunca ha renunciado a la innovación para adaptarse a las nuevas tecnologías.
Cada paso en la fabricación de uno de los relojes de Cartier se lleva a cabo con máxima atención al detalle porque el resultado final no se plantea de ninguna otra manera que desde la excelencia. Un buen ejemplo de esta filosofía es el mimo con el que se eligen las características manillas azules de sus relojes. Antiguamente, más que por una cuestión estética, el azul ganó peso porque los relojes no eran herméticos, y el azulado del acero permitía proteger a las agujas de la corrosión. En la actualidad, los maestros relojeros de la firma no tiñen las agujas, las llevan a un horno a una temperatura alrededor de 300 °C durante un periodo definido con una precisión de segundos hasta obtener el azul característico de las agujas Cartier. Una vez fuera de horno, las agujas de los segundos, los minutos y las horas se clasifican y emparejan para que en un mismo reloj no se perciba ninguna diferencia en la tonalidad del azul. Este proceso puede parecer sencillo, pero cuando se observa en directo impresiona la delicadeza con la que las manillas se van clasificando con unas diminutas pinzas para que no haya ni la mínima diferencia en la tonalidad. Con este detalle es fácil hacerse a una idea de la autoexigencia con la que se trabaja en este lugar.
En cuanto al mecanismo, el trabajo requiere de una precisión extrema. Es aquí donde se asegura la fiabilidad y el rendimiento de los relojes Cartier. Una vez montados, se someten a un riguroso control individual, donde la cronometría y la hermeticidad se evalúan meticulosamente. A pocos metros de donde se realizan estos controles, el trabajo de los pulidores, que permite lograr complejos acabados, resulta hipnótico. Observar cómo lo consiguen sirve para entender por qué se requieren numerosos años de formación y experiencia para lograrlo.
Aunque la manufactura está llena de relojes, la prisa no está presente en el ambiente. Pulir un reloj lleva por lo menos dos horas de trabajo. Nada comparado con las casi dos semanas que son necesarias para cumplir el proceso completo de la creación del cristal mineral que protege la esfera. El trabajo minucioso está reñido con la impaciencia. Y en otro departamento cercano, trabajan con esmero y serenidad en la composición de las correas.
A pocos metros de distancia de la manufactura, Cartier posee una antigua granja rehabilitada donde se crea la relojería de alta joyería. Este acogedor espacio, con suelos y techos de madera y plagado de muebles de la firma USM, alberga a los más prestigiosos joyeros que trabajan con piedras preciosas y materiales nobles. Aquí se experimenta y se juega con la creatividad. Un gran panel con tonalidades de color preside la entrada a una de las salas, donde dos mujeres insertan con máximo cuidado pequeños diamantes, mientras dan forma a la emblemática pantera que será la protagonista de la esfera de una imponente pieza. No están creando solo un reloj. Están creado un icono de la relojería.
Aunque la manufactura está llena de relojes, la prisa no está presente. Los procesos son artesanales, rigurosos y requieren tiempo