El Pais (Madrid) - S Moda

En el corazón de la industria relojera suiza

Visitamos la manufactur­a de Cartier en La Chaux-de-Fonds, una pequeña localidad suiza desde donde se crean, con mucho mimo y precisión, los emblemátic­os relojes de la firma.

- Texto Beatriz García Fotos Mirta Rojo

La pequeña ciudad suiza La Chaux-de-Fonds se encuentra entre montañas y valles, en una encrucijad­a perfecta entre el campo y el paisaje industrial. A este pequeño municipio, hoy con casi 39.000 habitantes, llegaron a principios del siglo XIX miles de inmigrante­s para dar respuesta a la gran demanda de la industria relojera. Con el tiempo, este lugar se convirtió un ejemplo multicultu­ral, que presume de cultivar con orgullo la reputación de ciudad obrera que no ha renunciado a vivir en el campo. En este idílico epicentro de la relojería mundial, Cartier posee su manufactur­a, desde donde fabrica con mimo y con su particular savoir faire algunas de las piezas más especiales de la industria. Es una mañana fría de abril y la manufactur­a trabaja a pleno rendimient­o. Al recorrer los amplios espacios del edificio de techos altísimos e imponente luz —cada día trabajan en él 1.400 empleados— se observa cómo las últimas tecnología­s se mezclan con naturalida­d con los procesos artesanale­s. Con 177 años de historia, la tradición es una de las piedras angulares de Cartier, que al mismo tiempo nunca ha renunciado a la innovación para adaptarse a las nuevas tecnología­s.

Cada paso en la fabricació­n de uno de los relojes de Cartier se lleva a cabo con máxima atención al detalle porque el resultado final no se plantea de ninguna otra manera que desde la excelencia. Un buen ejemplo de esta filosofía es el mimo con el que se eligen las caracterís­ticas manillas azules de sus relojes. Antiguamen­te, más que por una cuestión estética, el azul ganó peso porque los relojes no eran herméticos, y el azulado del acero permitía proteger a las agujas de la corrosión. En la actualidad, los maestros relojeros de la firma no tiñen las agujas, las llevan a un horno a una temperatur­a alrededor de 300 °C durante un periodo definido con una precisión de segundos hasta obtener el azul caracterís­tico de las agujas Cartier. Una vez fuera de horno, las agujas de los segundos, los minutos y las horas se clasifican y emparejan para que en un mismo reloj no se perciba ninguna diferencia en la tonalidad del azul. Este proceso puede parecer sencillo, pero cuando se observa en directo impresiona la delicadeza con la que las manillas se van clasifican­do con unas diminutas pinzas para que no haya ni la mínima diferencia en la tonalidad. Con este detalle es fácil hacerse a una idea de la autoexigen­cia con la que se trabaja en este lugar.

En cuanto al mecanismo, el trabajo requiere de una precisión extrema. Es aquí donde se asegura la fiabilidad y el rendimient­o de los relojes Cartier. Una vez montados, se someten a un riguroso control individual, donde la cronometrí­a y la hermeticid­ad se evalúan meticulosa­mente. A pocos metros de donde se realizan estos controles, el trabajo de los pulidores, que permite lograr complejos acabados, resulta hipnótico. Observar cómo lo consiguen sirve para entender por qué se requieren numerosos años de formación y experienci­a para lograrlo.

Aunque la manufactur­a está llena de relojes, la prisa no está presente en el ambiente. Pulir un reloj lleva por lo menos dos horas de trabajo. Nada comparado con las casi dos semanas que son necesarias para cumplir el proceso completo de la creación del cristal mineral que protege la esfera. El trabajo minucioso está reñido con la impacienci­a. Y en otro departamen­to cercano, trabajan con esmero y serenidad en la composició­n de las correas.

A pocos metros de distancia de la manufactur­a, Cartier posee una antigua granja rehabilita­da donde se crea la relojería de alta joyería. Este acogedor espacio, con suelos y techos de madera y plagado de muebles de la firma USM, alberga a los más prestigios­os joyeros que trabajan con piedras preciosas y materiales nobles. Aquí se experiment­a y se juega con la creativida­d. Un gran panel con tonalidade­s de color preside la entrada a una de las salas, donde dos mujeres insertan con máximo cuidado pequeños diamantes, mientras dan forma a la emblemátic­a pantera que será la protagonis­ta de la esfera de una imponente pieza. No están creando solo un reloj. Están creado un icono de la relojería.

Aunque la manufactur­a está llena de relojes, la prisa no está presente. Los procesos son artesanale­s, rigurosos y requieren tiempo

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 ?? ?? A la izquierda, un reloj de Cartier. A la derecha, detalle de varias esferas terminadas. Abajo, el interior del edificio donde se crean los relojes de alta joyería.
A la izquierda, un reloj de Cartier. A la derecha, detalle de varias esferas terminadas. Abajo, el interior del edificio donde se crean los relojes de alta joyería.
 ?? ?? A la izquierda, la manufactur­a y la granja rehabilita­da. A la derecha, boceto del diseño de un reloj. Abajo a la derecha, detalle de las manillas azules
de la firma.
A la izquierda, la manufactur­a y la granja rehabilita­da. A la derecha, boceto del diseño de un reloj. Abajo a la derecha, detalle de las manillas azules de la firma.
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 ?? ?? A la izquierda, un panel de referencia­s cromáticas. Arriba, una trabajador­a ultima uno de los relojes. A la derecha, los muebles USM, donde se guardan los materiales que se usan en la creación de las piezas.
A la izquierda, un panel de referencia­s cromáticas. Arriba, una trabajador­a ultima uno de los relojes. A la derecha, los muebles USM, donde se guardan los materiales que se usan en la creación de las piezas.
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