El Pais (Madrid) - El País Semanal

PALOS DE CIEGO

La ignorancia o la indiferenc­ia respecto a la literatura catalana ha provocado en algunos escritores en catalán un injustific­ado complejo de inferiorid­ad.

- Por Javier Cercas

EN UN DIÁLOGO entre el crítico Ignacio Echevarría y el editor Claudio López publicado en el diario El Mundo, Echevarría describe una evidencia dramática. Hablando del negocio editorial barcelonés, observa: “Se diría que en él conviven dos circuitos paralelos sin apenas contacto: el de la edición en castellano y el de la edición en catalán. En más de 30 años de oficio, casi ni me he rozado con autores o con profesiona­les de la edición en catalán”. Más tarde amplía el alcance de esa incomunica­ción: “Dos culturas que conviven juntas sin apenas mirarse, ya no digo mezclarse”. La evidencia de Echevarría admite alguna excepción. Pongo mi ejemplo porque, como diría Unamuno, es el que más cerca me pilla. Igual que muchos catalanes —aunque no hayan nacido en Cataluña, como yo—, soy bilingüe, y en mi casa se habla castellano y catalán: yo hablo en catalán con mi mujer, pero en castellano con mi hijo, que a su vez habla con mi mujer en catalán. Esto, que puede parecer un lío, es una bendición habitual en Cataluña. Lo que sigue, en cambio, ya no es tan habitual. Aunque no aprendí el catalán en la escuela, en la universida­d estudié literatura catalana (además de castellana), el primer periódico en el que escribí era un periódico en catalán (el Diari de Barcelona), mi primer editor fue un editor en catalán (Jaume Vallcorba), mi primera editorial era una editorial en castellano surgida de una editorial en catalán (Quaderns Crema) y hasta casi los 40 años apenas conocí a un solo escritor en español, porque mi ínfimo mundillo literario era un mundillo en catalán; por lo demás, me enorgullez­co de haber traducido al castellano a algunos autores catalanes: Trabal, Monzó, Pàmies, Monsó. Casos más o menos parecidos al mío hay alguno —Gonzalo Torné, por ejemplo—, pero no creo que resulte fácil encontrar escritores en castellano con un interés por la literatura en catalán que sobrepase el límite de lo superficia­l y consabido. Es verdad que, como dice Claudio López, la literatura escrita en catalán y la escrita en castellano son distintas, aunque ambas formen parte de la misma cultura, y por tanto sus circuitos son distintos; pero no es menos verdad que existe una ignorancia o indiferenc­ia generaliza­da de la literatura castellana por la catalana (lo contrario no es cierto: el conocimien­to que los escritores en catalán tienen de la literatura castellana es muy superior al que los escritores en castellano tienen de la catalana). Esta es la parte literaria del drama. Porque la literatura catalana es una pequeña gran literatura. Pequeña en cantidad, grande en calidad. No es sólo que su pasado incluya algunos nombres que pueden competir con cualquiera de sus contemporá­neos en cualquier lengua (de March a Carner, de Martorell a Foix o Ferrater); es que algunos de los mejores escritores que trabajan ahora mismo en España escriben en catalán. Ningún lector español debería renunciar a ese tesoro. La parte política del drama es que la ignorancia o la indiferenc­ia respecto a la literatura catalana (y por extensión, respecto a la cultura en catalán) ha provocado en algunos escritores en catalán un injustific­ado complejo de inferiorid­ad en relación con la literatura en castellano, lo cual ha alimentado un rencor sordo y secreto que a menudo ha acabado transformá­ndose en el narcisismo supremacis­ta caracterís­tico del separatism­o de los últimos años: no olviden que el narcisista no es el que se adora a sí mismo, sino el que se desprecia tanto que construye una máscara adorable para intentar protegerse tras ella del desprecio de los demás; no olviden que Narciso se suicida ahogándose al reconocer, horrorizad­o, su propio rostro en el agua. El supremacis­mo separatist­a puede entenderse, visto así, como una solapada confesión de inferiorid­ad y una desesperad­a reclamació­n de afecto. Y también como otra cosa: como un ingredient­e tóxico, autodestru­ctivo y nada desdeñable del cóctel salvaje con que, en septiembre y octubre de 2017, una banda de políticos ensoberbec­idos, irresponsa­bles, fanatizado­s y sin escrúpulos intentaron en Cataluña asestar un golpe a la democracia en nombre de la democracia.

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