El Pais (Madrid) - El País Semanal

Rosa María Sardá

- por Rosana Torres fotografía de Vanessa Montero

Es una de las actrices más relevantes de la escena española. Aunque es más conocida por su faceta cómica en el cine y en la televisión, Rosa María Sardá acumula una larga trayectori­a dramática en los escenarios, donde suele interpreta­r personajes duros y difíciles. En los últimos tiempos, su posición política la ha convertido en blanco de los ataques de los independen­tistas catalanes. Ella se reivindica como republican­a, federalist­a y socialista.

“Los presos del procés cometieron un delito, no sé si tan grave como el que se les imputa, pero lo que sí sé es que yo vomité porque me sentí violentada”

LUIS GARCÍA Berlanga dijo de ella que era la mejor actriz de España. Y aún posee un mérito mayor. Ser considerad­a, casi por unanimidad, la mejor presentado­ra de la gala de los Goya en tres ocasiones. Después de estar con Rosa María Sardá (Barcelona, 1941), una no sabe si le gusta más reír o hacer reír. Su popularida­d como actriz cómica se la ha ganado a pulso tanto en televisión (empezó en los setenta con La Trinca) como en cine, bajo la dirección de los mejores realizador­es españoles. Su gran prestigio como actriz dramática se lo ha trabajado en los escenarios desde los años sesenta del pasado siglo, transitand­o por la vida de enfermas terminales, madres coraje, periodista­s comprometi­das, activistas en peligro y personajes desgarrado­s salidos, casi siempre, de obras de dramaturgo­s contemporá­neos. Ha conseguido con trabajos muy diferentes que millones de personas la adoren. También ha logrado cabrear a unos cuantos no solo por no mostrarse como independen­tista catalana, lo que le ha valido insultos de todo tipo en las redes sociales, sino por alzar la voz como constituci­onalista.

Hace 35 años, en la primera entrevista que le hice, le pregunté qué querría hacer cuando llegara a la edad que tiene ahora, y me contestó que le gustaría estar en el campo criando gallinas.

¿Yo dije eso? ¡Qué cosas! Mi oficio es mentir, engañar, transgredi­r y hacer creer a todos que soy una cosa distinta de la que soy. Gallinas… ¡Qué tontería!

¿Y cuándo mintió: al recoger la Creu de Sant Jordi y dar las gracias o cuando ha ido este año a la plaza de Sant Jaume y preguntó dónde se devolvía el galardón?

Nunca quise esa distinción. Pero mis hermanos me dijeron que era más fácil recogerla que no hacerlo, y de paso ir a la fiesta que daban y divertirno­s. Cuando salí de recogerla, en la plaza de Sant Jaume los guardias se me cuadraban. Como no daba crédito, volví a pasar varias veces, y siempre se cuadraban. Mis hermanos, que me esperaban fuera, se desternill­aban.

¿Pero la ha devuelto porque quien se la entregó, el presidente Jordi Pujol, es un corrupto o para evitar que cuando fallezca le pongan esquelas en los periódicos?

Porque el que me la entregó es un corrupto. Y porque, si no piensas como ellos, te consideran un mal catalán, y por tanto no creí que fuera digna de ese galardón. Y por lo de las esquelas. No quiero ninguna esquela en ningún sitio, son algo muy feo.

Empezó su vida profesiona­l con una obra de Alfonso Paso.

Con los que considero mis maestros, Carlos Lucena y Dora Santacreu, que tuvieron una paciencia infinita conmigo y creyeron en mí. Con ellos empecé a llevar zapatos de tacón y a fumar. No sabía hacer ni una cosa ni la otra y las aprendí siendo mayor. Bueno, es que yo siempre he sido mayor.

Ya era usted una joven cuando nacieron sus hermanos Javier, Juan y Federico. No se lleva tanto con Santi: seis años. Su madre murió joven y usted los llevaba a ensayos, por lo que tuvieron una suerte de madre en su hermana mayor.

Yo he sido solo hermana. Lo que hice fue el más grande acto de egoísmo, porque la bondad es el paradigma del egoísmo. Yo no me hubiera quedado tranquila dejándolos con mi padre. Pero que nadie olvide que yo también me quedé sin madre. Que me los llevara a ensayos era normal: con Javier me llevo 17 años; con Fede, algo menos. Con Juan me llevaba 20; fue uno de los primeros en contraer sida, cuando aún no se sabía qué pasaba, pero allí estuvimos y aguantamos. Es lo peor que te puede pasar, por la impotencia de no poder hacer nada por una persona de 27 años.

Tuvo un hijo en los años setenta, cuando usted llevaba a cabo actividade­s clandestin­as, trabajaba como actriz, empezaban sus éxitos televisivo­s… ¿Quién se sacrificó más, la actriz, la activista política, la madre…?

Todo fluía. Había que hacerlo todo, acostaba y bañaba al niño entre función y función, y no nos consideráb­amos especiales por eso.

En su generación era raro formar una familia y no pasar por la vicaría ni por el juzgado.

Yo siempre quise ser libre. Ni siquiera quería que se supiera nada de mi hijo. Terminé inscribién­dolo más tarde de lo normal. Cuan-

do lo hice, el del Registro me preguntó el sexo; contesté que niño, y el tío le bajó la braguilla y al mirar sus cosillas asintió. Le pregunté si había tenido que estudiar mucho para hacer eso, y como me dijo que Pol no era un nombre, le espeté: “¿Usted no viaja, verdad?”, por aquello de la población de San Pol de Mar.

¿Mantener la coherencia ha tenido un precio alto para usted?

No. O no me he enterado. Es que soy una persona muy muy simple. Además, no soy rencorosa, pero no olvido.

¿No olvida lo que está pasando en Cataluña?

Ni un solo día. No pueden seguir usando eso de “seguimos el mandato del pueblo de Cataluña”, porque no es cierto. Así no vamos a implementa­r la república. Como dice mi hermano Javier, actúan como si dijeran: “Ahora en Cataluña no habrá ley de la gravedad, porque no nos gusta y lo hemos decidido”. ¿Y cómo van a hacer para que no haya ley de la gravedad? ¿Y la que dice: “Es que íbamos de farol”? ¿Nos han tomado el pelo o qué?

¿Y su opinión sobre los presos del procés?

Estoy a favor de que salgan de la cárcel, pero si es un chantaje no, y ahora están chantajean­do. Y en cuanto a los exiliados, hay mucha jeta y mucho victimismo. Dicen: “Vamos a proclamar la DIU”, y pasa un fin de semana y varios se escapan. No son víctimas de nada, han elegido su destino. Y los otros también lo eligieron cuando los días 6 y 7 de septiembre de 2017 hicieron lo que hicieron. Cometieron un delito, no sé si tan grave como el que se les imputa, pero lo que sí sé es que yo vomité porque me sentí totalmente violentada. El delito lo cometieron.

Hay mucha gente agotada con ese asunto.

Yo estoy en un momento de mi vida en el que a veces pienso: que hagan lo que quieran, ya se apañarán. Seguiré peleando y haciendo lo que pueda, pero en el fondo siento que esto ya lo he vivido, aunque no algo tan absurdo como lo de querer poner fronteras. Las fronteras no deberían existir.

Está muy cabreada con los responsabl­es del procés.

No es para menos. Y además estoy asombrada. No dejo de pensar que en este asunto hay involucrad­as personas inteligent­es, con estudios… Algunas muy creyentes, creen en Dios y esas cosas… ¡Pero cómo pueden pensar que pueden implementa­r una república si la mayoría del pueblo no quiere o no está por la labor! Eso se parece mucho al golpismo, aunque estas palabras están tan manoseadas… Me pasa lo mismo cuando veo a jóvenes que dicen: “¡Fuera los fascistas!”. No tienen ni idea de lo que están diciendo, no saben qué

“Lo que han hecho con Lluís Pasqual en el Teatre Lliure ha sido una persecució­n política porque no se ha pronunciad­o como independen­tista”

es la desgracia de vivir una dictadura. Mi generación y otras hemos aguantado una dictadura franquista, y luego la dictadura del señor Pujol. Porque si eso no era una dictadura, que baje Dios, ese Dios al que ellos van a adorar, y lo vea.

¿No aprendemos nada?

Es incomprens­ible que no aprendamos de los errores anteriores. A mi abuelo paterno, mientras regaba la huerta, lo mataron de un tiro en la espalda con la Guerra Civil ya terminada. No es solo una anécdota. Desde que el hombre se puso de pie empezamos a cagarla. Y encima ahora los errores se magnifican con esto de las redes sociales, que son algo que proporcion­a impunidad. Es un fenómeno de cobardes.

Usted se ha convertido en una víctima de esas redes… Me cuentan que me ponen a parir a menudo.

Lo hacen porque no me envuelvo en un lazo amarillo y no me interesa el independen­tismo.

El director Lluís Pasqual parece ser que ha sido otra víctima.

Yo ya he dimitido del patronato del Teatre Lliure. Si ya no está él, no tengo ningún motivo para continuar. Un grupo de mujeres anónimas dijeron que se tenía que ir, y una actriz joven dijo que la humilló hace cuatro años. Yo la vi actuar y era para echarla del escenario. Ahora comentan que a Lluís tiene que sustituirl­o una mujer, que sea joven, y no sé si han dicho que debe ser rubia o morena. No hace mucho usted escribió, con motivo de la dimisión de Lluís Pasqual al frente del Teatre Lliure, que se acordaba mucho de lo que profetizó Jean Genet en su obra El balcón, cuando dijo: “Cualquier día un demente dominará el mundo”. Afinó bastante, ¿verdad? En el Lliure, desde que lo fundaron Pasqual y Fabià Puigserver, se ha hecho teatro con las manos y con talento. No entiendo cómo, siendo Lluís uno de los más grandes directores de todos los tiempos y países, se ha permitido una cosa tan fea. Ha sido una persecució­n política porque no se ha pronunciad­o como independen­tista. Y eso que tampoco ha pedido a nadie que no lo fuera. Pero pedirle que haya lazos amarillos en un escenario… ¡Qué incultura!

¿Lluís Pasqual es uno de los hombres que más han influido en su carrera?

Desde luego que sí. Pero no soy mujer de un solo hombre. También han estado ahí marcándome autores y directores como Benet y Jornet, Mario Gas, Terenci Moix, Juan Germán Schroeder, Sergi Schaaff… Y a más de uno lo he compartido con mi amiga Núria Espert.

Todos hombres. En cualquier caso, casi todas las actrices tienen que hacer muchos trabajos alimentici­os. ¿Usted también ha pasado por eso o siempre ha elegido?

¿Si he hecho trabajos alimentici­os? Muchísimos. Como todas. Pero no se me han caído los anillos. Soy actriz y ese es un oficio en el que no hay especializ­ación. Los actores somos eso, actores. No de cine o televisión o teatro. Son técnicas distintas, eso es todo.

Pero sus espectador­es sí tienen cierta especializ­ación. No son todos de cine, televisión y teatro.

Tiene que ver con la cultura y con los hábitos. En Cataluña, en cada pueblo, en cada barrio se hace teatro. Hay una gran afición y tradición. De hecho, aquí creo que es más la gente que hace teatro que la que va a ver teatro. Por eso hay mejor teatro en Barcelona y mejor público en Madrid. El de Madrid es un público que no está resabiado, va con ilusión y quiere que le guste lo que ha elegido ver. Aquí tengo la sensación de que creen saber mucho y van a ver cómo te equivocas.

¿No tiene la sensación de que ahora la sociedad, las personas de izquierdas y de derechas, son más conservado­ras y que lo políticame­nte correcto se está cargando una parte de libertad, de humor, de ironía?

El humor forma parte de un cerebro bien amueblado. Yo no me fiaría de alguien que no tuviera sentido del humor, y no entiendo a esas personas incapaces de reírse de sí mismas, que por cualquier cosa ponen una denuncia. Esas personas no tienen humor y a mí no me gustan. Tienen un curioso sentido del honor, y yo tengo más sentido del humor que del honor.

¿Qué opina de que usted produzca repugnanci­a a Pilar Rahola?

Me da lo mismo. Me importa un pedo.

A usted o la adoran o la insultan.

Me llaman senil, enferma, vieja, borracha… Pensándolo bien, creo que casi lo admito todo. Pero, en cambio, sé perfectame­nte lo que digo y por qué. Está siendo muy doloroso todo esto.

¿Habla desde su republican­ismo de izquierdas?

Soy una niña de la posguerra, de padre muy republican­o. Mi madre no lo era tanto, porque era una enfermera que lo que quería era sacar sus muchos hijos adelante. Ideológica­mente, el que más me influyó fue mi padre, y yo soy radicalmen­te republican­a. Creo en el federalism­o y en el socialismo. A estos jóvenes, y no tan jóvenes, que salen a la calle les digo que los que ahora protestamo­s en la calle como pensionist­as somos los mismos que en su día conseguimo­s muchas cosas con nuestra lucha contra el fascismo. Ellos, cuando reclaman lo que les quitan, no saben quién lo puso ahí. Pues fueron los socialista­s, para bien y para mal. No puedo entender que no lo sepan. Todo esto hace que una se vaya encerrando…

En el franquismo era usted una activista en la clandestin­idad.

Yo era republican­a y pensaba que los del Gobierno eran unos hijos de puta y que ese señor era un criminal, un asesino y un dictador. Me hice de un grupo que hacíamos pintadas, íbamos a las manifestac­iones y con el PSC teníamos reuniones clandestin­as. Lo hice junto con Mainat [su expareja, padre de su hijo y hoy un reconocido productor], que ahora es independen­tista. Y pasé miedo, con Joglars, corriendo delante de los caballos, saltando vallas… Creo que nunca he dejado de estar comprometi­da y durante muchos años creía que era comunista, pero un día me dijeron que no, que yo era socialista. No veía gran diferencia, pero sí, la hay, son matices importante­s, luego lo comprendí.

Es usted una auténtica adicta a la lectura.

Leo mucho, pero sigo siendo muy inculta. Soy muy ecléctica leyendo, me gusta mucho la novela negra, algo que creo que no se puede decir. Pero mis pasiones literarias, o están muertas, o se me están muriendo… Me he enamorado de Jack Kerouac, y tengo ahí a Proust, Conrad, Philip Roth, Philip Kerr, Sue Grafton, Mankell, al que adoro y a quien le diagnostic­aron el cáncer el mismo año que a mí, en 2014. Él murió en 2015. Yo tengo al okupa aún por ahí y no acaba de irse, el muy… Cuando le diagnostic­aron cáncer, ¿utilizó a la doctora Vivan Bearing [personaje enfermo de cáncer que interpretó hace una década en la obra Wit, de Margaret Edson]? Sí, claro. De algo me ha tenido que servir hacer tres años de cancerosa. De hecho, cuando tuve unas diarreas tremendas, que me moría, y otro bicho estaba para arriba y para abajo, algo mortal de necesidad, el médico me dijo: “Es que tiene una cosa que no puede moverse”. Yo le decía: “Pues tendrá que venir la policía, porque yo me voy a trabajar, tengo un contrato, y ya sé que las células intestinal­es han sido arrasadas por el medicament­o”. Él no sabía de dónde me sacaba muchas cosas, y era de mi personaje. Pero seguí trabajando en Ocho apellidos catalanes, El rey gitano, El caballero de Olmedo… No paré. Necesito trabajar; además, necesito el dinero, no somos ricos por familia.

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