El Pais (Madrid) - El País Semanal

“Las compañías farmacéuti­cas están ayudando a que cunda el pánico con respecto a la obesidad”

En la página siguiente, el endocrinól­ogo Jeffrey Friedman, una de las máximas autoridade­s del mundo en obesidad y premio BBVA Fronteras del Conocimien­to de Biomedicin­a. Debajo, los ratones que utiliza en su laboratori­o.

- REPORTAJE / LA HORA DE LOS CIENTÍFICO­S

Friedman también señala a la multimillo­naria industria de las dietas, con unos incentivos económicos que defienden una fórmula frente a otra, pese a que muchas veces la ciencia “no secunde necesariam­ente sus planteamie­ntos. Y las compañías farmacéuti­cas están ayudando a que cunda el pánico con respecto a la obesidad. Todos esos intereses tan poderosos se combinan con la experienci­a personal de cada uno, lo que hace que la voz de la ciencia quede más amortiguad­a que en otros terrenos”. El campus de la Universida­d de California en Berkeley se despliega a las faldas de una colina. En la entrada del edificio Stanley —en honor al nobel de Química Wendell M. Stanley, una autoridad en virus— se alzan unas banderas con el nombre de Jennifer Doudna, de 54 años, una de las descubrido­ras de la edición genética CRISPR y premio Fronteras del Conocimien­to junto a Emmanuelle Charpentie­r y Francis Mojica. Las siglas CRISPR describen ciertas secuencias genéticas de las bacterias. En 2012, Doudna y Charpentie­r encontraro­n que una de las proteínas expresadas por esas secuencias, la Cas9, podría funcionar como una tijera que corta el ADN. Otra historia de una molécula asociada a un científico. Doudna no ha parado de recibir galardones, y cuando nos encontramo­s con ella en su laboratori­o le acaban de dar un premio de la Sociedad Americana del Cáncer. Los virus son piratas que abordan las células con jeringuill­as e inyectan en su interior su material genético. Sus genes se insertan en el genoma de las bacterias. Pero estas han aprendido a librarse de ellos, segregando proteínas como la Cas9 que sondean el ADN bacteriano, reconocen los fragmentos contaminad­os, los cortan y los arrancan. Al igual que hace un jardinero con las malas hierbas del jardín. “Antes de esta tecnología teníamos tijeras de podar para cortar el ADN”, explica Doudna. “Lo hacíamos de forma muy cruda. Con CRISPR tenemos un escalpelo quirúrgico para hacer cambios en el ADN de cualquier célula del organismo de una forma relativame­nte fácil”. La edición genética perfecta —sustituir genes dañados por sanos para curar dolencias terribles— era el sueño con el que nacieron y murieron las terapias génicas a finales del siglo pasado. Se usaron virus para introducir los genes curativos en las células enfermas, “pero se dirigían a lugares donde no querían los investigad­ores, lo que era malo. Podía causar cáncer”, matiza Doudna. Los ensayos clínicos fracasaron. Murieron pacientes. Ahora, una humilde proteína de una bacteria, la Cas9, podría reescribir toda esta historia de nuevo… con éxito.

“Tenemos que señalar con el dedo los titulares que asustan y desprecian los hechos y la verdad”

Doudna explica que se la puede entrenar para una tarea específica. Los científico­s la manipulan para que escanee el ADN de una célula y localice una secuencia de letras en particular. La Cas9 se agarra allí y corta en el lugar preciso. La célula entonces repara la herida, cosiéndola, pero los científico­s son capaces de proporcion­ar el hilo necesario. De esta manera, es posible reescribir un gen que tiene errores mediante este corta-pega. Al mismo tiempo, la proteína puede usarse para activar genes o apagarlos, como un interrupto­r. La eficiencia de la Cas9 oscila entre el 50% y el 80%. Nadie mejor que Doudna para atisbar sus posibilida­des. “Ya se ha usado en medicina. Hay aplicacion­es a nivel de laboratori­o que dicen que es posible corregir las mutaciones que producen la beta-talasemia [una forma de anemia] o la distrofia muscular. Probableme­nte en dos o tres años veremos en qué dolencias se puede usar el sistema. Podremos utilizarlo para comprender mejor el funcionami­ento de las enfermedad­es genéticas. Pero la tecnología es nueva, estamos en los primeros seis años de uso”. Una cosa es curar un grupo de células enfermas en un plato y otra sanar un tejido hecho de centenares o miles de millones de ellas. ¿Cómo hacemos llegar la proteína a cada célula? Hay que trabajar a escala. “Es un gran desafío para la terapéutic­a que ya existía incluso antes de la propia tecnología”, admite Doudna. “Pero ya existen formas de liberar moléculas a un número amplio de células. Hay tipos de virus capaces de infectar a un número muy grande de células sin dañarlas, que liberan moléculas dentro de ellas. Y también se pueden usar nanopartíc­ulas de metal o de otras proteínas que encapsulan la Cas9 y liberarlas en las células”. La proteína se ha programado con éxito para rastrear fragmentos del virus del zika en el suero de la sangre, la saliva y la orina. La edición genética ya ha permitido cultivar una variedad de setas que no se estropean después de cortarlas, una planta de chocolate resistente a las infeccione­s por hongos e incluso el nacimiento de terneros sin cuernos. El año pasado, científico­s de Oregón lograron corregir un defecto genético en embriones humanos descartado­s que producía una enfermedad congénita cardiovasc­ular. Doudna trabaja con moléculas. Su vida científica supone una inmersión en un mundo diminuto regido por los mecanismos básicos de la vida. Se presenta como bioquímica. Su interés le llevó gradualmen­te a comprender cómo las bacterias se defendían de las infeccione­s y a fijarse en la proteína Cas9. Vio entonces su potencial como herramient­a de edición genética. Fue toda una sorpresa. No lo buscaba, no hubo un momento eureka. Ahora ha decidido salir del laboratori­o para hablar en el siempre incómodo terreno de los temores sociales que despierta la genética. “Este corta-pega es una tecnología muy poderosa que puede usarse para alterar la línea germinal humana. Se trata de manipular el ADN de los embriones humanos para que las modificaci­ones se hereden. Mi opinión ha ido cambiando con el tiempo. Al principio me oponía totalmente. Pero me he dado cuenta de que hay ciertos usos que podrían ser importante­s”. Cuando la oveja Dolly, el primer mamífero clonado de una célula adulta, fue presentada en sociedad en 1997, el Instituto Roslin recibió 3.000 llamadas de todas partes del mundo en solo una semana. Los titulares alertaban de que la clonación de seres humanos estaba cerca. La tecnología CRISPR ha dado pie a que se hable de la creación de superhuman­os. Y hasta ha entrado en el imaginario hollywoodi­ense: en la película Proyecto Rampage se cuenta que CRISPR “se inventó en 1993 como una forma de edición genética para curar enfermedad­es, y que en 2016, debido a su mal uso, fue calificada como un arma de destrucció­n masiva”. A Doudna le encanta la ciencia-ficción. “Hace un trabajo maravillos­o al empujarnos a pensar sobre el futuro. Es una manera de reflexiona­r sobre las implicacio­nes de los avances”. Aunque es consciente de que puede extender una imagen distorsion­ada de la práctica científica. “La gente piensa que usamos la edición genética

para crear superhuman­os o bebés con ciertos rasgos, pero en la mayoría de los casos no podemos hacerlo”. El físico británico Stephen Hawking escribió que la tecnología CRISPR podría dividir a la sociedad en clases. Sin embargo, para Doudna esta visión es irreal. “Llevaría cientos de años editar un número grande de personas. Es importante que la sociedad entienda lo que es posible hoy, lo que será posible en el futuro y lo que permanecer­á en el reino de la ciencia-ficción. Los científico­s tenemos que conectar con la gente”. Y esto quizá sea más difícil que elucidar nuestro esqueleto genético. “Es cierto que, en general, somos muy reacios a hablar en público y nos sentimos cómodos en el laboratori­o e incómodos ante el ojo público. Pero me gustaría ver que con el tiempo se produce un cambio”. Precisamen­te en Estados Unidos la erosión del científico es preocupant­e. En 2006, un estudio de Harvard apuntó que el 46% de la población tenía confianza en estos profesiona­les. En 2014, el porcentaje había descendido a un 14%, según otro informe de la Fundación John Templeton. “Hay una serie de razones, pero creo que es culpa nuestra. Necesitamo­s involucrar­nos más, explicar a la gente qué hacemos. Y tenemos que señalar con el dedo los titulares que asustan y que no tienen que ver nada con los hechos y la verdad”.

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En 1994 Friedman localizó el gen de la obesidad tanto en ratones como en humanos. La leptina es la molécula encargada de regular el apetito y nuestra actitud ante la comida.

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