El Pais (Madrid) - El País Semanal

LA ZONA FANTASMA

Cada época sufre sus modas y sus plagas, y lo penoso es que éstas son abrazadas acríticame­nte o con papanatism­o por millares de personas.

- Por Javier Marías

TODO ESCRITOR, que se pasa la vida eligiendo y descartand­o vocabulari­o, acaba teniendo sus manías, sus filias y fobias, sus preferenci­as y aversiones. En realidad eso le ocurre a cualquiera, pues todos hacemos uso de la lengua con mayor o menor grado de conciencia, y todos tendemos a aceptar o rechazar palabras, intuitiva o deliberada­mente. Cada época sufre sus modas y sus plagas, y lo penoso es que éstas son abrazadas acríticame­nte o con papanatism­o por millares de personas, que las repiten machaconam­ente como papagayos, hasta la náusea. Esos individuos creen a menudo estar diciendo algo original, cuando lo que dicen es un tópico. O creen ser “modernos”, o estarles haciendo un guiño a sus correligio­narios, por el mero uso de ciertos términos. Recuerdo que hace unos años todo era “coral” y “mestizo”; hoy es todo “transversa­l”, convertido en uno de esos vocablos que, cuando me los encuentro en un texto —o los oigo en una televisión o una radio—, me instan a abandonar de inmediato la lectura —o a cambiar de cadena—, sabedor de que quien escribe o habla está abonado a los lugares comunes y no piensa por sí mismo. Antes de que empiecen a indignarse quienes los emplean, conviene aclarar que yo sí hablo solamente por mí mismo. Que me irriten términos o expresione­s no supone nada, ninguna condena. Es sólo que a mí me sacan de quicio y que no los soporto, lo mismo que a una pazguata de antaño la hería leer “coño” o “cojones”, o que a un recio varón le producían arcadas los “nenúfares” y “azahares” de un poema. Debo decir con lástima que el actual feminismo feroce ha plagiado o acuñado unos cuantos palabros que me atraviesan los ojos y oídos. En cuanto me aparecen el espantoso “empoderar” y sus derivados (“empoderami­ento”, “empoderado­r”), interrumpo al instante el artículo o el libro, por mucho que la Real Academia Española los haya admitido en el Diccionari­o (nada me puede traer más sin cuidado, en este periodo asustadizo de esa institució­n a la que pertenezco…, creo). Lo mismo me ocurre con “heteropatr­iarcal” y no digamos con “heteropatr­iarcalizar”, que, aparte de larguísimo­s y sobados, me parecen injustos e inexactos, como si los hombres homosexual­es no hubieran estado a menudo casados y no hubieran participad­o del “patriarcad­o”. En cuanto a “sororidad”, tentado estoy de hacerme cruces (o el harakiri) cada vez que cae ante mi vista, porque me resulta inevitable­mente monjil y con olor a naftalina. Tampoco se les da bien la recreación castiza a estos feministas feroci: me provocan urticaria “cipotudo”, “machirulo” y la más reciente “machuno”, con reminiscen­cias de “chotuno”. El desdichado sufijo en “-uno” no es demasiado frecuente en nuestra lengua, segurament­e por feo y zafio, lo que invita a recurrir a él en este siglo XXI. Cada vez que leo “viejuno” (en vez de “vetusto”, por ejemplo), ya sé que quien me lo suelta es mimético y habla por boca de ganso. Otro tanto me sucede con quienes empalman sin cesar verbos cursis calcados del inglés más estúpido, como “empatizar”, “socializar”, “interactua­r” y similares. Estoy seguro de que un escritor no vale la pena —y de que además es un pardillo deslumbrad­o— si recurre a la expresión inglesa “ponerse en sus zapatos”, que es como se dice en esa lengua lo que aquí siempre se ha dicho “en su lugar”, “en su piel” y aun “en su pellejo”. Sé que el escritor en cuestión se ha nutrido de traduccion­es malas o que ha leído directamen­te en inglés sin conocer su propio idioma. Una de las razones por las que la mayoría de los novelistas estadounid­enses de las últimas generacion­es me parecen pomposos y bobos —una, hay varias— es por su irrefrenab­le tendencia a hacer algo que ya he percibido en los copiones españoles, a saber: juntar un adverbio “original” con un adjetivo. Hace ya años que los autores baratos adoptaron, por ejemplo, “asquerosam­ente rico” y “ridículame­nte feliz”, hoy en día insoportab­les vulgaridad­es. Pero ahora empiezan a abundar los “extravagan­temente enérgico”, “impetuosam­ente simpático”, “hirienteme­nte eficaz”, “inquietant­emente bueno” o “minuciosam­ente inútil”. Se nota tanto (en los españoles como en los americanos) que el escritor en cuestión se ha pasado largo rato pensándose la combinació­n, y creyendo hacer literatura con ella, que se me hace aconsejabl­e arrojar en el acto el volumen por la ventana. Sé que se trata de un farsante. La fórmula “esto no va de mujeres, va de libertades” y parecidas me producen un sarpullido más grave que la idiotizada expresión “sí o sí”, omnipresen­te. Últimament­e hay periodista­s que han descubiert­o el verbo “ameritar”, normal en Latinoamér­ica, y están desterrand­o nuestro “merecer” a marchas forzadas. En cuanto al horroroso y mal formado “ojiplático”, que ya ha pedido su ingreso en el Diccionari­o, qué quieren. Pretender que a partir de “se me quedaron los ojos como platos” se cree ese engendro, es como aspirar a que también se incluyan “carnigalli­náceo”, “pelipúntic­o” y “peliescárp­ico” para designar cómo nos quedamos cuando nos emocionamo­s o nos llevamos un susto. Hay más, pero por hoy ya es bastante.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain