El Pais (Madrid) - El País Semanal

Bulgari, a la conquista del Kremlin

La gran casa de joyas italiana se cuela entre los muros de Moscú. A escasos metros de la tumba de Lenin, la exposición Tribute to femininity reúne más de 500 piezas únicas que pertenecie­ron a divas como Elizabeth Taylor y Monica Vitti.

- POR SARA CUESTA TORRADO

LA PLAZA ROJA de Moscú confronta las dos caras de la historia de Rusia. A un lado se alzan los imponentes muros del Kremlin. A sus pies, la tumba de Lenin, mausoleo de peregrinac­ión que mantiene viva la memoria del líder comunista. Y justo enfrente, la gran fachada de GUM, el mayor centro comercial de lujo del país. Un escenario de contrastes donde convergen la opulencia de los zares, la austeridad de los comunistas y la creciente fastuosida­d de los nuevos ricos. Y estos días, la discordanc­ia aumenta con la presencia de Bulgari a ambos lados de la plaza. Repartida entre los museos del Kremlin y GUM, la casa de alta joyería organiza la exposición Tribute to femininity. Una selección de 500 piezas-icono de la marca. Han viajado desde su sede

“Organizamo­s estas muestras para que los clientes entiendan el significad­o de nuestros iconos y compren sus reinterpre­taciones”

central en Roma gracias a un dispositiv­o de seguridad para el que han desembolsa­do un millón de euros. Es el precio que la firma italiana estaba dispuesta a pagar por exponer en Rusia, uno de los principale­s mercados de lujo del mundo. El Kremlin es como una cámara acorazada de 28 hectáreas (56 campos de fútbol) flanqueada por cientos de militares y con un estricto control de acceso: sin pasaporte no hay entrada. Esta seguridad tiene su explicació­n. Además de los jardines, catedrales y museos de interés turístico, en su interior se encuentra el Gran Palacio, que es en teoría la residencia presidenci­al. En la práctica, Vladímir Putin no vive aquí, aunque sí trabajan en el edificio varios departamen­tos gubernamen­tales y es el lugar en el que el presidente ruso recibe las visitas diplomátic­as. Dentro de este búnker se encuentra la exposición de Bulgari. “La muestra representa la apertura de nuestros museos hacia el fascinante mundo de las joyas contemporá­neas”, explica Elena Gagarina, directora de los museos del Kremlin e hija del astronauta soviético Yuri Gagarin. Fue el primer humano en viajar al espacio exterior, en 1961, y falleció en un accidente espacial cuando ella apenas tenía nueve años. Pero “Madame Gagarina no habla de su pasado, ni de su padre”. Lo dejaba claro a través de su responsabl­e de comunicaci­ón minutos antes de la entrevista. Esa tarde, recibe a la prensa para celebrar la entrada de Bulgari en el Kremlin. La muestra se divide entre la Cámara del Patriarca y la Torre de Iván el Grande. Ambas salas están casi en penumbra. Unos sutiles hilos de luz apuntan directamen­te a las vitrinas. Los colgantes, broches y otras piezas parecen quedar suspendido­s, como si fueran mariposas de diamantes y piedras preciosas revolotean­do en una jaula transparen­te. En el techo, unas pantallas repiten imágenes de las joyas con un efecto caleidoscó­pico hipnótico. En la sala de las actrices hay piezas tan icónicas como la corona de la princesa Olimpia Torlonia, el colgante de siete esmeraldas de Monica Vitti o el anillo con el que Richard Burton le pidió la mano a Elizabeth Taylor y otras ocho piezas que pertenecie­ron a la actriz. A su lado, brillan las coleccione­s de Anita Ekberg, Gina Lollobrigi­da y Anna Magnani. La colección de Magnani fue la última gran adquisició­n del departamen­to Heritage de Bulgari, responsabl­e de preservar el legado de la firma. “Fueron 10 años de conversaci­ones con la familia, hasta que a principios de este año cedieron”, recuerda Lucia Boscaini, directora del departamen­to. Su labor es estar en contacto constante con coleccioni­stas, propietari­os y casas de subastas para recomprar las piezas que un día vendieron. Como con uno de los broches de la época Dolce Vita (años sesenta) que hay en la muestra. Pagaron por él unos 400.000 euros en una subasta en Suiza. “Un muy buen precio, porque estábamos dispuestos a pujar hasta un millón”. Comenzaron esta tarea en los noventa, cuando vieron que sus joyas se habían convertido en piezas históricas. “Dicen mucho del momento en el que se diseñaron o de cómo eran las mujeres que las lucían”, cuenta Boscaini. Acumulan ya 800 piezas en su sede central, en Roma, y una vez al año organizan una muestra en el extranjero para revaloriza­r sus joyas. Este año, han elegido Rusia porque es un mercado en auge para ellos. “Organizamo­s estas exposicion­es para que los visitantes —y posibles clientes— tengan un background, entiendan el significad­o de las alhajas compren reinterpre­taciones de nuestros iconos. La educación es fundamenta­l para desarrolla­r el gusto por las joyas”, explica Boscaini. Y Rusia es un país muy prometedor en ese sentido porque la gente está muy interesada en ellas. Como historiado­ra, a Elena Gagarina le fascina lo mucho que los artículos de joyería pueden decir de una sociedad y su cultura. “La gente no debe conocer la historia de su país solo por los libros, sino también a través de los objetos de cada época. Las piezas de nuestra exposición permanente —160.000, entre armas, carrozas, trajes y joyas— hablan del poder y la ostentació­n de nuestro pasado”. Desde los famosos huevos de Fabergé hasta las carrozas doradas dignas de La Cenicienta. Por no hablar del Fondo de Diamantes, la tercera colección de joyas más valorada del mundo, solo superada por la de las coronas británica y persa. Destaca la Gran Corona Imperial de Rusia con

5.000 diamantes, con la que fue coronada Catalina la Grande, la primera mujer que gobernó, tras usurpar el trono a su esposo. El tesoro de los zares recibe la visita de tres millones de turistas cada año. Pero el interés que el lujo y las joyas despiertan en la sociedad rusa ha hecho que el Kremlin decida poner en marcha un nuevo museo dedicado a joyas contemporá­neas (posteriore­s a las Segunda Guerra Mundial). “Estará fuera de las murallas, porque aquí ya no tenemos espacio”, apunta Gagarina. Para su apertura, Bulgari les ha regalado uno de los collares con monedas bizantinas de su exposición. El día antes de la inauguraci­ón, Tribute to femininity abrió en exclusiva para los clientes más selectos de Bulgari. Coleccioni­stas de joyas a los

6 que la firma italiana, en su afán por mimar a sus mayores compradore­s, les organiza un viaje de ensueño. Una práctica habitual entre las casas de alta joyería, que han tenido que buscar nuevas vías de captación para hacer frente a la competenci­a. Invitan a un cliente por país —dos si es un matrimonio—. Los elegidos viajan en primera clase, duermen en hoteles de 5 estrellas, comen en los mejores restaurant­es y disfrutan de visitas guiadas por la ciudad. La guinda a esta experienci­a inolvidabl­e es una gran fiesta. La de este año fue en la Casa de Pashkov, uno de los muchos palacios del centro moscovita. Asistieron estrellas internacio­nales como la actriz Alicia Vikander, con colgantes de Bulgari, y todos los altos cargos de la firma. Para que el cliente sienta que forma parte de su gran familia. Cecilia Matteucci es una de ellas. Tiene 79 años y lleva 20 colecciona­ndo ropa y joyas. Cuenta con 3.000 piezas en su casa. Entre ellas, un colgante que Pierre Bergé le hizo al amor de su vida y socio, Yves Saint Laurent. “Un diseño único. El modista lo tenía en una vitrina en casa, pero yo me lo pongo”, presume esta italiana en la fiesta. Va enfundada en una chaqueta dorada de Coco Chanel de los sesenta —“una de las suyas de verdad”, según apunta—, medias de rejilla, minifalda de plumas y botas altas transparen­tes de Chanel 2018. Baila como si tuviera 30 años menos y parece entusiasma­da con el viaje. Una pequeña parte de la muestra, la de joyas actuales, se encuentra en GUM, el centro comercial que hay frente al Kremlin, que ha vivido la evolución social y política del país. Su fachada, de 242 metros de largo, fue construida a finales del siglo XIX. Debe su actual nombre a Lenin, quien tras la revolución de 1917 decidió nacionaliz­ar el mercado y lo convirtió en la Gran Tienda del Gobierno (a lo que responden sus siglas en ruso). Stalin lo cerró y lo convirtió en oficinas estatales hasta su muerte, en 1953. Ese mismo año se reabrió como centro comercial y la familia de Mijaíl Kusnirovic­h empezó a hacerse con varios locales con la intención de asentar el lujo en su país. Tras años de proteccion­ismo económico que impedía la importació­n, atraer a las grandes firmas extranjera­s se convirtió en casi una obsesión para los Kusnirovic­h. Y lo consiguier­on. Hoy, Mijaíl es el propietari­o absoluto del centro. Ninguna firma exclusiva puede renunciar al latente mercado ruso y eso pasa por tener un local en GUM. Bulgari no es una excepción. Estos días, una elegante alfombra morada, en la que se exhiben en vitrinas las joyas de la temporada, conduce por los pasillos de estas galerías hasta la puerta de su tienda. Un reclamo para los compradore­s. “El lujo es arte. No solo se trata de demostrar que eres rico”, dice Kusnirovic­h. El hombre, no muy alto y corpulento, pasea con la cabeza alta y las manos entrelazad­as a la espalda. Los andares son los de quien se sabe dueño de un imperio. Saluda a los comerciant­es de su reino con cercanía. Les da la mano y los llama por su nombre de pila. Ellos le devuelven el saludo con admiración o gesto servil. Al llegar a la tienda de gastronomí­a, Kusnirovic­h se detiene. En su interior se puede encontrar de todo. Vinos australian­os y españoles. Quesos suizos y franceses. Anchoas cántabras y algas japonesas. Un paraíso gourmet donde no hay límites y que para su propietari­o “es un sueño hecho realidad”. “Para los rusos que hemos crecido bajo el sistema soviético, el verdadero privilegio no es una cuestión de nivel o precios, sino tener la opción de elegir qué consumir. Ya sea comida, ropa o un coche. De ahí viene parte del éxito de este centro comercial, del lujo en Rusia, y de una exposición de joyas como la que estos días organiza Bulgari”.

“Para los rusos que hemos crecido en el sistema soviético, el lujo es poder elegir qué producto queremos consumir”

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1 1. El collar Seven Wonders (siete maravillas) fue un icono en los años sesenta. Debe su nombre a sus siete esmeraldas. 2. El centro comercial GUM a finales del siglo XIX. 3. Una de las salas de la exposición de Bulgari en el Kremlin. 4. Monica Vitti, con el colgante Seven Wonders.
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