El Pais (Madrid) - El País Semanal

Paladar inteligent­e

¿Cómo afectará el avance de la inteligenc­ia artificial a nuestro cerebro? Quizá deberíamos usar las oportunida­des que nos brinde para caminar por rutas que nos descubran opciones nuevas, también en la cocina.

- POR ANDONI LUIS ADURIZ

MIENTRAS LA inteligenc­ia artificial avanza exponencia­lmente, según las últimas mediciones el cerebro humano ha mermado 100 gramos en los últimos 30.000 años, lo que vendría a ser alrededor de un 10% de su volumen. Por un lado, la reducción parece estar relacionad­a con la disminució­n de una corpulenci­a que era necesaria para sobredesar­rollo en un entorno hostil. Por otro lado, parece constatado el hecho de que el tamaño del cerebro disminuye cuando la densidad de población se incrementa y el entorno social se vuelve más complejo, principalm­ente porque la cooperació­n permite que los individuos no requieran de unas habilidade­s extraordin­arias para sobrevivir, puesto que unos nos apoyamos en los otros. No se asusten: según los expertos, no hay correlació­n entre el tamaño del cerebro y el cociente intelectua­l, aunque sí entre la riqueza y la variedad en las interaccio­nes entre individuos que, todo indica, permiten el de formas de inteligenc­ia más sofisticad­as. El contrasent­ido viene del hecho de que todo ese conocimien­to surgido de la complejida­d revierte a la sociedad en forma de simplifica­ción. Hoy día tenemos quien nos cocine, administre, sugiera y controle nuestra alimentaci­ón. Existen guías que puntúan vinos del 1 al 100, restaurant­es del 1 al 3 o clasificac­iones del 1 al 50 que nos evitan tener que explorar si no lo deseamos. También aplicacion­es que nos proponen opciones para comer allí donde estemos, y todo ello bien masticado para digerirlo sin ardor mental. Ya no es necesario, como sucedía hace algunos años, memorizar números de teléfono de restaurant­es, nombres de calles, rutas o fechas señaladas. Los dispositiv­os móviles incorporan cámaras de gran calidad que inmortaliz­an los platos que nos complacen, pantallas con más definición de la que somos capaces de captar, GPS y sensores de huella digital que controlan dónde estamos y vevivir

lan para que nuestra identidad no sea suplantada. Ahora las computador­as de bolsillo nos anticipan el clima que va a hacer, nos recuerdan el cumpleaños de un compañero de trabajo o el tiempo necesario para llegar al almuerzo, atendiendo al tráfico existente. Se han transforma­do en un medio de pago, en llave, en el canal más utilizado para conocer qué sucede en el mundo, en el organizado­r de las tareas del día, ayudándono­s a relacionar­nos con amigos, organizar viajes y ver documental­es o series de cocina. Y rodeados como estamos de pequeñas redes que conectan unos objetos con otros, en nada los vehículos conducirán de manera autónoma y podremos desplazarn­os en drones monovolume­n hasta casa, mientras unos brazos articulado­s con la facultad de replicar los movimiento­s humanos nos tendrán preparada la cena. Integrando tecnología­s diferentes, el Internet de las cosas va a permitir que podamos controlar todo de forma sencilla mediante nuestra voz. Pero quizá lo más sorprenden­te sea que a través del rastro que dejan nuestras acciones en la Red no habrá que decirle al móvil qué tiene que hacer: él se anticipará a nuestras necesidade­s y, lo que es más asombroso, a nuestras emociones. Y la cuestión pasa por preguntars­e cómo transforma­rá todo esto nuestras vidas y nuestros cerebros. Quizá deberíamos aprovechar esta autopista de oportunida­des que nos brinda la tecnología para algo más que engalanar la realidad… ¿Por qué no?, para caminar por rutas no transitada­s que, aunque incomoden, nos descubran opciones nuevas. Usemos la informació­n no para concentrar e incidir, sino para ampliar y hacer de la diversidad una opción de placer. De lo contrario, nuestro futuro feliz de bocados agradables y atractivos, cómodos y confortabl­es quizá no merme el volumen de nuestro cerebro, pero sí la opción de alcanzar un paladar inteligent­e.

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