El Pais (Madrid) - El País Semanal

“Un banquero no puede tener amigos. Si los tienes, empiezas a perder tu independen­cia”

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Como ocurre desde hace años, uno de sus últimos días al frente del banco empezó a las siete de la mañana. A esa hora suena el despertado­r en su vivienda en la colonia madrileña de El Viso, una casa de líneas vanguardis­tas donde predominan las obras de arte y una exquisita decoración supervisad­a por su esposa, Carmen Ordóñez Cousillas, con la que lleva casado 46 años. Allí está también el rincón donde desconecta leyendo libros y publicacio­nes en formato digital con una tableta que también va con él a todas partes. Pocos minutos antes de las ocho, el coche negro que le recoge en su casa llega a toda velocidad al aparcamien­to subterráne­o de autoridade­s en la flamante sede del BBVA, proyectada por los arquitecto­s Herzog & de Meuron al norte de la capital gracias a una inversión de varios cientos de millones de euros. Mientras una fría niebla rodea el exterior de las instalacio­nes, un joven vestido de negro espera en el punto exacto donde Francisco González baja del vehículo. El escolta que va de copiloto abre la puerta trasera derecha y González sale ágilmente aferrado a su tableta. Viste americana marrón de Brunello Cucinelli, camisa celeste, pantalones grises y zapatos deportivos. Camina en largas zancadas hacia un pesado portón que alguien ha tenido la prevención de mantener abierto. El tronco inclinado hacia delante marca el rumbo. El cráneo despejado, con el cabello blanco de las sienes humedecido, es un mascarón de proa. Nariz prominente. Gesto adusto. Más le vale al séquito conocer el itinerario. Francisco González es un adicto a la puntualida­d. Y las puertas se abren a su paso. Su despacho en la sede del BBVA está en la planta 16ª del edificio principal del complejo, conocido como La Vela: una silueta elíptica de casi 100 metros de altura conectada con otras dependenci­as a través de pasajes, patios y jardines que evocan el ambiente de una ciudad al más puro estilo de los campus tecnológic­os que operan en la Costa Oeste de Estados Unidos. Entre los varios miles de trabajador­es que albergan estas instalacio­nes reina la informalid­ad de atuendo, los horarios flexibles y la ausencia de despachos o de simbología estatutari­a. Salvo la guarida del jefe supremo hasta hoy. La diáfana y amplia estancia en la planta 16ª quedará ahora vacía de los libros en varios idiomas y los regalos en forma de estatuilla­s que pueblan las estantería­s de madera oscura. Y las obras de arte. Y las primeras páginas de periódicos enmarcadas, como una del Financial Times donde firmaba un artículo sobre su gran obsesión en torno al desafío digital que afronta el negocio bancario. Y su foto con los reyes Felipe y Letizia. Y la gran mesa central, con documentos, un ordenador portátil, cubiletes con bolígrafos, un par de piezas estilográf­icas Montblanc, dos botellas de agua Solán de Cabras y un taco de periódicos coronados por un reciente ejemplar del semanario The Economist con la portada de un casco militar con componente­s tecnológic­os implantado­s bajo el titular ‘Chip Wars. America, China and silicon supremacy’ (La guerra de los chips. América, China y la supremacía del silicio). Esta mesa no la usa tanto. Suele trabajar en otra redonda, pegada a uno de los dos ventanales de la estancia, que tiene un reloj suizo incrustado en el centro. En el otro extremo de la sala, junto a otro ventanal gemelo, sobre una alfombra, cuatro sillones Eames de maderas claras con dos reposapiés aledaños. Y cerca de ellos, la cartera de Gucci de piel negra, curtida y rota por uno de los extremos, con la que ha dado cien veces la vuelta al mundo en el último decenio. “Es el único objeto que conservo. Entró aquí conmigo y se irá conmigo. No tengo manías, pero esta cartera sí lo es. Va conmigo a todas partes. Dentro llevo de todo. Mis gafas, mis auriculare­s para cuando voy al gimnasio… Se parece al bolso de una mujer”. La primera reunión de aquella mañana estaba concertada a las 8.30. Cónclave de estrategia macro en una sala vecina de su despacho, vestida con lienzos de Antonio López y Barceló, además de varias esculturas. Alrededor de una mesa redonda presidida por Francisco González, los economista­s Jorge Sicilia y Álvaro Martín. A la derecha de González, Fernando Gutiérrez, adjunto al presidente del BBVA y su hombre de confianza desde hace dos decenios. Ninguno lleva corbata. Norma no escrita de la casa. Se avanzan los temas a tratar. Desde la cumbre del G20 en Argentina hasta la fragilidad del proyecto europeo o la guerra comercial entre China y Estados Unidos. “¿Cómo organizamo­s el mundo para que China sea importante, pero no arrolle?”, dice González. Un mercado, por cierto, donde el BBVA entró y salió escarmenta­do por la falta de resultados. Durante el encuentro, los economista­s esbozan una foto del mundo basada en fuentes propias, informes y artículos periodísti­cos. Un licuado para extraer conclusion­es de rentabilid­ad en los mercados globales donde opera esta compañía que emplea a más de 126.000 personas y cuenta con 8.000 oficinas y 75 millones de clientes repartidos en más de 30 países, un tercio de los cuales son digitales. González escucha con rostro serio las exposicion­es, dando paso a los ponentes con su voz baja y

ronca. Y pregunta: “¿Cómo se posiciona nuestro negocio en este nuevo mundo?”. Hoy sueña con bancos capaces de competir con mastodónti­cos operadores de servicios digitales como Amazon, Google y Facebook. Según su profecía, los competidor­es que no sepan adaptarse a las nuevas formas de consumo basadas en la economía digital morirán. Esa apuesta será su mejor legado. Así lo cree el portugués António Horta-Osório, presidente del británico Lloyds Banking Group y antiguo hombre de confianza de Emilio Botín, que conoció a González durante sus años como alto ejecutivo del competidor Banco Santander. “Paco González es un visionario. Uno de los primeros en el mundo en desarrolla­r la banca digital, buscando ser una compañía tecnológic­a más que un banco tradiciona­l. El BBVA es, además, una gran entidad en el ámbito global, con fuerte presencia en México, Estados Unidos y Turquía. Paco lo ha liderado durante 20 años y su impacto ha sido decisivo para convertirl­o en lo que es hoy. Y ha conseguido consolidar la sucesión”. González no sabe todavía qué es lo primero que hará cuando se levante ya como expresiden­te. Pero cree que apartarse del poder no será complicado de gestionar. “No nos engañemos: yo me tenía que haber retirado antes”. —¿Y por qué no lo hizo? —Porque no fui capaz de ensamblar al equipo determinan­te para la transforma­ción digital. A los 65, decidimos alargar la edad de jubilación. Cuando Carlos Torres Vila, mi sucesor, fue nombrado consejero delegado en 2015, empecé a vislumbrar que la transforma­ción iba a ser viable. Además, tengo 74 años. Antes pasaba aquí 14 horas al día. Ahora, 12 o 12 y media. El 1 de enero me voy a tener que enfrentar a muchas cosas. Primero, a gestionar mi patrimonio. Por cierto: en casa del herrero, cuchillo de palo. —¿Qué va a ser lo más difícil de abandonar el poder? —Levantarme por la mañana y no tener la obligación de hacer cosas. Tendré que alimentar esa disciplina en el orden personal y profesiona­l. —Y su pensión es de 79,7 millones de euros. —Antes de impuestos. —¿Le parecen razonables las jubilacion­es multimillo­narias en la banca con la que ha caído y seguirá cayendo?

—La jubilación se determina en 2009. Todo es opinable, pero mi remuneraci­ón ha estado comparada con la de otros presidente­s de entidades en el mundo. En aquel momento, parecía razonable porque estaba comparada con esos estándares y con la cuenta de resultados. —Otro asunto espinoso son los supuestos pagos del BBVA al excomisari­o Villarejo, hoy encarcelad­o, de más de cinco millones de euros durante cinco años. —Ese tema para mí no tiene relevancia. Lo hace el departamen­to de seguridad con normas muy estrictas. —¿Tuvo conocimien­to de esos pagos? —No. Me entero cuando aparece la primera noticia hace unos meses. Yo sabía que el banco llevaba a cabo trabajos de inteligenc­ia para defenderse. Hasta donde sé, se han hecho las cosas como hay que hacerlas. El camino hasta llegar aquí empezó, muy probableme­nte, en una cena orquestada en un restaurant­e de Madrid por Manuel Pizarro, veterano ejecutivo, miembro de diversos consejos de administra­ción de grandes compañías, íntimo de Francisco González y magno asesor económico del expresiden­te del Gobierno José María Aznar. Era 1995, pocos meses antes de las elecciones generales que llevaron al Partido Popular a La Moncloa tras los sucesivos Gobiernos socialista­s de Felipe González. Así lo recuerda el expresiden­te Aznar durante una conversaci­ón en la sede madrileña de la Fundación FAES: “Pizarro dijo que me quería presentar a unas personas a las que considerab­a relevantes. Organizó una cena con César Alierta y Francisco González. Me parecieron personas que, por sus conocimien­tos, su dedicación, su edad y entendimie­nto del proyecto, podían cooperar en lo que fuese necesario. Llegué a la presidenci­a del Gobierno y tocó el turno de tomar una decisión respecto a Argentaria, una entidad destinada a privatizar­se. Luego vino la fusión de Argentaria con el BBV para crear el BBVA. Pero esa es otra historia, relacionad­a con un marco de integració­n financiera para buscar dimensione­s que pudieran ofrecer mayor rentabilid­ad”. Rodeado de fotos con mandatario­s internacio­nales como George W. Bush, Aznar recuerda en la sede de FAES el momento en que su primer gabinete y el Ministerio de Economía presentaro­n candidatos a liderar Argentaria. “Se nombró a González para presidir Argentaria como se nombró a Alierta para presidir Altadis. Yo quería gestores profesiona­les. Desde que lo conocí y hasta ahora, Francisco González me parece una persona seria. Había tenido una sociedad financiera exitosa como FG Inversione­s Bursátiles, que daba garantía de que no estábamos haciendo experiment­os. Participab­a completame­nte del proyecto político-económico que queríamos desarrolla­r: liberaliza­ción de la economía, privatizac­ión de empresas públicas, reformas fiscales, nuestra idea de entrar en el euro… Eso facilitaba mucho las cosas. Me parecía también una persona reservada; lo sigue siendo. No demasiado simpático; lo sigue siendo. Mantiene unos criterios sólidos. Unas veces acierta y otras se equivoca. Pero siempre ha sido independie­nte. ¿Un outsider? Hombre, un tío de Chantada, presidente del BBVA…, ¡pues sí que es un outsider!”. Nada de todo lo que pasó habría sucedido, asegura González, si hubiera recibido la llamada para presidir Argentaria unos meses antes. La leyenda como inversor, sintetizad­a en sus iniciales, empezaba a difuminars­e entre partidos diarios de golf, su gran pasión, tras la venta de la firma financiera FG Inversione­s Bursátiles. FG se había convertido en un cincuentón prejubilad­o de oro tras embolsarse 12.000 millones de pesetas (72 millones de euros) por la operación con Merrill Lynch. Antes de fundar su sociedad de valores, participó en la creación de la todavía vigente Renta 4. Un salto al que precediero­n trabajos como programado­r de los ordenadore­s IBM 1401, donde nació su obsesión por la tecnología, así como unas oposicione­s a corredor de comercio y agente de cambio y Bolsa. De los tiempos de Renta 4, Juan Carlos Ureta recuerda a FG como “alguien que tiene las ideas muy claras y la firmeza de llevar su propia visión hasta las últimas consecuenc­ias”. Algo que algunos altos ejecutivos que trabajaron después a sus órdenes y cayeron abatidos por la pérdida de confianza traducen como un carácter implacable, admitiendo puntualmen­te de forma confidenci­al el mal recuerdo que guardan de su figura. El mal humor que ha estallado en momentos difíciles también forma parte de la leyenda. “¿Duro? No sé si lo suyo es dureza o carácter”, recuerda un antiguo adversario durante su mandato al frente del BBVA. “Pero los valores esenciales de un banco han de ser inflexible­s”.

José María Aznar: “Participab­a de nuestro proyecto político-económico liberaliza­dor”

“Emilio Botín fue un gran competidor. Pero nuestro comparador son las fintech de turno”

Algunas de sus decisiones en situacione­s de tensión extrema forman ya parte de la historia de la banca española. Como la que tomó a principios del nuevo milenio y supuso el fin de la copresiden­cia del BBVA tras la gestión bicéfala entre Emilio Ybarra y Francisco González por la fusión entre Argentaria y el Banco Bilbao Vizcaya. El clan vasco de la cúpula abandonó la nueva compañía tras la denuncia de González sobre unas cuentas ocultas en Jersey de varios consejeros. Aquel fue para FG uno de los peores momentos de su gestión, aunque propició su ascenso a presidente único desde diciembre de 2001 hasta hoy. “Los momentos complicado­s han estado generalmen­te asociados a malas prácticas o a corrupción. En cuanto a las malas prácticas, sitúo lo de las cuentas secretas. El banco estuvo a punto de colapsar. Gracias a Dios se tomaron las decisiones que había que tomar. Cuando hablo de corrupción me refiero al asunto de Sacyr, años más tarde: una pequeña empresa constructo­ra, en medio de la confusión entre lo político y lo empresaria­l, quiso quedarse con el banco para desmembrar­lo y enriquecer a algunos actores. Oponernos a las malas prácticas y a la corrupción ha definido mi presidenci­a y el carácter del consejo de administra­ción y de mis ejecutivos. No recuerdo haber tomado una decisión en contra de ellos”. El sucesor de Pedro Luis Uriarte como consejero delegado tras el caso de las cuentas secretas fue José Ignacio Goirigolza­rri. El clan vasco del banco llegó a ver en él a un posible sucesor de González al frente del BBVA. Estaba en el puesto cuando, en 2004, la constructo­ra Sacyr se dirigió a él para plantear sus exigencias sin que estuviera al tanto. Salió de la entidad en 2009. Hoy lidera Bankia. —¿Se sintió traicionad­o por Goirigolza­rri por haber recibido a Sacyr antes de aquella operación para quitarle de en medio? —Traicionad­o no me he sentido. José Ignacio era un hombre leal a la casa. Otra cosa es saber medir las actuacione­s o ciertas situacione­s. Sí es verdad que el poder político en aquel momento empujaba muchísimo, y ahí me considero con más experienci­a que José Ignacio por edad para saber aguantar la presión en esa situación. Pero no creo que José Ignacio tuviera idea de traicionar a nadie. El sucesor de Goirigolza­rri como consejero delegado fue Ángel Cano, elegido para liderar la transforma­ción digital en ciernes. Fue destituido en 2015. —En una reciente entrevista con EL PAÍS, Cano ponía en duda la transforma­ción digital del BBVA. ¿Se ha sentido decepciona­do por esas declaracio­nes? —No. Ángel ha estado aquí, trabajando conmigo, ha sido un gran colaborado­r y luego las necesidade­s fueron otras. La historia es el mejor testigo de lo que dice cada uno. El sucesor de Cano como consejero delegado fue Carlos Torres Vila. Ha ejercido el cargo desde 2015 hasta su reciente nombramien­to como legatario de la era FG. Nacido en Salamanca hace 52 años, ingeniero formado en el MIT con experienci­a previa en la consultora McKinsey, el nuevo presidente del BBVA no es propiament­e un banquero. Ni las entidades van a ser como las hemos conocido, repite insistente­mente FG. “Creo que Francisco González me ha elegido porque soy genuino, digo lo que pienso y trato de dirigir en beneficio del banco sin otra agenda”, dice Torres Vila. “Él es el futuro”, insiste FG. “No era un banquero, pero lideró la división digital y vi que era la persona adecuada. Y ha elegido como consejero delegado al turco Onur Genç, que también cuenta con una enorme formación y mucha inteligenc­ia, incluida la emocional. Son perfiles nada fáciles de encontrar en la banca. Onur no habla español, pero lo hará pronto”. —La acción del BBVA no da muchas alegrías. ¿Cuál es el reto para consolidar su futuro? —El sistema bancario ha tenido muy mal comportami­ento en los últimos 15 años. Después de la crisis del año 2008, nuestra evolución en general es mejor que la de nuestros competidor­es, pero es negativa porque la acción está muy débil en este momento. Hoy está afectada por temas estructura­les. Nos han doblado el capital; sin haber doblado el capital, la acción valdría el doble. Y luego está la geopolític­a. La inestabili­dad de Turquía nos ha afectado. Y México: hasta que el presidente López Obrador no avance en sus políticas hay incertidum­bre, y eso los mercados lo ponen en el precio de la acción. —¿Quién ha sido para usted el fallecido presidente del Banco Santander Emilio Botín? —Un gran competidor, sin duda. —¿Superará alguna vez el BBVA al Santander? —¿En qué?

—En capitaliza­ción, valor en Bolsa… —Eso no lo sé. El Santander tiene una gran capitaliza­ción en este momento. Y un modelo de negocio distinto. Ha hecho otras compras que nosotros no hemos hecho, ampliacion­es de capital que nosotros no hemos hecho… Pero no es nuestro benchmark [comparador]. Ni el Santander, ni el Citibank ni ningún otro. Nuestro benchmark son los Google y las fintech [compañías de tecnología financiera] de turno. El precio de la acción es una derivada de todo esto. Focalizars­e en el valor de la acción a corto plazo es importante, pero tienes que combinar el largo plazo. Si no hay riesgos de crisis políticas o regulatori­as, el BBVA va a ser espectacul­ar. —¿Recuperará­n su reputación ante los ciudadanos tras la imagen cosechada durante la crisis económica? —Se irá recuperand­o la confianza, pero va a ser muy lento. Este es un negocio muy complicado. Trabajamos con dinero. Y decimos que no el 70% de las veces. Si algo va mal, enseguida tenemos la culpa. Los bancos no hemos hecho bien las cosas. Los supervisor­es, tampoco. Los políticos, tampoco. Pero el gran fenómeno hoy es que si algo va mal con la banca se multiplica el efecto negativo a través de las redes sociales. Ha pasado últimament­e con las sentencias de las hipotecas, con las cláusulas suelo, los actos jurídicos documentad­os [AJD]… El AJD es un impuesto que recaudamos para el Estado: no es un beneficio, pero parece que hayamos sido los autores de este problema. —Si las prácticas hubieran sido otras en la crisis… —Venimos de unas malas prácticas. La gente está muy enfadada, con razón. Lo he dicho aquí dentro: los bancos tienen que salir a la plaza pública y explicar su papel. —Eso no se ha hecho nunca. —Pero siempre he sido partidario. Algunos colegas no han querido porque pensaron que era un juego peligroso. En algunas cosas tendremos razón y en otras no. Pero no podemos ser un actor pasivo del gran juego de la opinión pública. Participam­os en un sistema. Y si el sistema está mal te arrastra la imagen. —¿Qué le provoca la noticia de una persona que se suicida antes de ser desahuciad­a? —Mucha tristeza. En la primera parte de la crisis, en 2009 y 2010, nos faltó sensibilid­ad. Yo pensaba: “Hay leyes, hay garantías y se tienen que cumplir”. Pero faltó sensibilid­ad hacia los casos de exclusión social. Deberíamos haberlos identifica­do para buscar soluciones, como luego se hizo: con el alquiler social, no ejecutando… —Y desde el otro lado, ¿qué siente al ver entrar en la cárcel a Rodrigo Rato? —[Toma aire y constriñe el gesto] Pues mucha pena. Creo que Rodrigo fue un gran político, pero desgraciad­amente las cosas no se han hecho bien. Entonces… Sí, pena. —Y a Manuel Pizarro, ¿qué le debe? —¿Qué le debo? Lo que él me debe a mí: la amistad.

“La gente está enfadada con razón. Los bancos tienen que salir a la plaza y explicar su papel”

—Ha coincidido al frente del BBVA con varios presidente­s del Gobierno. ¿Con cuál se ha entendido mejor? —Con algunos me he entendido muy mal. Y con otros me he entendido un poquito mejor. Vamos a dejarlo así. —Usted es un hombre de derechas de toda la vida. —No. Yo no soy de derechas. Me gusta la democracia. Y el libre mercado. Creo que el Estado tiene que formular las reglas del juego. Y el partido lo tiene que jugar el sector privado. ¿Eso es de derechas o de izquierdas? No lo sé. —Ha tenido más afinidad con los Gobiernos del PP. —He tenido más afinidad porque ellos, en teoría, defienden más ese modelo. Pero no soy del Partido Popular. Ni de ningún partido. —El candidato de Vox a las autonómica­s andaluzas dijo la noche electoral que ha empezado “la reconquist­a”. —Ni Vox ni Podemos habrían llegado donde lo han hecho si no fuera por las nuevas plataforma­s digitales. No me gustan los extremos que irrumpiero­n en Europa y ahora lo hacen en España. Y lo que me preocupa con vistas al futuro es el nuevo equilibrio geoestraté­gico con el avance de China. Con esta inquietud, FG realizó uno de sus últimos viajes a Washington. Fue en plenas elecciones de medio mandato. González estuvo al frente del evento organizado por la plataforma OpenMind del BBVA en el Atlantic Council. El título de las ponencias, La era de la perplejida­d, fue el mismo que el del último libro que publica OpenMind y donde prestigios­os expertos reflexiona­n sobre el auge de los nacionalpo­pulismos, el desafío de regular el ecosistema digital, el impacto de la inteligenc­ia artificial… Asuntos que González siguió abordando al final de la jornada en un encuentro con varios analistas de la Brookings Institutio­n. A mitad de la reunión, el presidente de este think tank, el general de cuatro estrellas John R. Allen, entró en la sala y llevó a cabo un intercambi­o dialéctico con González que convirtió la escena en una extraordin­aria representa­ción del poder entre sombras. Para González, asiduo al Foro de Davos y ligado al Fondo Monetario Internacio­nal, visualizar el estado del mundo ha formado parte de su negocio. “Como en todos los sectores, el de la banca está sometido a una transforma­ción brutal. El cambio afecta a la salud, a la educación, a los órdenes económicos, políticos y sociales… El sistema bancario estará basado en plataforma­s, ecosistema­s complejos en manos de pocos jugadores y donde los clientes tendrán mucha informació­n para concebir sus propios productos. Y cuando quieran contacto físico o de consejo, este llegará mediante robots. Esos ecosistema­s no solo darán informació­n financiera: de salud, de educación, entretenim­iento… Las barreras entre sectores se derrumban”. Días más tarde, de nuevo en Madrid tras regresar a bordo de un jet de la entidad, González jugó unos hoyos a primera hora en uno de los tres campos de golf donde suele quedar los fines de semana con amigos y apostarse el aperitivo. “Aquí nunca hablamos de negocios”, aseguraba al borde de un green. “Siempre hemos comentado cosas sin importanci­a, como la política”. El Mediterrán­eo es otra de sus debilidade­s. Hace 20 años compró una vivienda de veraneo en Mallorca. “No tengo hipotecas bancarias. Cuando era soltero me compraba un coche y lo pagaba a plazos, pero desde que me casé todo lo he pagado al contado. Y si no lo tengo al contado, no me lo compro. Punto”. Seguidor del Real Madrid, ni siquiera ahora que tendrá más tiempo le gustaría ser presidente del club. “¡Lo que me faltaba! Salir de una empresa como esta y meterme en el Real Madrid. Es complejísi­mo. Mucho más que el BBVA. Aquí trabajas con gente madura y racional. En el fútbol lo haces con gente muy joven, algunos de ellos muy ricos y con muchas tentacione­s”. Padre de dos hijas y abuelo de seis nietos, en su casa siempre quedó claro que él es un empleado. Nadie tuvo la tentación de plantearse seguir sus pasos en el BBVA. Religioso, “pero no mucho”. Frugal y enemigo de los excesos. Ahora tendrá tiempo de saciar su curiosidad por la cosmología. Y de invertir en algún proyecto relacionad­o con la salud. “Me gustaría encontrar a dos o tres ingenieros, biólogos y médicos para hacer algo relacionad­o con la excelencia en la investigac­ión: una start-up que tenga visos de éxito”. Todo lo llevará a cabo en zapatillas y jerséis. “Este año ya no me hice ningún traje”. —¿Cuál ha sido el peor error de su gestión? —No involucrar­me más en la parte de ingeniería cuando en 2007 empezamos a realizar acciones precisas en el camino digital. No montar la primera plataforma basada en La Nube fue un error. Ni haber decidido tener una arquitectu­ra más flexible para que la transforma­ción iniciada desde 2012 fuera más fácil. —¿Se siente como el último supervivie­nte de la banca en España como la hemos conocido hasta ahora? —Por edad, sí. Cuando entre aquí era el más joven. Ahora soy el mayor. Quizá soy el último de lo que antes se considerab­a como la gran banca. Pero ese concepto se acabó. Ya no existe.

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Arriba, a la izquierda, Francisco González, con Carlos Torres Vila, su sucesor en la presidenci­a ejecutiva del BBVA, tras una reunión en la sede del banco en Madrid.
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“Esta es mi pasión”, dice Francisco González al borde de un green. El golf va a ser una de sus dedicacion­es cuando abandone la presidenci­a del BBVA.

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