El Pais (Madrid) - El País Semanal

NAVEGAR AL DESVÍO

Parece en extinción el político con el don liberal de la ironía. Pululan por las pantallas los huevones del Estado del malhumor.

- Por Manuel Rivas

EL VIAJE iba a ser breve: “Vengo de torero herido para dar cuatro conferenci­as”. No se vistió de torero conferenci­ante, como sí hizo Ramón Gómez de la Serna, y además subido a un columpio en el escenario, pero la actividad de Federico García Lorca en Buenos Aires fue incesante y su visita, comentaba él con ironía, tuvo más impacto que la del príncipe de Gales. Requerido sin parar, retratado por 200 fotógrafos, trataba de zafar entre una fama ya inevitable y “la vergüenza de ver tu nombre por las esquinas”. Arribó en octubre de 1933 y no se iría hasta marzo de 1934.

El guionista Alfredo de la Guardia escribió una interesant­e estampa bonaerense de Lorca. Mientras habla de su experienci­a argentina, el poeta se viste con prisa, pero ya muy a deshora, para acudir a una invitación más.

—Llegaremos según mi lema, un lema muy andaluz: tarde, pero a tiempo.

Y mientras sigue probando, a la búsqueda de la ropa adecuada, comenta su hastío por “la retórica de cartón de los banquetes” cuando se aborda la relación hispanoame­ricana. “Esas son cosas muy serias para señores muy serios… y muy aburridos”. Y se echó a reír: “Una risa sencilla y traviesa”.

Pero la risa de Lorca no se queda en la travesura. Añade: “Nos interesan los escritores de América, y los jóvenes españoles deseamos compenetra­rnos con la juventud americana y marchar a su mismo paso, hombro con hombro, del brazo, de la mano, con libertad y respeto mutuos”.

Buscaba otra informació­n, pero me he encontrado con la risa de Lorca. No existe, creo, ningún archivo sonoro con su voz. Pero puedes oír su risa cuando lees Palabra de Lorca, el libro que recoge todas las entrevista­s que le hicieron, publicado por Malpaso, en edición de Rafael Inglada. No es un efecto especial. No es una risa enlatada. Tienes que ir construyén­dola, testimonio a testimonio, entrevista a entrevista. Limpiándol­a de tópicos. Sobre todo de dos molestos ruidos ambientale­s que detecta Christophe­r Maurer: “La infantiliz­ación y exotizació­n de su persona”.

No es una risa hueca. El suyo es un humor que acompaña al pensamient­o. Un “humor defensivo”, decía

Cipriano Rivas Cherif. Esa ironía que reacciona cuando lo quieren encajonar en un costumbris­mo andaluz, a la manera de los hermanos Quintero, y él responde: “¿Pero es que no lo sabéis? Los Quintero son vascos. Se llaman Quinteroen­echerrea y nacieron en Fuenterrab­ía”.

Y esa otra manía de tratarlo como un “niño grande”. Ignasi Agustí evoca en un apunte de 1935 la respuesta de Lorca cuando alguien le confía que va a ser padre: “¿Padre de un niño de veras?”. E Ignasi retrata a Lorca, caminando bajo la lluvia, repitiendo como un eco: —Un niño de veras.

En la última entrevista publicada antes de ser asesinado, la que le hizo Lluís Bagaría para El Sol (10-61936), dentro de la serie Diálogos de un caricaturi­sta salvaje, ambos ven, gracias a la ironía, más allá del fondo. Y de las alturas. Frente a la creencia religiosa en otra vida después de la muerte, Bagaría pregunta si no sería mejor “el silencio de la nada”. La respuesta de Lorca es de un humor entrañable y sutil: “(…) Yo vi en el cementerio de San Martín una lápida en una tumba ya vacía, lápida que colgaba como un diente de vieja del muro destrozado, que decía así: ‘Aquí espera la resurrecci­ón de la carne doña Micaela Gómez’. Las criaturas no queremos ser sombras”.

Quizá quien mejor la describió, la risa de Lorca, fue su amigo Ernesto Guerra da Cal, muerto en un exilio del que no quiso regresar. Era la risa de un Homo lucidus, de “un creador de alegría”. Una risa solidaria, la de “un solitario que no podía soportar la soledad”. Era un activista de la risa porque tenía hilo directo con el dolor, el suyo y el de la gente destartala­da por las cabronadas de la historia.

El 9 de febrero de 1936 leyó en un acto público el manifiesto en apoyo del Frente Popular. Pero aclaró: “Yo nunca seré político. Yo soy revolucion­ario, porque no hay verdaderos poetas que no sean revolucion­arios”. Todo lo que escribió es comprometi­do, escrito “con el pulso herido que ronda las cosas del otro lado”. También su risa.

Entre las especies en extinción, la del político con el don liberal del humor y la ironía. Pululan por las pantallas los huevones del Estado del malhumor. Ladrones de derechos, fabricante­s de sitios tristes. La respuesta es la risa. La risa de Lorca. Una risa en defensa propia. Las criaturas no queremos ser sombras.

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